Tierra Adentro

La polémica de unos años para acá es la misma: ¿el Estado mexi­cano debe o no dar becas y subsidios a sus artistas e intelectua­les?, ¿cuáles son sus límites en rubros como la educación y la promoción de las artes? Gabriel Zaid, en Los demasiados libros, criticó el caso de José Vasconcelos, quien mandó a editar cientos de miles de ejemplares con los clásicos de la literatura universal para un país donde casi 50% de los adultos con capacidad lectora no sabía leer, hasta la creación del Fondo de Cultura Económi­ca y del programa del Libro de Texto Gratuito. Zaid se pregunta: ¿para qué imprimir millones de libros que casi siempre estarán en la bodega?, ¿libros que casi nadie leerá? Después asegura que la ambición por imprimir textos sin preocuparse primero por me­jorar los sistemas de educación es sólo un recurso político que permite hablar bien de sí al funcionario sin importar el destino de cada libro. Pero, en la política cultural, los intelectuales mexica­nos siempre propusieron planes para apoyar no sólo la educación, sino a artistas y pensadores. Por este motivo, en la década de 1990, cuando se estructuraba lo que hoy es el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, las autoridades utilizaron la plataforma de la revista descentralizada Tierra Adentro para establecer un sello editorial que publicara textos de jóvenes escritores mexicanos. Desde entonces, el Fondo Editorial Tierra Adentro edita a escri­tores de hasta treinta y cinco años, y cuenta con una distribución nacional. Los libros de esta iniciativa cultural del Estado están presentes en la mente del público lector, aunque no demasiado  en las mesas de novedades de las librerías o en las reseñas de los medios de comunicación. A pesar de ello, ha publicado a escrito­res valiosos. En sus casi veinticinco años de trabajo, al menos tres libros son emblema del Fondo Editorial por sus repercusiones y aportaciones literarias: Gente del mundo de Alberto Chimal (Es­tado de México, 1970), Trabajos del reino de Yuri Herrera (Hidalgo, 1970) y La Biblia Vaquera de Carlos Velázquez (Coahuila, 1978). El primero fue reeditado por Era, una de las editoriales con ma­yor tradición e influencia en el mercado y en la cultura literaria mexicana; el segundo volvió a aparecer en la editorial Periférica, y el libro de Velázquez regresó a librerías de mano de Sexto Piso.

Tierra Adentro, entonces sin saberlo, publicó a algunos de los escritores que ahora forman parte de una generación que los críticos literarios han denominado como “Generación en transición”, es decir, autores nacidos en la década de los setenta que crecieron sin la pesada influencia de un patriarca o guía intelectual totalizador como en su momento fueron Octavio Paz o Carlos Fuentes. Hablamos de escritores que transitaron entre la correspondencia y los libros de papel a los emails y las redes so­ciales; autores que pudieron tener mayor contacto con el mundo y de manera más rápida, mayores libertades de creación y, sobre todo, que descentralizaron de manera explícita a la literatura mexicana. Ni Chimal ni Herrera ni Velázquez nacieron en el Dis­trito Federal; ninguno de estos libros está fincado espacialmente en la capital del país, al contrario: los tres conforman universos y una geografía que acerca lo que antes era lejano para los capi­talinos, y que aleja los clichés de lo que antes se entendía como “letras mexicanas”.

Los tres autores trabajan temas y formas diferentes; sin em­bargo, tienen en común que ninguno describe la realidad. Ex­ploran y dejan en los extremos de la lectura una reflexión sobre la realidad aparente.

En el caso de Gente del mundo, Alberto Chimal propone la crea­ción de un universo paralelo con paisajes, pueblos y civilizaciones que desarrollan costumbres, tradiciones, religiones y sistemas de pensamiento que serían absurdos para los habitantes del planeta Tierra. Pueblos que no comen sino que nacen para morir de ham­bre; hombres cuyo único objetivo en la vida es recolectar todo lo que hay a su paso para nunca más utilizarlo; naciones que no conocen la mentira y, sin embargo, saben que dicen la verdad al demostrar un sentimiento contrario a lo que realmente sienten.

Aun con esta tranquilidad, siempre hay un agente externo que quiere corromper esta estabilidad civilizatoria, lo que convierte a sus personajes en individuos perfectamente humanos, que bien podrían describir la historia de un pueblo del pasado, o los valo­res, virtudes y desviaciones que alguna sociedad podría tener en el futuro.

