Los elefantes no son rojos
Las relaciones de poder entre los niños y los adultos son un asunto incuestionable en la sociedad contemporánea. A pesar de que algunas barreras se rompen y las estructuras se vuelven más flexibles con el tiempo, hay cosas que no cambian. Se mantiene la idea del adulto como el propietario de la verdad y el niño como un personaje en construcción que debe ceñirse a las recomendaciones de sus mayores. Una actitud paternalista en el sentido más literal y también en el metafórico. Las dinámicas familiares y las jerarquías en la escuela son la muestra más evidente de esto. En casa, los padres toman las decisiones y en las aulas, los maestros dictan los estándares de disciplina.
La literatura infantil contemporánea juega con la idea de subvertir este orden, presentando personajes que cuestionan y modifican estas relaciones de poder. Matilda de Roald Dahl es una referencia obligada en este sentido. En esta novela, una niña genio usa la estupidez de los adultos a su favor para construir un mundo propio. Una actitud de rebeldía hacia un mundo al que no repudia pero que no entiende y le aburre. En Donde viven los monstruos, Max hace algo parecido, se pelea con su madre y se rebela ante ella. Construye un mundo en donde es intocable, donde él manda y es, ni más ni menos que el rey. Otros personajes como Olivia de Ian McEwan y Pippi Calzaslargas de Astrid Lindgren, muestran a protagonistas femeninas que son políticamente incorrectas, que cuestionan su entorno y a la autoridad. Se pronuncian contra lo que no les parece y tratan de imponer sus propias condiciones, a veces con más éxito que otras.
En el 2014, tras un éxito internacional, bajo el sello del Fondo de Cultura Económica se publica El día que los crayones renunciaron, escrito por Drew Daywalt e ilustrado por Oliver Jeffers. Una obra epistolar llena de humor en donde los personajes principales son un grupo de crayones que están hartos del uso que se les da y deciden manifestarse contra Duncan, su dueño, para pedirle mejores condiciones laborales. Cuestionan las cargas culturales que se les han impuesto, otros más se dicen olvidados y un par más piden que pare el abuso al que están sometidos. Una huelga de los objetos, los empleados, contra su patrón. El ejercicio de rebelión de los explotados contra el explotador, una de las prácticas más comunes en el mundo moderno y contemporáneo. Daywalt pone el ojo en una cuestión fundamental: le recuerda a su lector que todos tienen una voz, deben ser representados y escuchados. A pesar de que la «autoridad» no sea el enemigo a combatir, se establece que es posible entablar un diálogo, hablar de todo eso en lo que no se está de acuerdo, cuestionar los roles y pedir que las condiciones cambien. Lo anterior le da al lector, gradualmente, una postura frente al poder y la autoridad. Evidentemente no se convierte en un manifiesto revolucionario ni siembra la idea de rebelión en las mentes infantiles pero plantea situaciones de injusticia que el niño puede reconocer en un contexto específico. Esta historia plantea un final favorecedor a este respecto, el dueño de los crayones escucha todas los reclamos y pone manos a la obra. Rompe con los paradigmas cromáticos establecidos; dibuja un elefante rojo, un chango verde y le da un lugar primordial a los colores que había olvidado. Atiende todas las demandas narradas en las cartas, trastoca sus propios límites y dibuja un escenario que rompe todas las reglas del color pero descubre un discurso propio.
Desde su aparición en 2013, la obra ha vendido más de un millón y medio de copias en todo el mundo y se ha traducido a varias lenguas. Es, sin duda, un álbum que propone nuevas formas narrativas. A través de un relato multiprotagónico y al no tener un narrador externo, el lector saca sus propias conclusiones a partir de la declaración de cada color para apoyar una u otra postura.
La infancia suele relacionarse con la idea de lo genuino, pensar que los niños siempre dicen la verdad significa concebirlos como seres ajenos al mundo moral de los mayores. Sin embargo, ante la imposibilidad de huir de todas las reglas de los adultos (y de convertirse en uno), la LIJ construye universos de ficción en donde es posible invertir papeles, cuestionar el orden, replantear situaciones y pensar en posibilidades alternativas. Quizá por eso sus personajes se resisten a crecer. Y hacen bien.