Las gavetas de Patlatonalli
Este texto combina mi diario de campo, las emociones (propias y ajenas) que he ido articulando, las anécdotas que se me han confiado, los personajes que he conocido, y los múltiples muros de museo que he intervenido. Sobre todo, la figura central de este ejercicio es el Archivo Patlatonalli en construcción, que pronto pasará a la custodia de la Universidad de Guadalajara.
Desarrollé una tesis doctoral titulada “La construcción de la experiencia lésbica en Guadalajara (1970-2020)” en el CIESAS Occidente de 2016 a 2020. En la defensa se me preguntó por qué no incorporé la voz y experiencia de alguna militante de Patlatonalli, la primera colectiva lésbica de la ciudad. Contesté con honestidad: porque me dijeron que no. Busqué a Guadalupe López por dos vías mientras desarrollaba el trabajo. A la salida de un evento cultural aceptó gustosa y prometió proveer tequilas para facilitar la plática, pero cuando la busqué por el mensajero de Facebook declinó, argumentando el libro que esperaban publicar por el 30 aniversario de la agrupación (cumplido en 2016). Me pidió una lista de preguntas por adelantado, y cuando le expliqué que no buscaba escribir la historia de Patlatonalli para la tesis, se acabó la conversación.
En mayo o abril de 2021 recibí la llamada de Laura Bordes, directora de educación del Museo Cabañas, quien me invitó a participar con una ponencia en el Festival Andrógina Diversa, la apuesta queer del museo emblemático de Guadalajara. ¿Te interesa hablar de la historia LGBT de la ciudad? Alguien había sugerido que me buscaran para diversificar la disidencia y dejar de eternamente invitar sólo a varones cisgays. Claro que acepté. Presenté datos que marcan lo importante que han sido las mujeres lesbianas para el movimiento de liberación, y lo difícil que ha sido lidiar con la lesbomisoginia dentro y fuera de la “comunidad”.
Un año después, Laura me buscó de nuevo. ¿Ahora te gustaría curar la exposición central de Andrógina? Condiciones: que sea histórica y lésbica. Claro que acepté otra vez. Pensé en armar algo con el material de archivo que había acumulado a lo largo del trabajo de la tesis. Notas de El Informador, panfletos obtenidos del CAMENA,1 textos del ArQuives, y la Crisálida2 lésbica que me consiguió María Martha.3 Fui ambiciosa e incluso consideré hacer algunas entrevistas. Antes de mover alguna pieza, necesitaba la bendición, visto bueno, y autorización de Guadalupe.
El 17 de febrero me reuní con Marta Nualart (Nual) y Guadalupe por Zoom. ¡Por fin podría hablar con ellas! ¡Directamente y sin intermediarias! Las había leído en entrevistas, en textos en fem, en posicionamientos y pronunciamientos. Con mucha amabilidad, hicieron mis preguntas a un lado y se concentraron en corregir y hacer comentarios sobre mi manuscrito, que revisaron a detalle. Sentí que estaba en entrevista laboral o para acceder a otro posgrado, uno muy exclusivo y con altas expectativas. Después de aclarar dudas y detalles, aceptaron con gusto. La próxima vez que Marta —quien vive en CDMX— vino a Guadalajara, nos reunimos en el Museo. Guadalupe traía un folder con documentos y fotografías que nunca había visto, las fue sacando lentamente y algunas no las mostró. No me pude contener y le pedí la carpeta, y examiné con cuidado cada ítem. Laura estaba igual de emocionada que yo, y Guadalupe rápidamente me apodó “la obsesiva de los documentos”. Viniendo de ella es un cumplido, pero todavía no lo entendía.
La intención era compartirme material pre seleccionado, y para ello me citaron en Campo, una asociación civil con sede a dos cuadras del CIESAS Alemania. Patlatonalli —o de forma más precisa, Guadalupe— ha mantenido una oficina dentro de la amplia casa desde hace años. El espacio es cómodo, con ventanas que facilitan la ventilación y, como lo aprendería más tarde, que la lluvia repentina amenace documentos. La acción se centra sobre el escritorio de Guada (como la llama Nual, y de quien copié el apodo), donde se apilaban hojas, hojas, y hojas. En un primer momento contuve mi curiosidad y me limité a explorar lo que se me acercaba. Tenían lista una colección de fotos, panfletos, tarjetas, invitaciones, y boletos, una parte muy pequeña del universo de lo acumulado. Después de años de explorar archivos digitales, nacionales y extranjeros, la materialidad me emocionó más de lo habitual.
