Los efebos scouts de José Urbano Escobar y su novela Vereda del Norte
La pederastia es un tema polémico en la vida contemporánea. ¿Acaso desde la crítica de la literatura no tenemos algo qué decir sobre esta realidad que suscita debates en la opinión pública? Otra práctica de la crítica es centrar su interés sobre el canon y frecuentar muy poco a las periferias. ¿Y qué ocurre cuando un autor oriundo de Ciudad Juárez escribió una novela romántica con temática homosexual? ¿Y si, además, este escritor construyó una pedagogía de efebos? Su obra se convierte en un punto marginal de la periferia más lejana.
José Urbano Escobar fue un hombre multifacético que en su vida mantuvo vínculos emotivos con niños y jóvenes. Este ensayo pretende reflexionar sobre la pedagogía pederástica que Escobar no sólo teorizó en varios textos sino que llevó a la práctica en su magisterio. Dicha pedagogía guarda una relación estrecha con la poética homoerótica que se desprende de su novela Vereda del Norte. Aquí quiero ponderar a Vereda del Norte como una novela homoerótica, donde la perspectiva deseante del narrador, las referencias a una cultura homosexual conocida a principios del siglo XX y la trama de amor entre dos hombres, constituyen una de las primeras historias homosexuales mexicanas. La importancia de la obra no sólo radica en su estética sino en el papel crucial que marca en la historia de la literatura mexicana.
En primer lugar, es preciso realizar un mínimo esbozo de la biografía del profesor Escobar. Los siguientes datos pertenecen a la investigación realizada por el biógrafo de Escobar, el historiador Darío Óscar Sánchez Reyes (Sánchez, 1997: XIII-LX): José Urbano de Jesús Escobar Ruiz nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 1889. En la primera década del siglo XX perteneció al Club Atlético de Chihuahua, donde se inició como gimnasta.
A los 17 años, él impulsó la fundación en Chihuahua de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA, por sus siglas en inglés, conocida popularmente como la “GUAY”). En 1906 trabajó como instructor de barras y pesas de la YMCA. A principios del siglo XX, la YMCA era una institución cerrada donde no se permitía el ingreso a las mujeres, lo que estimulaba relaciones cercanas entre varones que rozaban el homoerotismo. La YMCA como espacio gay ha sido consagrada en aquel himno del grupo Village People.
En 1920 Escobar se trasladó a la Ciudad de México, en donde ejerció el magisterio; fue nombrado director de la Escuela Elemental de Educación Física y dirigió la revista Educación Física, también formó la Alianza Nacional Mexicana de Profesores de Educación Física. Además, introdujo la práctica del Jiu-jitsu por lo que se le considera el “primer judoka mexicano” y también se le recuerda como pugilista.
El subsecretario de Educación Pública Moisés Sáenz encargó a Escobar crear una estructura que impulsara el escultismo en el país. Ramón Ponce y Enrique Zenil en su historia de los scouts en México titulada La Flor de Lis señalan que:
Al ir desarrollando la estructura de esta organización, el profesor José U. Escobar es nombrado como Director Nacional de las Tribus de Exploradores Mexicanos[…], poseedor de una atractiva personalidad para los jóvenes, una mezcla de seriedad, seguridad de sí mismo, así como de una gran empatía para con los intereses de los muchachos. Escobar es dotado del apoyo necesario por Sáenz, quien estará al frente de la Comisión Ejecutiva de las Tribus de Exploradores (Ponce y Zenil, 2004: 113).
En 1927 surgió con fuerza joven la organización de las Tribus de Exploradores Mexicanos en varias escuelas secundarias y en las sedes de la YMCA. Cada tribu se componía de “patrullas” y “banderas”, formadas por miembros “tequihuas”, palabra que significa “tropa” en la lengua náhuatl (Ponce y Zenil, 2004: 125).
De 1927 a mediados de 1929 el profesor vivió sus mejores años como máximo jefe tequihua, pero para octubre de 1929 comenzó su distanciamiento de la organización. Después, regresó a Ciudad Juárez, donde incursionó en la literatura, entre 1936 y 1937 escribió dos novelas: El Evangelio de Judas de Keryoth y Vereda del Norte.
