Los caminos del señor: misteriosos, inescrutables.
Titulo: El viento que arrasa
Autor: Selva Almada
Editorial: MARDULCE
Lugar y Año: Buenos Aires, 2012
A primera vista, El viento que arrasa (2012) parece una novela simple, amable con el lector. Su prosa amena discurre ágil entre descripciones de paisajes perdidos y abrasadores en la frontera entre las provincias de Chaco y Entre Ríos. Cuatro personajes constituyen el mosaico de su trama. Su encuentro azaroso en un espacio repleto de quietud, el punto de partida de una historia que tendrá implicancias profundas y hasta metafísicas. Se trata del primer ejercicio narrativo de largo aliento de la autora, quien ya había incursionado en la poesía (Mal de muñecas, 2003 y Niños, 2005) y en el cuento, con Una chica de provincia (2007).
El viento… comienza con la espera. El reverendo Pearson y su hija adolescente, Leni, recorren el país en una tarea evangelizadora incansable, casi nómade, viviendo en hoteluchos en pueblos perdidos y casi olvidados. En su viaje hacia Chaco, la casualidad —o, tal vez, desde la perspectiva del reverendo— la causalidad divina, hace que su auto se descomponga y lleguen al taller del Gringo Brauer, donde deberán esperar un día entero a que su vehículo sea reparado.
Huraño, de actos repetidos, el Gringo vive con Tapioca, su ayudante, aprendiz y ahijado. Casi niño, pero ya adolescente, Tapioca es retraído y silencioso. El reverendo, como es de imaginarse, es un hombre de dios. Desde el día en que su madre decidió que fuera bautizado en las turbias aguas del río Paraná para que pudiera tener un futuro como predicador, Pearson ha dedicado su vida a llevar su mensaje divino a cuanta persona se le cruce. Leni, en plena rebeldía adolescente, reniega de su padre y de la vida que llevan. Le gustaría poder establecerse en algún lugar, tener una vida como el resto de las jóvenes de su edad. Aunque disímiles, los cuatro personajes reunidos por azar en un recóndito y polvoriento lugar del mundo, funcionarán de forma espejada. El cruce entre ellos alterará la aparente calma en que discurre su existencia y provocará consecuencias impensadas en sus vidas.
El momento de la espera, entonces, producirá movimiento. De a poco, en el tiempo muerto de un día caluroso, entre cerveza y cerveza y con una tormenta que amenaza con llegar en cualquier momento, el Gringo y el reverendo irán conociéndose más y más. Estos hombres viejos, un poco cansados de la vida, se animarán a contarse anécdotas y secretos que hasta el momento habían guardado sólo para ellos mismos. Pero esta relación no se dará sin tensiones: el gringo es ateo, el reverendo encuentra propósitos divinos en todas partes. Para los jóvenes del relato, por su parte, el mundo detenido de la adultez representa una coraza de la que buscarán desprenderse. Aún más para Leni, única mujer en un universo masculino estanco y repetitivo. Esta rebeldía escondida no podrá más que decantar en una amistad entre ellos, silenciosa y tierna.
Por otro lado, la situación de la espera se nos presenta enmarcada en la descripción minuciosa y pintoresca de paisajes ínfimos, perdidos, detenidos, al igual que la vida de los personajes que los habitan. La carretera casi infinita, el taller improvisado del Gringo, el cementerio de chatarra y su despojo de carrocerías muertas, los perros que se multiplican. Y, siempre omnipresente, una naturaleza volátil que azota a los hombres con el calor abrasador, el viento que arrasa constante, el polvo que todo lo alcanza. Incluso, la naturaleza parece acompañar el periplo emocional de los personajes con sus avatares climáticos. La tormenta que finalmente se desata por la noche será el escenario de una epifanía colectiva en la que el Gringo, Tapioca, el reverendo y Leni se sentirán en comunión mutua.
A través de una prosa amena y de descripciones certeras, El viento que arrasa nos muestra que debajo de toda calma se esconde una tempestad a punto de desatarse y que, detrás de toda existencia detenida, puede haber un germen de cambio. En resumen: se trata de una tierna, tiernísima novelita chaqueña.