Tierra Adentro

Titulo: Los que regresan

Autor: Javier Peñalosa M.

Editorial: Antílope

Lugar y Año: México, 2016

El tercer libro de Javier Peñalosa M. (Ciudad de México, 1981) nace de una antinomia: la apuesta por la escritura poética en un contexto en el que no es descabellado afirmar que la voz del poema está ocluida y su presencia erosionada. Esto no es, pese al aire catastrofista de la expresión, el signo de una derrota. Tan sólo representa un modesto punto de partida que la escritura debe asumir. Condenado a moverse en medio de un espesor cada vez más difícil de sortear, el poema nace de una tentativa contradictoria: necesita aceptar su agotamiento sin sucumbir a él.

Para Erígena, el verdadero himno a la divinidad debía adoptar una forma negativa. De modo similar, el mejor camino para aproximarse a la escritura de Peñalosa es ponerla en perspectiva frente a aquello de lo que se deslinda (la fetichización de la ironía, la impostación de lo «antisolemne», el culto a la referencialidad pop, la exaltada prédica ideológica y otros tics generalizados). Su piedra de toque son las heridas que signan nuestro presente.

Los ecos de las muertes, las desapariciones, los desplazamientos, las pesadillas de la migración, los territorios yertos, los cuerpos violentados y las historias rotas se traslucen en su lenguaje, aunque no frontalmente. «Allá, un grupo de hombres trabajaba en las ruinas del próximo siglo», escribe casi al inicio del pequeño volumen. La marcha del mundo produce laceraciones, y Los que regresan puede ser leído como la crónica de una travesía por sus zonas agrestes; una crónica que ya no requiere hablar directamente de todo esto, porque lo carga a cuestas.

Éste es el primer valor de su búsqueda textual. En un momento confuso, en el que es fácil confundir la crítica con la vociferación y el lenguaje público con el estruendo, Peñalosa renuncia al papel del corifeo y, en cambio, recoge con paciencia y sobriedad formal aquellas historias. No las instrumentaliza, no las convierte en «temas», no busca darles voz, pero sus construcciones verbales están impregnadas de esa densidad. De ahí que se resista a desplegar su propia enunciación como si ésta no debiera ponerse a prueba frente a ese contexto. En uno de sus versos, el hablante afirma: «por un momento sentí que podía llamar a los árboles por su nombre». Sin embargo, se le imponen pausas en las que se forja su respiración y desembocan en gestos dubitativos; su voz se relativiza, está obligada a atisbar sus límites («Yo abrí la boca pero no acerté y mi boca fue la cavidad»).

Peñalosa posee cierta elocuencia imaginativa que, por breves lapsos, lo arrastra; de hecho, las páginas de Los que regresan no están exentas de algunas líneas ornamentales, incluso melifluas. Pero, en conjunto, logra evadir ese tono retórico. Libra este escollo abrazando la vocación narrativa del poema, lo que no deja de ser arriesgado en un momento en que los referentes se diluyen y las historias se tornan opacas e inestables. Para Mark Strand, la efectividad del poema narrativo —y, por extensión, de la escritura confesional— depende de que sus detalles operen sobre un universo conocido. En contraste, Javier Peñalosa procede mediante la narración de fragmentos que no nos permiten reconstruir un núcleo diegético muy definido, pero sí alcanzan a mostrar de dónde vienen y cuál es la memoria que ponen en juego.

Esta propensión a la memoria, en un contexto de amnesia generalizada, es otro de los rasgos más notables del libro. En una de sus célebres cartas a Fleiss, Freud afirma que «la más despiadada de las memorias es la que no puede ser traducida». Alimentados por aquello que ya no está entre nosotros (pero ¿quién es este nosotros?), las actas, los registros y los libros de los muertos caen en esta trampa mnemónica. Dan cuenta, nominalmente, de aquello que por definición les resulta inasible: el río que ya no tiene agua, el tiempo que se ha cerrado, el cuerpo que ya no tiene vida. Peñalosa recorre esa intersección, en la que el olvido sólo es relativo («No puede enterrarse el cuerpo del agua, siempre regresa, no sabe desaparecer»). Y su manera de hacerlo es recordar que los cuerpos no son una abstracción; poseen individualidad, movilizan una historia; no son ellos, sino María Eugenia, Fernando, Elena, Manuela, Ignacio, María Cecilia, Carmen, Pablo, Irma… Al mismo tiempo son «la pregunta que su cuerpo hace y no podemos responder».

Peñalosa ha logrado tomarle el pulso a esta zona problemática, recuperando sus trazos, sus registros, sus fracturas incluso, bajo la convicción de que «la oscuridad es una forma de paciencia».