Sin embargo, la salud del profesor se vio mermada pese a su infatigable ánimo, su amigo Aarón Piña Mora se refiere así a sus últimos días: “era cantante de ópera y perdió la voz, orador y perdió el habla, era un atleta y quedó paralítico”. (Sánchez, 1997: XXXVI). Murió el 15 de agosto de 1958, a causa de una trombosis cerebral. José U. Escobar, quien fue atleta, pugilista, explorador, cantante, melómano, actor, pintor, pedagogo, escritor y político, vivió en la más plena libertad.
Fernando Vallejo en su biografía El mensajero, sobre el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, cita las memorias inéditas de Leonardo Shafick, amante del colombiano. Al parecer, el escritor hondureño Rafael Heliodoro Valle presentó a Shafick con Barba Jacob:
Supongo que fue Rafael Heliodoro quien se lo presentó, y la noche en que introdujo al poeta al círculo del maestro Escobar, que Shafick frecuentaba. José U. Escobar, “el maestro”, presidía una especie de Academia griega de bellos muchachos, en la que se “cultivaba el cuerpo a la par que el espíritu”. No sé por qué dije “griega”. Acaso por eufemismo, por una delicadeza tomada de los recuerdos de Shafick, de algún pasaje de Shafick evocando a ese Sócrates calvo y cabezón que había fundado las Tribus de Exploradores Mexicanos. La noche en que Rafael Heliodoro le llevó a Barba Jacob a su casa, un grupo de muchachos rodeaba al “maestro”: Shafick y su primo Ricardo; Ricardo Gutiérrez, Ignacio Rodríguez, Lorenzo Favela… […] La velada en casa del maestro Escobar se prolongó hasta el amanecer (Vallejo, 2004: 179-180).
Más adelante, Vallejo cita una conversación entre el poeta colombiano y el joven mexicano de origen libanés:
—Y dígame, Shafick, ¿se reúnen con frecuencia en casa del maestro Escobar?
—Una o dos veces a la semana, excepto Favela que desde niño vive con él.
—Precise: ¿qué hace ahí?
—Las más de las veces oír al maestro disertar sobre filosofía, literatura, historia, poesía… Otras veces jugamos a un juego chino, mahjong, que él mismo nos enseñó. En otras ocasiones nos lee poemas suyos o capítulos de una novela que él lleva escribiendo y que se llama El David de Miguel Ángel. Otras veces nos lee Calamus de Walt Whitman o poemas de usted. En fin, siempre la pasamos muy a gusto en compañía suya.
—¿Y nada más eso hacen?
—Nada más.
—Y si permanezco en México, ¿cree que sería bien aceptado por el maestro Escobar?
—Seguramente.
—Y dígame, cómo conoció al maestro, ¿en la escuela o dónde?
—Con el grupo de muchachos de las Tribus de Exploradores Mexicanos.
—¿Y qué tan numeroso es el grupo?
—Empezó con pocos y ahora ya cuenta con unos dos mil entre niños y jóvenes.
—¿Y todos acuden a su casa?
—No, muy pocos, como los que usted vio anoche y casi siempre los mismos.
—¿Y no asisten personas mayores?
—Muy rara vez.
Y el perverso interrogatorio continuó […] (Vallejo, 2004: 180).
El crítico de arte Olivier Debroise leyó la biografía de Fernando Vallejo y se interesó a tal grado por José U. Escobar que en su novela —Traidor, ¿y tú? ficcionalizó al personaje histórico en el personaje literario del maestro Ventura. El narrador señala que Ventura “además de las clases de alemán, declamación, danza y teatro que impartía en su Academia, los martes y los jueves por las tardes, se encargaba de los pioneros de la YMCA, que llevaban nombres de antiguas naciones mexicanas (Aztecas, Otomíes, Mixtecos, Chichimecas)” (Debroise, 2008: 138). Por cierto, Debroise usó el apellido Ventura del artista visual Miguel Ventura, con quien discutió en largas pláticas sobre el deporte como construcción de los cuerpos.
