Tierra Adentro

Hace algunos días, entre el 15 y el 17 de mayo, se realizó la cuarta edición de LéaLA, la feria del libro en español que desde el año 2011, se organiza en la ciudad de Los Ángeles. Sin duda, la mesa más interesante a la que asistí fue en la que participaron la lingüista mixe Yásnaya Elena Aguilar Gil y la poeta zapoteca Irma Pineda, moderada por la escritora fronteriza Cristina Rivera Garza. Este texto es, sobre todo, un «resumen» o, mejor dicho, una «selección» de las ideas expuestas aquella tarde.

1. «¿Qué es una lengua indígena?», fue la pregunta con que Yásnaya Elena Aguilar Gil, originaria de Ayutla en sierra mixe de Oaxaca, inició su participación en Léala.

En su presentación, la lingüista aseguró estar interesada en el acelerado proceso de extinción de muchas lenguas «indígenas» o no hegemónicas en el mundo, así como en la difusión de la diversad lingüística que existe en México. También dijo estar interesada en caracterizar eso que comúnmente, vagamente, llamamos lengua indígena.

Hace algunos años, apoyados en distintos cálculos matemáticos, la lingüista y otros investigadores estimaron la tasa de la pérdida de la lengua en determinado pueblo de la sierra mixe. No recuerdo de qué pueblo se trataba; sin embargo, los resultados no fueron alentadores: si continuara ese ritmo de pérdida, en 50 años ya no quedaría ningún hablante. Ni uno solo.

De acuerdo a Yásnaya, al finalizar la colonia, entre el 65 y el 70% de la población total de México hablaba una lengua indígena y ahora, 200 años más tarde, sólo el 6.5% lo hace. La reducción es importante. Especulando poco, podríamos decir que en 80 años sólo el 1% de la población total del país hablará alguna de esas lenguas. En México, existen 12 grupos lingüísticos; en Oaxaca existen seis de ellos. Hasta hace poco, sólo quedaban cinco hablantes de kiliwa, una lengua que se habla en el norte; y en Oaxaca, cinco de ixcateco. La muerte de una lengua está muy relacionada, sin duda, a la muerte o a la represión de sus hablantes.

Pero está acelerada reducción o extinción de las lenguas no sólo ocurre México. «Siempre han muerto lenguas, pero nunca como hasta ahora», dijo la lingüista. «El ritmo al que se están perdiendo es impresionante; mucho mayor al de la pérdida de la diversidad biológica, por ejemplo». Desde su perspectiva, eso está relacionado a «la creación del mundo como lo conocemos hoy, o sea, en países», con la constitución de Estados. En el mundo, aproximadamente conformado por 200 países, se hablan 7 mil lenguas; así, aquellas lenguas que no son oficiales o hegemónicas —6 mil 800 de acuerdo a esos cálculos— están en riesgo.

Pero, a todo esto, ¿qué es una lengua indígena? «Algunas personas dicen: es una lengua más poética». Pero no, «no es cierto: entonces negaríamos que lenguas como el español o el inglés lo fueran», asegura. Otras dicen: «Es una lengua que se hablaban antes de la llegada de Colón». Eso, parcialmente, es cierto pero podríamos decir, por ejemplo, «que el Bretón, que es una lengua que se habla en Francia, es indígena». Muchas otras personas utilizan la categoría «originaria» para referirse a estas lenguas, pero ésa, de acuerdo a la lingüista originaria de Ayutla, también es una palabra que puede rebatirse: «el japonés es una lengua originaria, pero no es una lengua indígena: siempre ha estado ahí, pero en ninguna legislación en el mundo, ni en ningún movimiento, se le conoce» de esa forma.

