Tierra Adentro

1

Aún lúcido, pero impulsado por su enfermedad, Friedrich Nietzsche viajó intensamente en busca de lugares cálidos. En agosto de 1881, escribió a Peter Gast, entre otras cosas, sobre un sitio que podría iluminar su estado de salud gracias a su maravilloso clima:

No, mi querido y buen amigo. El sol de agosto está sobre nuestras cabezas, el año corre a su fin… En mi horizonte han surgido ideas, como nunca las he contemplado… ¡Tendré que vivir todavía algunos años! A veces me pasa por la cabeza la idea de que en realidad vivo una vida altamente peligrosa, pues pertenezco a la clase de máquinas que pueden saltar en pedazos… En último término, si yo no pudiera extraer mis energías de mí mismo, si tuviera que esperar a estímulos, a palabras de aliento, a consuelos de fuera, ¡dónde estaría yo, qué sería yo!… Ahora no espero ya nada, y experimento sólo un cierto asombro triste cuando pienso en las cartas que recibo. […] Como recompensa acepto, en cambio, que este año me ha mostrado dos cosas que me pertenecen y me son íntimamente próximas: la música de usted y esta comarca. Esto no es Suiza, no es Recoaro, sino algo completamente distinto; en todo caso algo mucho más meridional. Tendría que ir a las altiplanicies mejicanas, cerca del silencioso Océano Pacífico, para hallar algo semejante, por ejemplo, Huajaca […]

Óscar Cid León, de quien tomo la anécdota, especula un poco sobre la «relación» de Nietzsche con el estado de Oaxaca. Es muy probable —asegura el escritor y periodista— que lo «conociera» por las fotografías que Désiré Charnay tomó en la segunda mitad del siglo XIX. No las muy conocidas de Mitla, sino las de Juchitán de Zaragoza. De esa época se conservan numerosas imágenes que, en blanco y negro, ricas en escalas de grises, sirvieron como «guía» para el enfermizo filósofo que sólo viajaría a Oaxaca con un objetivo: descansar tranquilamente, plácidamente, en una hamaca.

Más adelante, Cid de León dice con ironía que fue, durante esos años y gracias a quien sabe qué tipo de conexiones misteriosas, que Macedonio Alcalá conoció los planes del «visitante» y, replicándolo, escribió Dios nunca muere. Aunque elocuente, la anécdota es insostenible: Macedonio Alcalá murió en 1869, 12 años antes de que Nietzche imaginara las «altiplanicies mejicanas, cerca del silencioso [pero inquieto] Océano Pacífico».

Creo recordar que fue un amigo, curador y artista, quien me contó, por primera vez, de la carta de Nietzsche a su amigo músico; sin embargo, cuando le hablé de la «extensión» de la anécdota, respondió enojado. Qué tontería, dijo.

Sé que esta introducción, como tal, es larga, pero me sigue pareciendo fascinante y creo es muy útil para decir que Oaxaca es un lugar hermoso y que eso se sabe, y se sabe bien, desde hace tiempo.

2

En el decreto con que Lázaro Cardenas inauguró el IINAH dejó una advertencia:

[…] la exploración de las ruinas arqueológicas y la conservación de monumentos coloniales ha demostrado que además de resultados científicos puede producir magníficos rendimientos económicos en cuanto significa atracción para el turismo extranjero […]

Cárdenas se refería a la «exploración» y descubrimiento de la Tumba 7 de Monte Albán por Alfonso Caso. Si el ex presidente reconoció la magnitud del hallazgo fue porque rápidamente, Oaxaca ingresó a los escaparates internacionales. Era 1932, y ya nadie recordaba el terremoto, con epicentro en Loxicha, que destruyó la ciudad un año antes.

El 14 de enero de 1931, la ciudad de Oaxaca se vino abajo. Centenas de estructuras arquitectónicas se derrumbaron en minutos. Esa noche, un terremoto de 7.8 grados en escala de Richter provocó la muerte de 10 mil personas y la migración de muchas otras. Un tercio de la población, escribió Everardo Ramírez Bohórquez, huyó del sitio, «como si Oaxaca hubiera tenido la culpa de su desastre, como si el desastre hubiera sido motivo de vergüenza». Pero el resto permaneció ahí, a la intemperie, expuesto a la enfermedad y al hambre. Curiosamente, uno de los pocos documentos que se conserva de la época es El desastre de Oaxaca de Sergei Einsestein. Sin embargo, para 1932, poco o nada se sabía al respecto.

Para esas fechas, el Estado en su conjunto ya aparecía en los carteles de la Dirección General de Turismo. Sin embargo, aún era difícil imaginar que la Guelaguetza (cuyo origen se encuentra en ese año) sería el evento que «decisivamente», parafraseando a Lázaro Cárdenas, influiría en la vida económica y política del estado. Así, desde entonces, el turismo ha sido determinante en la estructuración de la ciudad, tal como la conocemos.

Y eso es obvio. De acuerdo a Eduardo Nivón, actualmente atestiguamos un «proceso de selección» del patrimonio; o mejor dicho, un proceso en el que múltiples «bienes» culturales han sido convertidos en hermosos «productos» envueltos en celofanes blancos. Dicho proceso consiste en la «selección», es cierto, pero, sobre todo, en la creación de las estrategias de difusión y venta. Así: el producto es la interpretación y no, como podría creerse, un «recursos».

Actualmente, el turismo es la tercera fuente de ingresos del país y cuenta con poco más de 30 sitios declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la UNESCO. Sin embargo, Ana Rosas Mantecón dice que desde hace tiempo «la industria turística muestra algunos signos de agotamiento». La competitividad ha disminuido y también los ingresos por visitante. En su análisis, Rosas Mantecón dice que el deterioro social, ambiental y urbano en torno a ellos, a los destinos clásicos (sobre todo a los destinos de sol y playa) es suficiente para declararlos en quiebra, criticar el modelo y buscar alternativas. Pero las alternativas parecen pocas o, francamente, acríticas y salvajes.

Frente a la saturación de los destinos preferidos por el turismo, el capital ha optado por mover geográficamente sus inversiones y crear otros paradigmas de «desarrollo». Entre ellos se encuentran: el ecoturismo y el turismo cultural. Ninguno de ellos ajenos al estado Oaxaca y a las prácticas de acumulación en curso. Los dos, en todo caso, colaboran en la mercantilización de la creatividad y de la historia. Y en ambos casos, asegura Ana Rosas Mantecón: «El rol para el nativo ya está prefigurado»; se trata de un proveedor de servicios, esencial y de costumbres misteriosas. En otras palabras, estos modelos, dice Silvia Rivera Cusicanqui han optado por la «teatralización de la condición originaria» de los pueblos. Y así: al hablar de «condición de originaria», se les sitúa en un hipotético «origen», «excluyéndolos» de las «lides de la modernidad» y del «control de su destino». Se les otorga un status residual, y de hecho, se les convierte en minorías encasilladas en estereotipos indigenistas del «buen salvaje guardián de la naturaleza» o, como sucede en Oaxaca, «guardián de costumbres milenarias». Así, con esos proyectos o eventos turísticos, se confirman y reafirman viejos y nuevos estereotipos, racistas y clasistas por decir algo.

3

«Oaxaca, tienes que vivirla», dicen ya, días antes de que inicie la Guelaguetza, en múltiples y coloridos spots publicitarios.