Escobar inspiró su pedagogía en aquella que teorizó y llevó a la práctica el propio fundador del movimiento scout, Baden-Powell. Los deportes como el atletismo, basquetbol, béisbol, voleibol, natación, lucha, box, gimnasia y arquería se pusieron en práctica al ritmo de silbatos, cornetas, señales y voces de mando; la formación en valores tequihuas rescatados de la organización militar azteca se implantó para exaltar el nacionalismo mexicano; la instrucción en prácticas de campamento, senderismo y excursión, trabajo rural y primeros auxilios se realizó bajo estricta vigilancia; el paso marcial se acompañó de himnos y cantos para inflamar el espíritu; se promovió el aprendizaje de memoria de poemas; incluso se introdujeron la “psicología del maestro de exploradores. Requisitos que debe llenar un verdadero jefe” y la “psicología del muchacho explorador: Pre-adolescencia, adolescencia, post-adolescencia” (Escobar, 1931: 3-13). Todas estas prácticas disciplinarias se potenciaron para constituir una compleja “tecnología política del cuerpo”, según el concepto de Michael Foucault (2009: 35). Esta pedagogía sirvió como una tecnología política para moldear los cuerpos y las mentes jóvenes y producir sujetos masculinos deseables, efebos a la medida de los deseos, muchachos en flor de lis.
Según su definición, un tequihua era “un muchacho honrado, leal, cortés, limpio y cumplido, que sabe ser siempre caballero, que no teme decir la verdad, que no miente por nada ni por nadie, que es amigo del bien y está dispuesto a dar su vida por la patria y por la humanidad” (Ponce y Zenil: 125).
Esta pedagogía no estuvo exenta de reforzar fuertes relaciones de poder que reproducían y refrendaban el sistema binario sexo-genérico, pero también hay que señalar que las relaciones de poder no eran unilaterales; es decir, los muchachos objeto del deseo del profesor también tuvieron mecanismos para satisfacer sus propios deseos. Dicha pedagogía tenía su antecedente más remoto en el modelo clásico de la pederastia griega.
La pedagogía de Escobar entronca con la poética de la novela Vereda del Norte. Coincido con Adriana Candia cuando señala que ésta es “posiblemente la primera novela mexicana con tema homosexual” (Candia, 2005: 81). La historia está situada en el espacio geográfico ficcional de San Francisquito del Oro, Parral, en el contexto de la Revolución, y está construida desde la perspectiva de un narrador omnisciente en tercera persona que aborda el despertar homosexual del adolescente de 14 años Ricardo García y su romance con el joven campesino Teófilo Domínguez. La novela inicia en la mina “La Fábula”, donde el lector descubre una descripción homoerótica de los mineros inaudita hasta entonces en la literatura mexicana: “Los hombres, desnudos de medio cuerpo arriba, ya no parecían hombres, el sudor les formaba caminitos sobre los torsos hercúleos cubiertos de polvo” (Escobar, 2005: 109). Allí:
[…] entonces nada es extraño. Ricardito les inspiraba una gran simpatía a los mineros. Era el muchacho un ‘bajado’ de la claridad. Tenía la luz en la risa y en el cabello. Parecía un dios arrancado de los frisos griegos. Un dios con ‘huarachitos’ y ‘calabacito’ para el agua; Ganímides vestido de manta. Por supuesto que los mineros nada sabían de la Hélade, pero adivinaban, sentían ahí en subterráneo, la reminiscencia de los días pelágicos (Ibid: 110).
El lector entendido podría establecer las implicaciones del símil con Ganímedes, figura mitológica del joven copero raptado por Zeus, símbolo de la pederastia. Así, Ricardito es un Ganímedes mexicano en el trance de convertirse en adulto. Él tiene un hermoso terrier de Boston de nombre Skippy o Kipito o Pito. Ellos, amo y perrito, son una pareja formidable: “Son los amigos ideales; no abrigaron mayor ternura Pílades y Orestes.” (Ibid: 125). Aparece, de nuevo, otra referencia clásica al amor griego con la pareja de Pílades y Orestes.
