Las redes del azar
Existe una intención de explicar el orden del mundo, de encontrar leyes que rijan los eventos y justifiquen la sucesión de los mismos. Pensar que las personas debían conocerse, que un destino está trazado con antelación para cada uno y debe cumplirse. Un recurso que el cine, igual que la literatura, han explotado hasta el cansancio. Hasta los cuentos clásicos se sirven de este recurso; fórmulas narrativas que plantean la historia de dos personajes que están destinados a pasar la vida juntos: conocerse y enamorarse para luego casarse. Cenicienta, con las variantes en cada versión, narra la historia de una mujer que va a una fiesta a la que no se suponía que debía ir. Tiene todo en contra pero al final todas las condiciones se vuelven a su favor para que ella esté ahí y se encuentra con un príncipe que no descansará hasta volverla a ver. El azar los une otra vez, cumplen el plan de estar juntos y ser felices para siempre. Otros autores han explotado ese recurso, relatos en los que todo parece imposible pero donde una vuelta de tuerca realiza el plan. Un final provisional que, feliz o no, representa la concreción de un designio.
A partir de la lectura del poema Amor a primera vista de Wisława Szymborska, Jimmy Liao escribe la historia de dos jóvenes solitarios que estaban destinados a conocerse. En Desencuentros,[1] a través de ilustraciones narra la vida paralela de sus dos personajes. Una vive al lado del otro, ella siempre toma el camino a la derecha y él a la izquierda. Nunca se habían visto hasta el día en que se conocen en un lugar neutral e improbable. Se enamoran. Ella le anota su teléfono en un papel y éste se borra cuando él queda atrapado en una tormenta. Siguen sus vidas y no saben si volverán a encontrarse. La creencia en un destino posible los hace mirar a donde antes no miraban. El azar como posibilidad construye escenarios viables para que el «plan trazado» se lleve a cabo. Más allá de una fuerza suprema, se trata de personas que se vuelven sensibles a estos encuentros. Si se habían visto pero lo olvidaron, no importaba, ahora importa.
En la más reciente novela de Horacio Garduño, Cuando te vuelvas real,[2] publicada por Random House, el autor esboza la idea de destino a través del yuanfen. Un principio chino que señala que, a lo largo de la vida, estamos destinados a encontrar una misma persona en tres o cuatro ocasiones. Estos encuentros no significan que su destino sea permanecer juntos, pero sí que la existencia de una persona transforme la vida de la otra. Fabiana y Martín se conocen desde antes de nacer, literalmente desde las panzas de sus madres. A lo largo de su vida vuelven a encontrarse en lugares poco probables. No se explican por qué se sienten así pero saben que los une una fuerza inexplicable. Resignifican su vida a través de la existencia de otro, alguien desconocido que sin saberlo los completa.
Como lectores y espectadores, a cualquier edad, estamos condicionados por estos referentes y formas narrativas. Un cambio en la fórmula de los universos de ficción se entiende como una decepción para el lector. Una comedia romántica con un final trágico puede romper algunos corazones. El azar en la ficción suele relacionarse con las parejas y los finales felices, con el designio de que dos estén juntos después de búsquedas accidentadas y caóticas. El amor como una recompensa al sacrificio. Sin embargo, el azar puede encontrarse en otros lugares, es más una forma de leer el mundo o de percibir el entorno. Está en objetos que se creen desaparecidos pero que aparecen en lugares improbables. En personas que se repiten, en las páginas de libros que se leen años después o en lugares a los que se vuelve por accidente.
Los finales se configuran como tales al paso del tiempo. Algunas historias terminan cuando dos se conocen o consiguen estar juntos, otras tantas cuando se recupera un objeto perdido y otras todavía no terminan. Si Cenicienta no hubiera llegado a la fiesta, se contaría otra historia. El azar se articula a través de pequeños detalles que, dotados de sentido, construyen una sincronía.
Quizá sea una forma de ordenar el caos, explicarlo a través de reglas que nos rebasan. Quizá sea una forma de conectar eventos inconexos en redes que los legitiman. Quizá sea una forma de diferenciar nuestras historias de las de otros, de convertirlas en excepcionales e irrepetibles.