Sin embargo, la «clave» para definir una lengua indígena está en otra parte: «En Francia, se hablan 12 lenguas distintas al francés; en el 2008, los hablantes de estas lenguas pidieron que reconocieran su existencia; la academia francesa de la lengua dijo que no porque eso atentaba contra la identidad nacional, y para mí eso es una gran clave». Es bien sabido que el Estado, como totalidad endógena, buscaba, utilizando palabras de Sonia Lombardo de Ruiz, «aglutinar a la sociedad en su conjunto»; cercarla a través de varios elementos que incluían el mito de un origen común y compartido, es decir la historia y, sin duda, una sola y única lengua. El Estado tenía entre sus objetivos eliminar las diferencias y borrar los contornos de esa diversidad que, desde su perspectiva, sólo era problemática y compleja. En ese sentido, aseguró la lingüista, «una lengua indígena es una lengua precaria, distinta a la que utiliza el gobierno de determinado país». Así, es probable que esa precariedad compartida sea una de las pocas generalizaciones que podrían hacerse en este caso. «Fuera de eso, todo es diversidad». Entonces, «cualquier lengua cuya población y territorio no alcanzó a formar su propio país es una lengua indígena y por lo tanto siempre es precaria frente a cualquier lengua que utilice el Estado». En México no existe una lengua oficialmente; pero de facto es el español.

Una lengua indígena, por lo tanto, es «una lengua sin ejército, sin marina y sin gobierno que la respalde». Si confiamos en los números y en las estadísticas, la mejor «política lingüística que ha habido en México es la castellanización. Estuvo planeada, tuvo un presupuesto, José Vasconcelos lidereó esta tarea y lo hizo muy bien; lo que no consiguió la Colonia en 300 años [porque] sólo el 30% hablaba español», en 200 años fue posible: la población de lenguas indígenas se redujo del 65 al 6.5% «rápidamente». De alguna forma, para el Estado, se trató de un logró. Y fue con ese logró que se establecieron y sedimentaron distintos prejuicios: desde aquellos que insisten que las lenguas indígenas no tienen escritura y que, además, la palabra “correcta” para nombrarlas es dialecto. Habría que recordar, que «desde la lingüística, la palabra “dialecto” se refiere a una manera particular de hablar una lengua, y bajo esa definición, todos hablamos un dialecto específico de una lengua determinada. Un hablante de español, por ejemplo, no puede hablar el español de Madrid, el español de Chihuahua y el español de la Habana al mismo tiempo. Nadie que habla español habla todos los dialectos del español. No existe una manera neutra de hablar español; por fuerza, todos los hablantes de esta lengua hablamos un dialecto de ella». [1] Y habría que recordar que las culturas mesoamericanas fueron de las primeras en desarrollar la escritura pero con la colonia, se interrumpió el desarrollo de esa tecnología.

Así pues, la definición de lengua indígena que ofreció Yásnaya Aguilar fue una definición de una lengua en una relación inequitativa frente a otra dominante. En ese sentido, unos días más tarde, Cristina Rivera Garza hizo la siguiente pregunta: ¿el español en los Estados Unidos podría considerarse, así, una lengua sin ejército? Creo que responder o no es difícil, pero la pregunta es interesante: las lenguas no son hechos dados sino, sobre todo, procesos.

Por otro lado, la lingüista se detuvo en la distinción entre oralidad y tradición oral. Términos que, como dijo, «no son equivalentes». La «oralidad es una propiedad de todas las lenguas del mundo», y la tradición oral es una tecnología mucho más cercana a la escritura. «La tradición oral no reside en la oralidad, reside en la memoria de las personas. Cosa curiosa y por demás interesante: la diferencia, entonces, no es el sonido, es el soporte». Por lo tanto, la lingüista sugiere que esta tecnología podría ser llamada también, o mejor, tradición mnemónica. Y es que «todas las lenguas tienen el derecho a tantos tipos de transmisiones como sean posibles. Entonces, yo puedo enterarme del mito de creación del mundo en mixe que seguramente se decía hace centenas de años». La tradición oral «es un medio de conocimiento del mundo», que incluye textos de muy variada índole: desde textos científicos hasta literarios..