Un día, en la sierra, en la vereda del bosque, Ricardo conoce a Teófilo. De la desconfianza, surge la amistad y luego el amor. La confianza entre ambos los bautiza con apodos: Ricardo es para Téofilo su “Sacristán, Sacristancito” y el campesino es para el muchacho su “Monaguillo”. Es, otra vez, clara y directa la vinculación con las relaciones masculinas al interior de la Iglesia.
El amor que siente Ricardo es descrito por el narrador de una forma luminosa: “Ricardo García es ahora un muchacho feliz. Su espíritu vaga libre en la tácita poesía de la vida. Ignora el adolescente que Platón, Leonardo y Whitman, reflejaban en los claros cristales de sus almas amantes, la luz que ahora lo inunda” (Ibid: 155). Si el lector no ignora las referencias a tres célebres figuras de la cultura homosexual, podrá descubrir en Escobar a un hombre culto del imaginario homosexual común de su tiempo.
En el capítulo ocho, el clímax del romance culmina con la entrega sexual, Teófilo le dice a su amado: “—Pero ahora vas a ver lo que es bueno. Pasaremos la noche los dos solitos en la choza. No tengas miedo. Las tempestades no hacen nada” (Ibid: 160). La falacia patética, recurso del romanticismo para establecer una igualdad entre los sentimientos de los personajes y la situación del medio ambiente, se pone en juego para narrar el momento erótico:
Acurrucados en la choza, Ricardo y su compañero, viven un momento de zozobra. Se sienten solos, en medio del universo. […] Son dos pobres seres insignificantes, abandonados a la noche profunda, sombras entre sombras, a quienes solamente queda el sentimiento de la confianza, el encuentro de un espíritu que sabe que hay otro espíritu, el consuelo borroso del calor humano en medio de la gran soledad. Se sienten empequeñecidos, anonadados, uno junto del otro, en medio de las montañas llenas de enigmas, y de fuerzas cósmicas desencadenadas.
[…]
Teófilo pasa su mano sobre los cabellos de su compañero.
—Sacristán, Sacristancito, ¿de veras eres mi amigo? (Ibid: 164).
El final de la historia es trágico pues la lucha armada revolucionaria obliga a la separación de los amantes y el desenlace cierra con el fusilamiento de Teófilo, a quien Ricardo guarda un recuerdo intenso. Pasarán varias décadas todavía para que una historia homosexual pueda tener un final feliz, pero la novela Vereda del Norte marca un parteaguas en la historia de la literatura mexicana, ya que por primera vez un autor homosexual se atreve a narrar el amor que hasta entonces no podía decir su nombre.

Portada del libro “El evangelio de Judas de Keryoth; Vereda del norte”, José U. Escobar. Colección Precursores (1937)
Bibliografía
Candia, Adriana, “Vereda del Norte, de José U. Escobar: Revolución y homosexualidad”, en José U. Escobar, El Evangelio de Judas de Keryoth, Vereda del Norte, Ciudad Juárez: Ayuntamiento de Juárez 2004-2007, 2005, (Colección Precursores, II).
Debroise, Olivier, —Traidor, ¿y tú?, México: Conaculta, 2008.
Escobar, José U., Programa de actividades de las Tribus de Exploradores Mexicanos, México: Talleres Gráficos de la Nación, 1931.
_____________, El Evangelio de Judas de Keryoth, Vereda del Norte, Adriana Candia (comp.), Ciudad Juárez: Ayuntamiento de Juárez 2004-2007, 2005, (Colección Precursores, II).
Foucault, Michel, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, 2a ed., trad. Aurelio Garzón del Camino, México: Siglo XXI, 2009.
Ponce Sánchez, Ramón Miguel y Enrique Zenil, La Flor de Lis: Entre vientos y tormentas. Historia de los scouts en México (1913-1941), México: Virtualis, 2004.
Sánchez Reyes, Darío Óscar, “José U. Escobar: La inquietud errante”, en José U. Escobar, Siete viajeros y unas apostillas, Ciudad Juárez, Paso del Norte. Cuatro siglos, Ciudad Juárez: Ayuntamiento de Juárez 1995-1998 y Meridiano 107 Editores, 1997, pp. XIII-LX.
Vallejo, Fernando, El mensajero. Una biografía de Porfirio Barba Jacob, México: Alfaguara, 2004.