Tierra Adentro

 

Los hermanos Lumière no inventaron el cine. El cine, se podría decir, siempre estuvo entre nosotros. Tal vez las primeras civilizaciones, como planteó alguna vez Siegfried Kracauer, ya estaban pensando en capturar el movimiento kinético de hombres y animales en las pinturas rupestres; tal vez dibujaron un jabalí con ocho patas para representar el movimiento que hacía al correr; o tal vez, como lo planteó Werner Herzog en Cave of Forgotten Dreams, el cintilar del fuego en una cueva animaba a las criaturas que habitaban sus paredes estáticas. Pero, si el cine siempre nos ha acompañado, ¿por qué decimos que los hermanos Lumière lo inventaron?

 

El día del mito

 

El 19 de marzo de 1895, un grupo de hombres se agazapaba detrás de una ventana. Las persianas intentaban ocultar el enorme objetivo del primer cinematógrafo. Para utilizar el aparato, están presentes los hermanos Auguste y Louis Lumière, además de algunos operadores y técnicos. Están esperando el momento justo, la salida de la industria Lumière por la puerta que se encuentra en el edificio frente a ellos. Necesitan grabar precisamente a medio día, cuando el sol está alto en el cielo y puedan tener 15 minutos continuos de luz. 

 

https://youtu.be/uPmG8ppUhSw

 

Como dijo el novelista Jacques Rittaud-Hutinet, en estos tiempos modernos el mediodía no lo marca el reloj sino la salida de la industria. Suena un pitido agudo y cientos de trabajadores salen a la calle. Los operadores de la cámara comienzan a mover una manivela a la velocidad de quince imágenes por segundo. “Tourner la manivelle” (dar vuelta a la manivela) fue una idea que quedó tan impregnada en el nacimiento del cine que, todavía hoy, en francés se dice “Tourner” (rodar, dar vuelta) para hablar de hacer una película. 

 

Señores y señoras, un perrito, caballos, sombreros, gabardinas, bigotes. Gente común que sale del trabajo en un día soleado con la alegría compartida del ocio por disfrutar; gente común que no sabe que la están filmando; gente común que será parte de la historia. Dos días después de grabar la salida de los obreros desde ese cuarto frente a las industrias Lumière, Auguste y Louis presentaban, ante un público escogido de la Sociedad para la Promoción de la Industria Nacional, en París, los resultados de sus experimentos. Fue la primera proyección privada de cine en la historia. Algunos meses después, el 28 de diciembre de 1895 en el Salon indien du Grand Café del número 14 en el Boulevard des Capucines de París, se hizo la primera proyección pagada, con público, en la historia. Éste es el momento que se reconoce, generalmente, como el principio del cine. 

 

En la proyección, los Lumière escogieron diferentes grabaciones para presentar ante un público atónito. Ahí estaba La salida de la fábrica Lumière en Lyon (La Sortie de l’usine Lumière à Lyon), pero también L’arroseur arrosé (El regador regado) que es considerada como la primera película de ficción jamás filmada: un niño pisa la manguera de un jardinero que riega plantas, al ver que no sale agua, el jardinero voltea a ver la manguera al momento en el que el niño levanta el pie; el chorro le pega en la cara y el jardinero persigue al niño para darle nalgadas. La pequeña sala, con 33 espectadores, estalla de risa. 

 

 

Ese día, se proyectan diez películas que pasan del registro cómico al documental y muestran escenas públicas y  privadas de la vida de los Lumière (como la Le Repas en el que vemos a Andrée, hijo de Auguste y de Marguerite Winkler, comiendo). En el programa del espectáculo se podía leer, además del nombre de todos los cortos publicados, el siguiente mensaje:

 

“Este aparato inventado por los señores Auguste y Louis Lumière, permite recoger, a través de una serie de pruebas instantáneas, todos los movimientos que, durante un cierto tiempo, pasaron frente a su objetivo, y después reproducirlos proyectados, en tamaño natural, en una pantalla ante una audiencia.”

 

Mucho se ha hablado de la gente que salió despavorida de la sala pensando que un tren iba a arrollarlos. Sin embargo, eso no sucedió en las primeras proyecciones: pasó cierto tiempo antes de que L’Arrivée d’un train en gare de La Ciotat (La llegada del tren a la estación de La Ciotat) fuera proyectada en el programa. En cualquier caso, este mito perduró por la impresión que causó el realismo de las proyecciones. El escritor soviético Máximo Gorki contó una anécdota similar con el juego cómico del jardinero sorprendido por el niño: “Pensé que el chorro de la manguera me iba a pegar a mí también e, instintivamente, me encogí en mi asiento”.