Entonces, «la oralidad no tiene una estructura planificada» y la tradición oral tiene una historia «base»: En ese sentido, la lingüista recordó El corrido de la Martina.

¿De quién es esa pistola,

de quién es ese reloj?


¿De quién es ese caballo


que en mi corral relincho?

Rastreándolo, este corrido puede encontrarse en la Edad Media. Desde entonces, hasta la Revolución Mexicana, sólo cambiaron algunas cosas. En su versión «original» en Castilla del siglo XIII, por ejemplo, decía: «¿De quién es esa espada, de quién es ese jubón?». Se trata «del mismo edificio, pero con algunos cambios». «¿Cómo pudo sobrevivir tanto tiempo? Por la tradición oral. Y esos canales están siendo destruidos. Esos canales, en lenguas como el español, existen en muy pocos espacios». «Escribir un libro de tradición oral no es recatarla es tomarle una foto a un río que siempre va cambiando. Lo que se necesita es reconstruir esos caminos, y esos caminos transitan a través de la memoria de muchísimas personas», concluyó la lingüista. [2]

Hace tiempo, en la segunda edición del Campamento Audiovisual Itinerante (CAI), en medio de una discusión sobre copyright, copyleft, originalidad y autoría, espero que mi memoria no falle, Yásnaya Aguilar dijo que le resultaba interesante que muchas de estas discusiones «contemporáneas» están muy vinculadas a tecnologías como la tradición oral, en la que el soporte es otro, y en la que no existen autorías reconocibles, sino un conjunto, por llamarlo de alguna forma, de edificios compartidos. Espacios habitables que se recorre como se recorre la casa misma.

2. «¿Por qué me parece importante la literatura en este contexto?», preguntó la poeta zapoteca Irma Pineda, originaria de Juchitán. Es decir, ¿por qué es importante hacerlo «en un contexto de dominación con distintos rostros: de la dominación ideológica a la dominación económica», de la represión y violencia a la creación y el fortalecimiento de un «sistema educativo con doble discurso»? «Por un lado, me parece que es importante porque pienso que desde la literatura podemos contribuir al desarrollo y difusión de las lenguas originarias». Es decir: «si yo no hiciera poesía en zapoteco, no estaría aquí contándoles esto.  Por otro lado, a través de la literatura se garantiza la continuidad de la cultura, ya sea de una generación a otra, tanto al exterior como al interior» del pueblo. También es importante porque contribuye a la «restauración de la lengua». Quienes escriben en zapoteco, dijo la poeta, evitan utilizar los préstamos que vienen del español, en todo caso, prefieren investigar si existía el término y dejo de usarse o, si no es el caso, crearlo. «Antes no existía la palabra teléfono en zapoteco, y ya existe», recordó la escritora. «Estamos recuperando arcaísmos y estamos produciendo neologismos», dijo. Para ese proceso, aseguró Pineda, es vital la complicidad de las radios comunitarias.

En el caso del zapoteco que se habla en el Istmo, dijo la poeta, la retroalimentación entre la tradición oral y la escritura es evidente. Con caracteres latinos: «Los zapotecos producimos literatura escrita desde 1894», con un texto de Octavio G. Molina. A principios del siglo XX, escritores como Andrés Henestrosa registraron muchas de las historias que se contaban en la región. Pero a poco, por diversos motivos, dejaron de contarse. Actualmente, sin embargo, las están recuperando. «La oralidad ha nutrido a la escritura pero, ahora, también, la escritura a la oralidad.» Se trata de un proceso de ida y vuelta y, sin duda, de un proceso muy distinto al de otras lenguas, y a la del mismo zapoteco, en otras regiones del estado.