En la segunda visita, Nual me compartió fotos y videos en versión digital. El video del XV aniversario mostraba el pastel de la celebración, con flores de colores como decoración. Ya me habían entregado las fotos del evento en blanco y negro, y planeabamos recrearlo para la exposición. Al verlo en original, comenté sorprendida que tenía color, a lo que Nual contestó levemente ofendida que sí, la vida no era en blanco y negro “antes”. Al principio me daba algo de miedo y aprehensión preguntar algunas cosas, pero fueron receptivas, abiertas, y más dispuestas a compartir de lo esperado. La confianza fue tal que pude elegir qué quería incorporar y llevarme los materiales que quisiera. Me dijeron que organizarían el archivo y me ofrecí una y otra vez a colaborar, rogando que no se notara mi deseo desbordante de ser parte de la expedición. Consideraban que era mucho pedir, pero les aseguré que era un sueño; sobre todo si el material se quedaba en Guadalajara. A los días me confirmaron que dedicarían la semana santa al proyecto, y que estaba invitada.
Pasamos de un pastel de XV años (2000) a uno de boda(2022).
Imaginaba cajas, por alguna razón. El primer día llegué a la hora indicada, pero ellas habían llegado antes y había una cantidad cercana al infinito de folders, albergados en gavetas y algunas bolsas de mercado. Por alguna razón asumí que Mayra sería una estudiante de posgrado, no una archivista del COLMEX; mucho menos pariente de Nual. Rápido buscó sistematizar el trabajo y establecer categorías. ¿Cómo dividiríamos el material? Mis sugerencias fueron identificadas como las de una investigadora, no como de una archivista y hasta ese momento entendí que no sabía lo que significaba organizar un archivo académico. Mayra señaló que yo representaba la visión de las usuarias, de quiénes buscarían información en un futuro. Después de considerar varias versiones, nos quedamos con un esquema parecido al que Patlatonalli utilizaba para organizarse al interior de la colectiva: Gestión, Enlace, Divulgación, Servicios, Capacitación, Proyectos, Fotografías, y Discos.
Vi cientos de fotos, muchas de fiestas, muchas de mujeres que Guada y Nual no recuerdan. Se me hace que era ‘enamorada’ de, le decían equis de apodo, sólo me acuerdo que le pasó equis cosa. No tengo memoria fotográfica, pero mi déficit de atención potencializa la atención a los detalles y pistas, que se vuelven un rompecabezas enorme en mi cabeza. Rápidamente pude vincular fotos con artículos, como cuando una foto de la Marcha del Orgullo del 2000 fue modificada y usada un año después en Semanario, publicación de la Arquidiócesis.
Y soy lesbiana, que no se les olvide.
Las fotos estaban en folders manila por evento, aunque un par son un mix difícil de descifrar. Los documentos estaban por año, lo que facilitó el acomodo cronológico pero no la clasificación. El lunes lo dedicamos sólamente a notas de periódico, que parecían no acabar. Marta cantaba al trabajar, y nos compartía anécdotas de personas que iban apareciendo. Mayra me pedía que le indicara si el personaje de la nota era relevante a Patlatonalli, y me sentí tanto muy responsable de no equivocarme como increíblemente privilegiada de ser un filtro de materiales que no sabía que existían. La semana entera me sentí así. Las Patlas habían guardado todo: cada nota que les pareciera interesante, hablara de ellas, Guadalajara, lesbianismo, o no. Me daba pena y temor histórico eliminar algo que fuera fundamental, pero confío que varios repositorios locales tienen en su acervo las publicaciones completas de periódicos que ya cerraron, sobre todo Siglo XXI. Ironías de la investigación: pocas notas son de El Informador, que tanto usé para la tesis.
Desde lejos, imaginaba la historia de Patlatonalli como una cuestión colectiva, cuando en realidad es seguir las acciones de Guada, Nual, Ana Isabel, y Pato; las últimas dos se alejaron del movimiento hace años. Sus intereses, decisiones, presencia, y visibilidad se han tejido con las posturas del grupo, con el rumbo del feminismo organizado local, incluso con la política tapatía. A pesar del cuidado y de la constante rendición de cuentas, hay poco material sobre las demás mujeres que pasaron por sus espacios. Periféricas, dice Guada, y no tiene que ver con dónde vivían.
En total trabajamos seis días, Rosario se nos unió el segundo día y se volvió parte del equipo. Empecé viéndolas como inalcanzables, para después sentirlas familia. La depuración e incipiente sistematización se vio interrumpida por música, risas, y llamadas desde Finlandia. En una de las mañanas grabamos material para un potencial documental con Sarape Social. Guadalupe volteó a verme, y después de pensar unos segundos preguntó ¿cómo le hiciste para que confiáramos tanto en tí?, y hasta el momento no puedo explicarlo. Son “famosas” por resistirse a colaborar, y ahora me hicieron vocera (y casi que albacea) del archivo. Agradezco la oportunidad, pero me llega a abrumar la responsabilidad. Ejercicios como este me permiten disminuir el peso del privilegio epistémico, aunque suene a penitencia.
