Leyla McCalla: música y poesía para hacer frente al racismo
“Yo soy el hermano más oscuro. Ellos me mandan a comer en la cocina / cuando la compañía llega, pero yo me río, y como bien, y crezco fuerte”. Así de francos y contundentes son los versos de Langston Hughes, poeta norteamericano que a partir de la mitad de los años veinte del siglo pasado encabezó una revuelta literaria desde el corazón del barrio de Harlem, en New York.
Nada sencillo le resultó a la cultura afroamericana obtener respeto dentro de la vida pública de los Estados Unidos; se trata de una causa que a tirones se ha hecho de espacios en la civilización occidental. Hughes (1902-1967) fue el impulsor del Renacimiento de Harlem, a través de su extensa obra, la cual incluye poesía, nutridas incursiones en el ensayo, historia, teatro y su autobiografía.
Aunque uno pensaría que la discriminación y el racismo están erradicados en la actualidad, la realidad es que los medios de comunicación, como el internet, nos muestran en tiempo real sucesos que contradicen nuestras ideas al respecto, por ejemplo: la brillante reacción del futbolista brasileño del Barcelona, Danni Alves, quien dio una mordida a un plátano que le fue arrojado por algunos aficionados del Club Villarreal. Casi al mismo tiempo se desató otro escándalo: Donald Sterling, dueño de los Clippers de Los Ángeles, fue grabado cuando daba un discurso racista, en él conmina a su novia de que no le pasara a sus amantes negros por la cara y mucho menos que los invitara a los partidos de basquetbol.
En términos sociales todavía queda mucho por arreglar para que el racismo desaparezca. Se trata de una causa abierta. A propósito de tales dislates difundidos de manera global, el periodista español José Luis Triviño publicó un texto titulado: “Todos somos monos”, en el que se lee: “Decía Miguel de Unamuno que el fascismo se cura leyendo y el racismo, viajando. Desgraciadamente ninguno de los dos medicamentos parecen haber curado esas dos grandes lacras sociales que todavía perviven en nuestras sociedades”.
Si hay que apostar por la lectura y los viajes como no revalorar la vida y el legado de un autor como Hughes, quien fue marino y recorrió África occidental y Europa antes de dejar el oficio e irse a París, donde conoció a escritores de la llamada Generación perdida: Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald. Para luego establecerse en ese populoso barrio de Nueva York e impulsar una forma de arte influido absolutamente por el jazz, sus ritmos sincopados e improvisaciones.
Langston viajó, leyó y escribió mientras se regodeaba de sus orígenes raciales y del arte –especialmente de la música‒; fueron éstas sus fuentes de inspiración inagotables para crear.
Una muestra de la fuerza y belleza de su poesía:
“En un cabaret de Harlem
seis Jazzistas de cabeza alargada tocan.
Una bailarina con ojos vivaces
se levanta lo más alto el vestido de seda de oro”.
Debido a todas estas circunstancias y aspectos de la vida de Hughes, su legado todavía es capaz de inspirar a una camada de jóvenes artistas interesados en el tema de la negritud. Como es el caso de Leyla McCalla, que procede de una familia de haitianos aunque ella nació en Nueva York. Guarda relación su novel biografía con la de Hughes, ya que ella también radicó un tiempo en África, particularmente en Ghana, antes de mudarse definitivamente a Nueva Orleans, otro lugar marcado por la migración y nada exento de descalificaciones raciales.
Desde allí preparó su debut discográfico a partir de una austera instrumentación: un banjo y un chelo. Tomó un puñado de versos de Langston Hughes y los cantó desde una perspectiva delicada y contenida. Así fue como surgió Vari-Colored Songs (Music Maker, 2014), que tiene un sello criollo y una sobria belleza. No en vano trabajó en una de las capitales del blues y el jazz; un sitio que transpira música por cada uno de sus poros.
Para su debut aprovechó su experiencia con los Carolina Chocolate Drops y en canciones como “Mesi Bondye” hay algo de confesional y autobiográfico. No se trata de una obra con un sólo eje temático, sino con varias líneas narrativas que coinciden en cierto punto de vista.
Lo que ha llamado poderosamente la atención es la creativa forma en la que toca el chelo: se deja llevar por lo que pide la canción y, en ocasiones, recurre al arco tradicional, pero también rasga sus cuerdas y hasta las acaricia. Y mientras canta entrevera el francés, el inglés y el creole con naturalidad. Hace que distintas tradiciones del folklore converjan en lo suyo; pasa de “Manman Mwen” a un “Love again Blues”.
De los 14 temas contenidos en el disco uno es de su autoría: “When I can see the valley”, que transcurre con pura voz y violonchelo; del poeta norteamericano toma siete poemas para musicalizarlos (vale la pena conocer el libro Blues, editado en 2004 por la editorial española Pre-textos) y por si fuera poco colabora con el compositor Kurt Weill, quien utilizara el tema “Lonely house” de Hughes para el musical Street Scenem, en 1947.
La artista ha podido trabajar bajo sus propias expectativas, pues los fondos para realizar la producción provienen de una exitosa campaña de crowdfounding. Pudo tributar a sus anchas al poeta y reivindicar al pasado a través de una forma de arte musical elegante y lleno de sensibilidad. Discos como éste no se dan todos los días… y menos los que tan decididamente ayudan a hacer frente al racismo y a la discriminación.