De acuerdo a Víctor de la Cruz, citado por Irma Pineda «la escritura, entre los zapotecos, existe desde el periodo preclásico». Y los géneros literarios que han sido identificados desde la colonia son 3: el género sagrado que incluye el mito o la escritura sagrada; el género didáctico, que incluye el proverbio o refrán y el discurso matrimonial; y los géneros recreativos, en los que se encuentran las canciones, poemas, narraciones, y palabras exageradas o mentiras. Y mucho más recientemente, 15 años por lo menos, la novela.

Sin embargo, aunque son numerosos los proyectos en zapoteco, existen, dice Pineda, algunas «contradicciones»: «por un lado, somos culturas con riqueza literaria: nuestras creaciones se difunden por red o por medios impresos, y en lecturas públicas pero, por otro lado, hay pocos lectores; ¿por qué?, porque no todas las personas están alfabetizadas en zapoteco; ¿por qué?, porque nos alfabetizaron en español». La lengua dominante. Al inicio de su charla, Pineda recordó que en la generación de sus padres, la enciclopedia de castigos para quienes decían alguna palabra en zapoteco era muy amplia: desde pagar determinada cantidad por palabra dicha hasta permanecer castigados bajo el sol, parados con los brazos extendidos, sosteniendo un ladrillo en cada mano. Y Juchitán es un lugar caluroso. Mucho.

En ese sentido, uno de los proyectos que adquiere gran relevancia es el de la «difusión oral» apoyada en los libros, pero también —y sobre todo— en «la radio y en las lecturas en voz alta: en escuelas, casas de cultura, parques y a través de medios audiovisuales. El objetivo de estos proyectos, dice la autora, es el «prestigiar» de nuevo la lengua, y trastocar aquellos prejuicios lingüísticos que se han construido poco a poco.

Por último, Pineda insistió en que una de las tareas en que debe insistirse es en la legislación local y nacional. Insistir en el uso de las lenguas que se hablan en los estados. Si en la currícula escolar hay inglés, que también se hablé zapoteco. No se trata de sustituir lenguas, sino de promover la diversidad lingüística e incrementar nuestro vocabulario para nombrar el mundo.

Epílogo

Resulta interesante que muchos de los proyectos que mencionaron las ponentes inician en los libros, no terminan en ellos. Habría que ver, por ejemplo, la antología (monolingüe) de literatura mexicana que recientemente publicó El Ermitaño en mixtecto, zapoteco y en dos variedades de mixe:  el libro es un dispositivo que detona otros proyectos que fortalecen y crean relaciones con diversos tipos de lectores. Sin el ánimo de romantizar demasiado, en esos proyectos los lectores son lectores, y no consumidores pasivos y sin agencia. Esta distinción podría ser obvia pero, creo que en la práctica, no lo es tanto.

Al finalizar la conversación me quedaron dos preguntas: ¿cuáles, (parafraseando a Cristina Rivera Garza), son los retos éticos y estéticos de editar, publicar y distribuir libros en un país culturalmente muy diverso, en el que existen 12 grupos lingüísticos? O regresándome un poco, ¿es México, (parafraseando a Yásnaya Aguilar) realmente un país miltilingüe? ¿Es relevante discutir este tipo de preguntas entre las personas que, de alguna forma, nos  dedicamos a producir, editar, corregir y distribuir libros?

Notas: En este enlace se encuentran algunas de las columnas que semanalmente escribe Yásnaya Elena Aguilar Gil para Este País: http://estepais.com/site/?s=yasnaya

Y en éste, se encuentra una breve selección de poemas de Irma Pineda: http://leecirce.com/irma-pineda-santiago-lenguaje-las-estrellas/


[1] Página del proyecto Todas se llaman lenguas: http://www.todas-lenguas.mx/#!preguntas/c19hw

[2] Aunque lo ha tratado varias veces, este texto, también de Yásnaya Aguilar, habla mucho más sobre este tema: ¿Oralidad y tradición oral?: http://estepais.com/site/2014/oralidad-y-tradicion-oral/