Los libros sagrados de los an-anesdre (Los que respetamos el tiempo) afirman que un dios vengativo o inescrutable, en la antigüedad orde­nó a este pueblo ‘morir en la hora nona del día’ […] este extraño relato ha tenido, a lo largo de los siglos, diversas interpretaciones… cuando la nación an-anesdre estaba entre las más adelantadas del mundo, la emperatriz Kenil-Dir […] decidió que la hora nona de todo su pueblo había llegado. Ordenó que todas las ciudades, pueblos yaldeas fuesen arrasadas y, cuando no fue obedecida, se suicidó. Como no tenía descen­dencia, su muerte provocó una guerra larga…
Chimal bromea al describir un supuesto territorio descono­cido, cuando realmente está desdoblando a esta humanidad. Algo parecido hacen Carlos Velázquez y Yuri Herrera. La Biblia Vaquera usa la ironía, el sarcasmo y el absurdo para descontextualizar todo; así crea PopStock!, en el que Velázquez se burla de la cotidianidad de la vida mexicana y donde mezcla sin empa­cho la cultura popular mexicana con las de otras latitudes. El personaje de La Biblia Vaquera, por ejemplo, es un crítico literario, artista visual con­temporáneo y vendedor de burritos, además de pollero y militante comunista con una marcada afición por la lucha libre.
Subimos al ring acompañados por edecarnes interna­cionales. Las Primas, grupo femenil de argentinas que cantaban: Saca la mano Antonio, que mamá está en la cocina. De música de fondo sonaba “Never Let Me Down Again” de Depeche Mode. Así se definió mi es­tilo de lucha. Lo que después la banda llamaría Kitsch Retro Neo Vulgar.
Velázquez crea una fantasía donde se habla con un lenguaje spanglish + chilango + teórico. A pesar de este juego desquiciado y elocuente, el libro no deja de lado la violencia y la injusticia que ha azotado al país. En La Biblia Vaquera también aparece la mafia capaz de asesinar, el cri­men organizado de PopStock!, aunque no es lo principal en las narraciones, como sí sucede en Trabajos del reino, de Yuri Herrera.

Antes de Herrera y Velázquez, el norte era descrito como una zona árida, violenta y llena de arquetipos: el narcotraficante malo, un ciudadano o policía bueno que podía combatirlo, la mú­sica norteña, el desierto. También había narraciones periodísticas que retrataban el lenguaje de esta región del país, pero Yuri Herrera (acompañado por Eduardo Antonio Parra y Daniel Sada) cambió la forma de escribir sobre el norte y la violen­cia que sigue asolando a México. En Tra­bajos del reino, Herrera creó una mitología fundacional a través de un compositor de corridos que camina por los paraísos e in­fiernos que componen el reino.

Herrera desnuda las complejidades de la mente de un narcotraficante, sus gus­tos, disgustos y ambiciones, y presenta a un humano que va más allá del narco, una persona que siente y piensa. No es la vio­lencia por sí misma; hay una explicación que se manifiesta en la pobreza económi­ca y de valores. Esta novela no sólo narra la historia, sino que la cuenta como una fábula medieval, donde hay un rey, su cor­te y el pueblo. Al igual que Chimal y Velázquez, Herrera evade la realidad para presentarla con otros símbolos.

A pesar del lenguaje y la creación de espacios alternativos e in­terculturales, Trabajos del reino y La Biblia Vaquera tienen guiños de crítica social, como dice Sánchez Prado en Tierras de nadie, que los escritores no pueden evitar: la violencia que se vive en México, que por mucho tiempo ha arrojado muertos y desapare­cidos. Los mismos que siguen apareciendo en las noticias hasta estos días.

Gente del mundo, La Biblia Vaquera y Tra­bajos del reino tienen otra cualidad que los hermana: los tres contienen un elemento de arte posmoderno, un performance o una instalación. Entre relato y relato de las cul­turas imaginadas por Chimal hay una ficha que representa un cuadro; el cuadro no exis­te, sólo las letras que lo describen, imágenes fantásticas de situaciones que no existieron o existirán. En Trabajos del reino, entre ca­pítulo y capítulo hay un poema que es un remanso literario:
Son. Tantas letras juntas. Suyas. Puestas ahí sin otra cosa que hacer más que fecundar la testa. Son. Muelen la hoja entre rodillos de insomnio, avisan, hurgan la blancura baldía en el papel y en el mirar.

El libro de Velázquez, como dice la ensayis­ta Ana Sabau en Tierras de nadie, es una literatura performática que se burla y pervierte los géneros porque en el texto no existen: se fusionan. Carlos Velázquez crea imágenes donde lo local es lo global y lo masculino es lo femenino. Lo que parecía anómalo, se revela común. Ese ser extraño soy yo, eres tú y todos. Como en Gente del mundo, o el artista y el rey, que son la misma escoria humana en Trabajos del reino. Aunque estas tres narraciones no tuvieron una larga y espectacular promoción cuando se publi­caron en Tierra Adentro, fue un acierto que este sello del Estado los haya incentivado y dado a conocer, ya que son un claro pano­rama de la literatura que se hizo a finales del siglo XX y la primera década del XXI. Li­teratura posmoderna que perturba una tra­dición evidente.