 

El cinematógrafo, como invento, impactó tanto al público por la capacidad única que tenía de reproducir al mundo. Era una traducción de la realidad que iba más allá de la fotografía, que sumaba todos los impulsos de luz del impresionismo y los producía con la técnica del siglo del progreso científico. A partir de ahí, como bien profetizó Henri Bazin, el cine empezaría a perseguir otro mito que tardaría años en alcanzar: el mito del cine total, de la realidad perfectamente representada. 

 

Faltó mucho tiempo para que surgiera el color en el cine, para que el sonido se perfeccionara y, aún así, seguimos persiguiendo películas en 360, realidades virtuales y todo tipo de parafernalia en tercera dimensión para representar con toda fidelidad la realidad que nos rodea. 

 

El invento de los Lumière trascendió por mucho su contexto y los mitos que creó siguen persiguiendo nuestra obsesión con la realidad fotográfica. Pero, si los Lumière no fueron los primeros en capturar imágenes en movimiento, ¿qué los hace tan únicos?

 

El invento recurrente

 

Henri Langlois, uno de los más grandes conocedores de los albores del cine, hablaba de tres siglos de imágenes en movimiento antes de los Lumière. Con esto, se refería a la Linterna Mágica del siglo XVII cuyo invento se atribuye, con mucha polémica, a Athanasius Kircher. La Linterna Mágica proyectaba imágenes fijas que podían intercalarse y simular cierto movimiento. Sin embargo, no fue hasta mediados del siglo XIX cuando empezaron a multiplicarse los diferentes tipos de proyección que antecedieron al invento de los Lumière. Como señala Luis Alonso García, en esa época comienzan a aparecer las “prácticas cronofotografías, kinetoscópicas, praxinoscópicas, bioscópicas, taquiscópicas… cinematográficas (pues ni siquiera el nombre es propio de los Lumiére)”.

 

Tres años antes de la proyección de los hermanos, Charles-Émile Reynaud logró, con un dispositivo rotativo y placas de vidrio, animar rudimentariamente algunos dibujos. De hecho, se considera que la primera proyección de Reynaud fue la primera proyección de animación en la historia. Por otra parte, Étienne-Jules Marey y Eadweard Muybridge llegaron a desarrollar estudios de movimiento (incluido el famosísimo caballo corriendo que reconstruyó a través de fotografías fijas), pero se interesaron más en el movimiento mismo que en la proyección de imágenes. Finalmente, Thomas Alva Edison mostró al mundo el Kinetoscopio en 1893, dos años antes de la exhibición de los hermanos Lumière. Su invento, de alguna forma, como bien señala Luis Alonso García, previó el advenimiento del entretenimiento individual: sólo podía ser visto por una persona a la vez. Evidentemente,  frente a la proyección a través de una mirilla, la proyección en una sala pública capturó toda la imaginación del mundo.

 

La diferencia, entonces, entre estos inventos y el invento de los hermanos Lumière está en que ninguna de las imágenes en movimiento que capturaron fue proyectada públicamente, en un espectáculo exclusivo (los hermanos Skladanovski incluían sus proyecciones entre otros espectáculos de circo), por el que se pagaba una cuota. Ese cobro de un franco (lo que suponía una pequeña fortuna entonces) cambió totalmente la forma en que se definió el cine. No se trataba de imágenes en movimiento (que ya perseguíamos desde los tiempos de las cavernas), ni de imágenes proyectadas en una caja o para un público selecto, sino de imágenes reales capturadas y proyectadas en un espacio público mediante el pago de una tarifa. 

 

Como buen hijo del siglo XIX, el cine terminó por ser definido como un producto comerciable. Y, desde entonces, la ilusión de un cine desapegado de las leyes del mercado parece una romantización irrealizable. Todo cine, de una forma u otra, se vende. Y lo más importante aquí es notar cómo, en realidad, el aspecto material de la invención del cine está atravesado por las investigaciones de muchos personajes que antecedieron a los Lumière y la oportunidad económica que tuvieron los hermanos para llevar a cabo el sueño de tantos otros. Como bien explica Luis Alonso García:

 

“La historia de la invención debería dejar de ser la hagiografía de sus puntos señeros y luminosos -el sueño de una noche de invierno en el que Louis Lumière inventa el cine (“Mon frére, en une nuit, avait inventé le cinématographe”)- para transformarse en el recorrido por una serie de tentativas, fracasos, hallazgos… penumbras y oscuridades. Lo que aportaron los Lumiére en sentido tecnológico se puede reducir por tanto a una simple combinación de oportunidad técnica (mediante un trabajo de investigación documental por toda Europa) y de disponibilidad económica e industrial (poseen el dinero suficiente para hacer que sus diseños mecánicos se ejecuten correctamente y la infraestructura necesaria para realizar un proyecto larvado durante casi un año antes de su explosión).”

