Lo que no entendió Chumel
Cartman, un chiquillo racista, clasista, misógino y un enorme etc. de atributos que lo muestran como alguien que detesta toda forma de otredad, ejemplo de un personaje que muchos llamarían políticamente incorrecto, durante el episodio 11 de la temporada 9 de South Park, llamado “Nenes Colorados”, sufre una épica metamorfosis; al inicio del programa Cartman va construyendo toda una serie de argumentos con los cuales sostiene que los pelirrojos no son más que una banda de degenerados y parias cuyo único destino posible es el exterminio o el exilio. Conforme el episodio avanza, sus amigos deciden jugarle una broma, mientras Cartman duerme, Kenny, Stan y Kyle le tiñen el cabello. Al despertar, Cartman tiene un cortocircuito al verse él mismo como un pelirrojo, es el rotundo diagnóstico de un médico que lo lleva a aceptar como cierto el hecho de que él era ya parte del grupo que detestaba. Ser parte del colectivo oprimido (por él mismo) lo obliga a cambiar de bando, y lo que inicialmente parecía como una lucha por los derechos civiles de los pelirrojos, deviene en el nacimiento de un movimiento supremacista.
Una lectura lineal y plana de lo sucedido en el episodio, nos llevaría a pensar que el centro de las bromas gira alrededor de los pelirrojos, sin embargo, al leer el episodio en un contexto cultural específico, es claro que el centro de la broma es el propio Cartman quien escenifica las contradicciones y los argumentos pueriles de los grupos de la derecha racista, es en términos simples, un sarcasmo. Series como Los Simpson, South Park, The Colbert Report, e incluso, Drawn Together (la Casa de los Dibujos), que en apariencia vendrían a ser, de acuerdo por muchos paladines de la libertad de expresión, ejemplos de contenidos ofensivos pero permitidos en donde se hacen chistes racistas, homófobos y apologías violentas, son en realidad una sátira que busca burlarse, no del sujeto subalterno, sino desnudar la construcción argumentativa de cierto pensamiento conservador.
En un contexto muy distinto a la televisión estadounidense, y guardando la debida distancia, esta lógica de desmontar los dichos del adversario, no mediante la distancia de ellos, sino mediante su apropiación y radicalización, ha sido llamada por el colectivo Luther Blissett, en su Manual de Guerrilla de la Comunicación 1 , como el principio de “sobreidentificación”, que describe el acto de mostrar todo aquello que no se dice abiertamente, pero que sin embargo subyace en todo discurso del orden dominante. El colectivo esloveno, Neue Slowenische Kunst (NSK), surgido en la entonces República Federativa Socialista de Yugoslavia, y cuyo proyecto más reconocido es el grupo musical Laibach, fueron pioneros en esta práctica al construir todo un performance multimedia en el que se retoman ciertos elementos de estéticas autoritarias, del nazismo al estalinismo, conjugadas en una banda de rock industrial, su éxito radica en que el performance es tan apologista del autoritarismo que resulta difícil saber si es una sátira o una verdadera reivindicación, o ambas si es que acaso eso es posible; no es de extrañar que la primera banda occidental, y hasta el momento la única, que ha dado un concierto en Corea del Norte haya sido Laibach, cuya travesía puede ser conocida a través del documental Liberation Day (2016) dirigido por Morten Traavik y Ugis Olte.
Un ejemplo más cercano de lo que la ejecución del principio de sobreidentificación representa es el personaje de Micky Vainilla, del extraordinario cómico argentino Peter Capusotto. El actor interpreta a una celebridad adinerada, quien a pesar de que en el discurso se presenta como una persona abierta y tolerante, se ve permanentemente perdido en un laberinto de contradicciones ante el hecho de que sus creencias internalizadas pero no dichas, aspiran a un mundo controlado por el supremacismo blanco, jerárquico y colonial. Cuando Capussotto hace un chiste sobre los pobres, el sujeto del chiste no es el pobre, es el sujeto que emite el juicio. A lo largo de la historia al bufón se le ha concedido la protección de la ley, no porque se burla del oprimido, sino porque se burla del poderoso, de su sociedad, y de las relaciones que la reproducen, de sus contradicciones y malestares, el bufón pone en riesgo su vida porque está en un relación desigual entre él y el sujeto de su broma, ya sea por el número de individuos al que atañe el comentario, o por el poder que ostenta alguno de los ofendidos, cambiar la correlación de fuerzas llevará a la transformación de bufón a bully (abusador), ya que no desnuda al poder, por el contrario, lo refuerza y potencia, naturalizando su discurso y lógica argumentativa.
Incluso la aceptabilidad de una broma o comentario, por más ácido que estos sean, obtiene su permisividad social en tanto no existe esta relación de poder, los roast, los duelos de comediantes o las ahora famosas batallas de freestyle, que aunque puedan llegar a acalorarse, el principio de igualdad entre los participantes, es lo que le otorga legitimidad al acto, es lo que permite la mofa sobre alguna condición física, la pertenencia étnica, e incluso, hasta argumentos sobre sus madres, la posibilidad del comentario no está en el chiste per se, está en el contexto. Algo que parece no han entendido humoristas como Chumel y similares, es que bajo el supuesto de atacar a un gobierno en la forma en la que lo hacen, no están desnudando al poder, por el contrario, intentan construir el chiste caracterizándolo bajo los prejuicios de lo que desde el poder se entiende son los comportamientos, la cultura y los fenotipos de las clases subalternas en México, la Presidencia de la República es un nodo de poder, no es el poder en sí mismo. Y es que si en el contexto está la clave de la permisividad o no de una broma, lo que habrá que decir es que los comentarios se emiten, no solo en el contexto de un sexenio, sino en un contexto mucho más amplio que excede el chisme y el acontecer de la política institucional.
Lo segundo que no parecen entender, y que es incluso mucho más grave, es que el comunicador público está siempre en una correlación de fuerzas favorable; hoy la supuesta democratización del debate público en el que parecería que hay una lucha de uno contra uno, usuario contra usuario, es falsa, y es que siempre habrá quienes por diversas razones poseen más fuerza y visibilidad, las cámaras, los medios, los seguidores, todo lo que envuelve a una celebridad será siempre una estructura que empodera al sujeto emisor frente al sujeto promedio, el interlocutor del comentario generalizado desde la palestra pública, no es el usuario en lo particular, es el colectivo en su conjunto, quienes jamás podrán rebatir o burlarse del cómico con la misma potencia y alcance que él. La burla en una condición de privilegio siempre será cobardía. ¿El humorista se atrevería a realizar el mismo chiste frente a su sujeto señalado sin la fuerza de las cámaras, los seguidores y la visibilidad pública? ¿Qué condiciones deberían de darse para que esto pudiera suceder? Que el contexto sea propicio y existan cuando menos condiciones de igualdad entre el emisor y el sujeto de la broma.
Es con estas dos ideas que es posible escapar de la falsa dicotomía entre libertad y respeto, si bien la línea siempre será delgada, es cuando menos un razonamiento base distinto al todo vale o a la cancelación generalizada, que además de ser una burda estrategia para combatir la sensibilidad reaccionaria, parece incluso fortalecerla, y es que con el pesar de los autoafirmados defensores de la libertad de expresión, generación de acero, combatientes contra lo woke, parecerían compartir con ellos su incapacidad de entender el sarcasmo.