Sólo lloraron una vez. Entre los papeles surgió una invitación acompañada de un poema de Pola Tezba, escritora que en otro momento vivió en Guadalajara y a quien se le negó el acceso a eventos feministas y lésbicos cuando era menor de edad por temor a que dichos grupos fueran señalados como pedófilos o groomers —igual que hoy—. La síntesis de emociones y sensaciones, los nombres olvidados, las personas fallecidas, desbordó cuando Marta leyó las líneas en voz alta. Fue el único momento del tipo, aunque la nostalgia permeó toda la revisión. En varias ocasiones agradecieron tener a quién legar el archivo, que alguien se interesara en su preservación. Al estar próximas a cumplir 70 años y ambas jubiladas, ven próximo el retirarse también de la visibilidad, del movimiento. Guada quiere cerrar sus pendientes y habla de sus últimos años, Nual estaba emocionada por visitar a Pola en Finlandia y una segunda oportunidad de estar juntas.
Antes de cerrar la semana le pedí a Nual que me presentara a Ana Isabel. Fuimos a la tortillería que tiene cerca de la estación Urdaneta y al poco rato reprimí el impulso de pedirle si podía decirle tía. Sonorense de nacimiento, Ana es abierta, amable y cálida. Daba acompañamiento en temas de salud física y mental, se arrepiente de no haber anotado los nombres de las mujeres que atendió. Hasta la fecha la detienen en su día a día personas que le agradecen los servicios. Después de verla tanto en fotos, leer sus comunicados, reconocer su firma, fue como conocer a una famosa de quien tienes años siendo fan. Qué fortuna estudiar personas que siguen vivas y a quien puedes entrevistar.
Ana Isabel y su hijo adolescente al centro.
Un par de días antes de montar la exposición pasé a Campo y encontré bolsas que antes no estaban ahí. Me ganó la curiosidad y abrí una. Las carpetas habían sido víctimas del tiempo, los elementos, y posiblemente los roedores; habían estado albergados en la casa de campo de alguien. Para mi absoluta sorpresa, eran las cartas de usuarias que había estado esperando encontrar. Lo que tanto me pregunté durante la tesis, ahí estaba frente a mí, en letra cursiva y papeles de colores. Estoy sola, en el clóset, necesito conocer a mujeres como yo. La narrativa se repetía una, y otra, y otra vez. Ahí fue donde lloré.
Intervenir las paredes del Cabañas fue dar rienda a la condensación de memorias ajenas y de un trabajo de archivo inesperado. Tenía años creyendo que mi línea de investigación le interesaba a pocas personas, lo cual no es cierto. Las lesbianas y las mujeres que aman mujeres quieren conocer y recordar su historia, misma que nunca surgió de una costilla gay. Arduro Suaves (aka Arturo Suárez) le regaló a las Patlas en algún aniversario una lista de periquetes, sus característicos juegos de palabras. Uno, modificando la supuesta animosidad entre mujeres, lee: mujeres juntas y conjuntas. Así llamé a la expo, en un eterno guiño de cariño, gratitud, y complicidad tapatía.
Recreamos la primera manta, esa que decía GRUPO LÉSBICO de Guadalajara, así, en mayúsculas, y que pintaron para el primer Encuentro Nacional de Lesbianas que organizaron en 1987. Compramos roperitos de madera en el mercado de San Juan de Dios y los intervenimos con fotos de mujeres vivas y muertas, cercanas y lejanas. Dedicamos fines de semana a pintar pendones basados en invitaciones, separadores, y materiales de marchas. María Conejo nos ayudó con una mampara que mostraba una vulva enorme. Imprimimos cientos de fotos y las pegamos en la pared. Construimos una repisa para mostrar libros configurantes y presumir la colección de cuentos del concurso Todas Las Familias Son Sagradas. Seleccionamos pósters, calcomanías, volantes, postales. Mandamos a hacer playeras y pins; incluso galletas. Comisionamos una bandera arcoiris, porque ellas no las habrían comprado en Amazon. Destinamos un espacio para bodas de kermés, con velos, anillos, y burbujas. Compartimos algunas de las cartas que llegaron al final, las que espejean experiencias. Sobre todo, creamos un espacio orgulloso, valiente, amoroso, honesto, y abierto, como ellas, como las Patlas, como Guadalupe y Marta, como Ana Isabel y Pato, como todas.
Marta, el corazón de Patlatonalli.