Los amorosos en el Olimpo de las multitudes
Hay dos clases de poetas modernos: aquellos, sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben: Lucero, luz cero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores coleros, etcétera, y aquellos que se tropiezan con una piedra y dicen pinche piedra. Los primeros son los más afortunados. Siempre encuentran un crítico inteligente que escribe un tratado sobre las relaciones ocultas entre el objeto y la palabra y las posibilidades existenciales de la metáfora no formulada. —De ellos es el Olimpo que en estos días se llama simplemente el Club de la Fama.
Jaime Sabines
En una nota del primero de septiembre de 2010 que conmemora los sesenta años de la publicación de «Los amorosos»,[1] Javier Aranda Luna señala que estamos ante uno de los poemas más importantes de la literatura mexicana. El poema se publicó por primera vez en Horal, una plaquette que editó el Departamento de Prensa y Turismo de Tuxtla Gutiérrez en 1950; en este primer material el poeta reúne una serie de poemas con tema amoroso que compuso durante su primera estancia en la Ciudad de México.
El poema está compuesto por diez estrofas
irregulares en verso libre,
estructurado con figuras de
repetición como la anáfora y
el polisíndeton, es por ello que
rememora el tono conversacional de ciertos discursos que son
proferidos en primera persona desde
el espacio privilegiado de la tribuna pública: y que representan la voz del poeta que
es capaz de sintonizar el sentir de las multitudes y expresarlo en un discurso supremo.
El tema del poema es el retrato de un neo Don Juan sublimado por la idea del amor eterno. Este Don Juan dejará la corte para enamorar con sus metáforas y ocurrencias en las calles, las fonditas y los cabarets: un Don Juan medio venido a menos pero que no pierde su ansia de amor y que se reviste de una imagen que lo hace parecer vulnerable, tierno y acosado por el insomnio, «Encuentran alacranes bajo la sábana y su cama flota como sobre un lago».
El Don Juan de los amorosos se muestra vulnerable y es acogido por el plural del adjetivo «amorosos»; no es uno sino todos: muchedumbre. Quizá por eso sea uno de los poemas más importantes para aquellos que llevan rankings de los poemas más importantes de la literatura nacional, por la colectivización de una categoría un poco ambigua, «el amoroso», en el que se agruparán todos «los amorosos» que así lo deseen. Y quizá lo sea, también porque toca un tema ampliamente difundido en la tradición literaria hispánica, aquel que inaugurara Tirso de Molina en la figura del Burlador de Sevilla, obra en la que el Don Juan es castigado, y que posteriormente sería retomado con mayor condescendencia por diversos autores para componer óperas, novelas, cuentos; y ya en el siglo XIX, el clásico Don Juan Tenorio que compuso José Zorrilla y que se representa tradicionalmente cada temporada de día de muertos, incluyendo la variante representada por los cómicos mediáticos del momento, desde el ultimado Paco Stanley hasta el presentador Daniel Bisogno. También puede que este poema del joven Jaime Sabines sea uno de los poemas más importantes, por las muchas ocasiones en que es rememorado para hablar del amor desde los programas televisivos hasta las estaciones de radio en los que se difunde esta definición: «El amor es el silencio más fino, el más insoportable». Quizá, lo importante del poema venga entonces de su popularidad y de su cercanía con la cultura mediática y la reivindicación de los valores que enaltecen la figura de un Don Juan amoroso.
En una entrevista realizada por Gabriela Atencio, Don Jaime Sabines dice: «Nunca me he considerado un Don Juan. Gregorio Marañón, gran psiquiatra y escritor español, escribió un libro sobre Don Juan y Casanova, en el que establece las diferencias entre ambos. Dice que ambos son enamoradizos, les encanta andar de una mujer a otra, pero Casanova pretende la eternidad amorosa». Cosa que está muy bien dicha, salvo por un detalle: el Don Juan es un personaje literario y Casanova es primeramente un personaje histórico, y ponerlos en el mismo plano y extraer de ellos perfiles psicológico-sociales parece un método poco ortodoxo. No obstante, Don Jaime Sabines explica que su visión y su actuar amoroso toman ejemplo de ese personaje emblemático: «Es lo que he sido yo, que he pretendido el amor, por eso digo en los amorosos, que “van entregándose, dándose a cada rato”. El amor es lo último, lo eterno, lo permanente. Pero al mismo tiempo, como también expresó en ese poema, “los amorosos se ríen de los que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite”». Ese juego con la ambigüedad del amoroso, que por un lado busca el amor y por otro se burla de los que creen en él, es uno más de los rostros de este personaje anclado fuertemente en los valores que enaltecen la amorosidad masculina, tanto como encumbran la castidad y virginidad femenina, como en el poema a la tía Chofi:
Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi,
pero esa tarde me fui al cine e hice el amor.
Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta
con tus setenta años de virgen definitiva,
tendida sobre tu catre, estúpidamente muerta.
O que en otros casos, como en ese panegírico «Canonicemos a las putas», donde mediante la jerga eclesiástica el poeta elogia y exalta un imaginario acerca de la generosidad, la voluptuosidad y el bien colectivo que la prostitución ofrece a la sociedad; aunque muy osadamente, porque en ningún momento considera las implicaciones económicas y sociales que se desprenden de un negocio en el que la mayoría de las ocasiones se ejerce violencia contra las mujeres involucradas y que de lo enunciado en el poema se desprende que son alimentos, mercancías:
En el lugar en que oficias a la verdad y a la belleza de la vida, ya sea el burdel elegante, la casa discreta o el camastro de la pobreza, eres lo mismo que una lámpara y un vaso de agua y un pan.
Porque para el lenguaje de la época era de gran osadía decir claramente lo que se pensaba, poner el tema sobre la mesa y decir lo que los demás, hombres poderosos, hubiesen querido decir con gracia. Esa franqueza del discurso sabiniano es quizá lo que más se alaba de sus poemas, que podía decir lo que le viniera en gana sin ninguna corrección política, puesto que su franqueza consistía en alabar los valores establecidos y poetizarlos; por eso se llamaba a sí mismo el escribano de la vida, y por el hecho de que su poesía no implicaba ningún ejercicio intelectual, de lo que él mismo se enorgullecía como en el poema que sirve de epígrafe a este texto.
Jaime Sabines fue un autor alabado, premiado y reeditado; la edición de su obra en Lecturas Mexicanas en 1986 tuvo un tiraje de cuarenta mil ejemplares, y sus poemas llenan páginas de libros de texto, parabuses y vitrinas en el metro de las multitudes. Don Jaime Sabines nunca dejó de pertenecer a aquel salón de la fama del que renegaba. El mismo Javier Aranda señala: «Tal vez por eso el nombre de sus lectores es multitud, legión, muchedumbre»; no porque cuestionara los valores de su época, sino por formularlos con franqueza y osadía.
[1]http://www.jornada.unam.mx/2010/09/01/index.php?section=opinion&ar ticle=a06a1cul, consultado el 30 de enero de 2016.