Libros y salchiburgers en UANLeer
Los pasillos se notaban vacíos. La mayoría de la gente portaba un gafete y la camiseta roja de staff de la feria. Quería asistir a una presentación en la Sala Fósforo a las tres de la tarde. Un guardia me indicó el camino y me perdí. Volví a pedir indicaciones, ahora a la chica coqueta del stand de información, y me mandó al lado contrario. Me detuve a mirar unos libros en el local de Planeta.
«¿Qué buscaba, joven?»
Volví a notar la ausencia de visitantes. Es jueves en la tarde, pensé, los niños ya salieron de la escuela, los adultos están en el trabajo, por eso la atmósfera de pueblo fantasma.
Conversé con el vendedor por diez minutos. Compré El uranista (Tusquets 2014), de Luis Panini. Aproveché para preguntar por la Fósforo. El hombre no tenía idea.
Ese día no hallé la sala. En Facebook había dicho que asistiría al evento. Seguro el autor pensó que soy de esos seres descarados que dicen sí y nunca van a nada.
UANLeer es la feria del libro organizada por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Este año los invitados especiales fueron la Alianza Francesa y Editorial Almadía, ambos con locales amplios y atractivos en el ala más accesible a los visitantes. La Alianza Francesa se lució: llevaron a Jean-Marie Gustave Le Clézio, sobran las presentaciones. Almadía llevó cursos, autores y buena literatura.
Es el primer año que asisto, aunque es la quinta edición de la feria. La sede es el Colegio Civil Centro Cultural Universitario, un lugar hermoso, limpio, céntrico, con salchiburgers de primera calidad, pero con pasillos angostos, acústica problemática y un acceso complicado para los automovilistas.
De los seis días que duró la feria, fui de jueves a domingo; me perdí la inauguración y la clausura. El sábado había más gente en los pasillos que el jueves. El viernes había más editoriales (la página oficial de la feria dijo que 70) que compradores. El domingo olvidé fijarme, pero en el stand de Escritores Independientes me encontré a la escritora Andrea Saga, quien ese día también hacía de vendedora, y me dijo: nadie pasa por aquí.
En resumidas cuentas: la feria se sentía vacía. Sin embargo, ahora resaltaré un panorama contrastante, de las nueve o diez presentaciones a las que asistí, en todas siempre había más de treinta personas en el público. Y en más de la mitad la sala estaba llena. Ninguna era de autores conocidos o bestsellers, lo que pasa es que el programa de UANLeer se las ingenia para ser diverso y completo, sin amontonar. En otras palabras: calidad sobre cantidad.
La abundancia de alumnos en camisetas rojas y gafetes, garantizó una logística eficiente y personalizada. En los talleres que impartí, los chicos de staff participaron con entusiasmo para cubrir las sillas vacías, de paso les servía de capacitación.
Gran parte del ala norte se dedicó a la literatura infantil y juvenil: presentaciones teatrales, cuentacuentos y algunos espacios dispuestos para talleres. Pero me sorprendió ver sólo dos librerías especializadas en literatura infantil y juvenil.
Mientras tanto, nadie encontraba los baños, la máquina de café no servía en una de las dos cafeterías y el pasillo de las editoriales independientes de Monterrey, que tanta efervescencia han provocado, recibía más moscas que visitantes.
Tengo entendido que la Universidad Autónoma de Nuevo León contrató a una empresa externa para realizar un diagnóstico preciso de la feria. Tuve oportunidad de conversar con uno de los involucrados, aunque sin mucho detalle sobre el tema. Lo primero que me dijo: hay muy pocas editoriales independientes nacionales y las ponen en el segundo piso, donde no pasa nadie.
Decidí evaluar la situación por mi cuenta. Esto fue el viernes a las seis de la tarde. En cinco minutos sólo veintitantas personas subieron las escaleras al ya citado segundo piso. Veintitantas porque aunque medí el tiempo, me distraje algunos segundos y no sé si conté personas de más o de menos. Pero después me uní a la veintena, para hacer bulto.
Otra vez, en resumidas cuentas, la feria se sentía vacía en comparación a mis expectativas, a mi experiencia en otras ferias, a la magnitud de lo que UANLeer seguro llegará a convertirse en unos años. Porque crecerá, sin duda. Este año marcó un punto de quiebre en la historia de la feria.
Queda la promesa para el 2016 y el recuerdo de lo bueno: las presentaciones abarrotadas, la cabina de booktubers, los talleres de crónica literaria para jóvenes y los de lectura para niños, Le Clézio, Almadía, la oferta editorial, la máquina de café que sí servía y, claro, los salchiburgers.