 

A diferencia de los experimentos de Edison con el movimiento o, más aún, de Marey y Muybridge, los Lumière entendieron que más allá de la técnica, su invención servía para reproducir la estética de la fotografía. 

 

Edison, Marey y Muybridge intentaron capturar el movimiento en un estudio, con un fondo negro, para una visión mucho más analítica, taxonómica, científica de las imágenes. Los Lumière, en cambio, salieron a la calle, se escondieron en un pequeño cuarto y, tras las persianas, capturaron algo de un modo imprevisto. 

 

Hay algo inasible y absolutamente diferente en este acto: no es un momento montado, experimental, sino un trozo de realidad que aparece, reproducido. Por eso la gente corría frente a la proyección de un tren, por eso Gorki sentía que la manguera lo salpicaba. Marey y Muybridge pensaron en el Hombre de Vitruvio de Miguel Ángel mientras los hermanos Lumière traducían el daguerrotipo: los primeros fueron científicos, los segundos, fotógrafos. 

 

Así, el nacimiento del cine está ligado a dos cuestiones esenciales: el realismo fotográfico y el intercambio monetario. Entre esos dos polos se construyó un imperio cambiante; un imperio que Meliès iba a sacar de su zona de confort para olvidarse de la reproducción fotográfica de la realidad y empezar a pensar ficciones; un imperio que Griffith, con el desarrollo del lenguaje cinematográfico, iba a cimentar como arte único. Y sin embargo, en ese lejano siglo XIX, mediante un cobro y la reproducción fotográfica de la realidad, los Lumière inventaron todas las intuiciones del cine. 

 

Tal vez no existía el montaje, pero todos sus encuadres estaban pensados y tenían una intención; tal vez no existían los paneos, ni los dollies, ni el traveling, pero ellos montaron por primera vez una cámara en un tren y un globo aerostático para filmar el movimiento del mundo; tal vez no existía la ficción audiovisual, pero ellos crearon los primeros cortometrajes cómicos entre sus familiares y actores espontáneos. 

 

Como bien dijo Henri Langlois, lo interesante de la invención de los Lumière fue que no nos mostraron la historia, sino el espíritu de una época: “La vida no es nada más poner una cámara en la calle y ver pasar a la gente; la vida está en retratar un espíritu profundo, la filosofía de una era, los vestidos, las costumbres, los movimientos humanos”. 

 

Entre los miles de fragmentos que filmaron los hermanos Lumière y sus operadores de cámara, percibimos la vida de la monarquía inglesa y a la gente que camina en Constantinopla; vemos un baile español en las calles de México y a una pequeña que acaricia a un gato; a los niños pasear en los Campos Elíseos de París sin sospechar que crecerán para morir en las trincheras de Verdún; imágenes de Bakou, de Cairo, de Jerusalem, de Tokio, Sevilla y Saigon; vemos las escaleras rojas del Kremlin en Moscú y a marinos disparando en lo que hoy sería Croacia; al presidente William McKinley Jr., cuatro años antes de ser asesinado, hablando a las masas congregadas frente al capitolio de Washington; el cortejo para el matrimonio del príncipe de Nápoles en Roma y a un muezzin rezando en Argelia. Todas estas imágenes son el precioso compendio de un cambio de siglo. Más que un pedazo de historia inmediatamente accesible, se trata de la vida misma del mundo, en un momento, que nos alcanza. 

 

Estas escenas espectaculares están intercaladas con momentos íntimos, familiares, callejeros y cotidianos. Todos los grandes movimientos históricos se mezclan, por ejemplo, con la observación minuciosa y maravillada de una pecera atravesada por la luz. Porque, finalmente, eso fue lo que nos regalaron los Lumière con el invento que materializó su apellido: la posibilidad única y obsesiva, hermosa y constructiva, de atrapar la vida a través de la luz. 

 

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Las reflexiones de este artículo deben mucho a las siguientes fuentes:

 

Bazin, André, Qu’est-ce que le Cinéma, Éditions du Cerf, France, 1976.

 

García, Luis Alonso, El caso Lumière: invención y definición del cine: entre el Affaire y la captura. Banda Aparte #11, Mayo, España, 1998.

 

Kracauer, Siegfried, Teoría del Cine, La Redención de la Realidad Física, Paidós, España, 1996.

 


Autores
Nicolás Ruiz (Ciudad de México, 1987) es maestro en literatura comparada por la UNAM. Desde hace casi 10 años se dedica al periodismo cultural y ha publicado en revistas y blogs de cine, política y cultura como Nexos, Televisa.News, Dónde Ir y Correspondencias. Actualmente, es editor y conductor en Código Espagueti, Ibero 90.9, Noticieros Televisa y FOROtv.