Tierra Adentro
Fotografía: Pixabay

Titulo: La cámara oscura

Autor: Georges Perec

Traductor: Mercedes Cebrián

Editorial: Imedimenta

Lugar y Año: Madrid, 2014

 Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa. 

Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso.

Roberto Bolaño

La cámara oscura es un libro que contiene 124 sueños de Georges Perec, escritos entre mayo de 1968 hasta agosto de 1972, cuatro años de transcripciones oníricas sobre situaciones absurdas o banales. Tener acceso a los sueños de Perec debiera, en teoría, darnos un acercamiento a su vida –si pensamos en los sueños como metáforas de la realidad– o su psique –sería un error suponer que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar la relación existente entre ambos, dice Freud en su canónica interpretación.

No. 52

Febrero de 1971

A la orilla del mar

Fue un relato rico en peripecias. Transcurría cerca de Niza, a la orilla del mar. Quizás en Menton. Era sobre Alain Delon, o sobre un amigo de Alain Delon. Cené en un restaurante cuyo dueño conocía a mi tío. Más tarde, quise volver; llamé por teléfono pero, finalmente, no reservé. Mi tío, recuerdo que de modo bastante seco, me lo reprochó, no sé por qué, quizás porque no le dije nada al respecto. He vuelto a París en un vehículo fantástico, ultra-moderno, muy de ciencia ficción. Me acuerdo de las ventanillas panorámicas. Velocidad vertiginosa.

Entonces, si juzgamos como génesis de los sueños las combinaciones entre realidad y psique, podríamos hablar de La cámara oscura como un lugar entre las situaciones y los símbolos y, por tanto, interpretarlo significaría buscar procurarles un sentidosustituirlo por algo que pueda incluirse en la concatenación de nuestros actos psíquicos como un factor de importancia y valor equivalentes a los demás que la integran, escribiera Freud. Ya sea que los sueños tengan como propósito la manifestación de pulsiones ocultas del inconsciente (Freud), o que tengan una función compensatoria (Jung), lo cierto es que ambas visiones dependen del análisis de los símbolos –el vehículo fantástico, ¿qué representa? Y más aún: ¿qué representa en relación con el resto?

Si pudiéramos movernos en dicha dimensión, si fuéramos expertos en Freud y Jung o, al menos, estudiosos de la vida y obra de Perec, dicho marco nos permitiría concatenar signos, hablar entonces de la condición de ser judío para Perec, de su afición por los pechos lindos –Perec y la mujer–, del absurdo y un largo etcétera.

Esto, sin embargo, no es materia común para el lector –descifrar la fenomenología de la psique y los hechos–, por lo que el libro se convierte en material de estudio para los que sí son capaces de hacerlo. Para el resto de nosotros, el texto resulta en un ejercicio, otro de los tantos que Perec, junto con Queneau y Calvino, propusieron. Hay que ser honestos: ser lectores de un sueño es brutalmente aburrido.

Perec advierte en el prefacio que, al transcribir los sueños, quedaron demasiado escritos. ¿Habría que juzgarlos, entonces, como cuentos o breves relatos? No, dado que el acto narrativo es inexistente  y uno se acerca al libro como se accede a un registro –¿qué tipo de interés me supone un texto a cuya lógica no tengo acceso? El autor responde: “mi experiencia de soñador se convirtió, de forma natural, en nada más que la experiencia de escribir: ni revelación de símbolos, ni ruptura del sentido, ni esclarecimiento de la verdad (aunque me parece que, muy en el fondo de aquellos textos, queda constancia del camino recorrido, de una búsqueda a tientas), sino el vértigo de poner lo que fuera en palabras, la fascinación de un texto que parecía producirse por sí solo”.

En la dimensión que corresponde –como experimento, como género híbrido– Cámara oscura es una lectura placentera, con notas propias del humor de Perec aquí y allá. No deja, sin embargo, de presentar retos: el texto conlleva una serie de instrucciones que permiten su recorrido –de ahí el epígrafe de Harry Mathews: porque el laberinto no conduce a ningún lado, salvo al exterior de sí mismo. Las primeras páginas dan la guía: el uso de la sangría determina un cambio en el espacio del sueño, los cambios tipográficos como las itálicas apuntan un elemento significativo, etcétera. Perec incluso señala las omisiones voluntarias con el signo “//”[1]. El apéndice, por su parte, permite la clasificación de los temas –u obsesiones– recurrentes a lo largo de esos cuatro años.

La contraportada señala que “Perec estaba convencido de que todo el mundo significativo está hecho de sueños”. Esta aseveración es difusa, si se contrasta con lo que el propio Perec dijo del libro más adelante:[2] “Ya casi no me acuerdo de que fueron sueños; no son ya más que textos, estrictos y turbios, enigmáticos para siempre, incluso para mí que no sé ya muy bien qué rostro asociar a qué iniciales, ni qué recuerdo diurno inspiró secretamente qué imagen desvaída, de la que las palabras impresas no volverán a dejar, ya fijadas para siempre, más que una traza opaca y limpia a la vez”.

Fuera toda metáfora e imagen, La cámara obscura se compone de cotidianidad y absurdo. Como tal, es una lectura prescindible entre tantas otras opciones que Perec tiene para nosotros.

 

 


[1] ¿Por qué? Tal recurso funciona para hacer hincapié en eso que no se comenta, lo oculto, lo –probablemente– importante, una manera más de hacer evidente que la idea de transcripción –por definición, una copia o registro fiel de un discurso o situación– es un artificio que, más bien, responde a la voluntad del narrador.

[2] Rodrigo Pinto tiene un texto interesante llamado “La lista de Bolaño y Perec” donde recupera todas estas notas.