Tierra Adentro
Ilustración realizada por Rosario Lucas
Ilustración realizada por Rosario Lucas

Soy una mujer trans. Soy salvadoreña. Me presento como una mujer trans porque es parte de mi lucha. Es necesario visibilizar que somos mujeres trans para poder posicionarnos políticamente desde la lucha en cuanto al reconocimiento de nuestra identidad de género.

Lastimosamente mi historia de vida ha tenido muchos obstáculos, mucha discriminación desde temprana edad, se puede decir. Y con poca información en cuanto a derechos humanos y también poca información en cuanto a mi identidad porque, bueno, yo tengo 34 años de edad y cuando era adolescente no era fácil buscar conceptos sobre qué era ser una mujer trans, ¿verdad? Yo crecí desconociendo qué era una persona trans, simplemente actuaba como yo me sentía. Y actuar, digamos, desde esta forma femenina, porque estaba construyendo mi feminidad, me hizo pasar ciertos episodios de violencia y de discriminación, por ejemplo, no poder terminar mi bachillerato, no poder graduarme con mis compañeras y compañeros, ya que cuando tenía 14 años sufrí una discriminación por parte del instituto por parte del director y del subdirector. Entonces estaba descubriendo mi sexualidad.

En ese momento tenía mucho miedo al mundo, a mi familia, porque quieras o no, la familia es el primer peldaño o la primera persona que te da una bofetada en tu cara cuando eres una persona trans, porque la familia que debería ser quien nos debería apoyar, nos debería de cuidar, ¿verdad? Por el desconocimiento es que a muchas de nosotras nos han corrido de nuestros hogares. Entonces tuve que irme de este instituto a otro en el que me dejaron estudiar pero con condiciones, y aparte de esto, mi educación no fue integral como la de mis otros compañeros porque yo no podía acceder a espacios porque me discriminaban otros alumnos de la institución que estaban en esos grupos y le decían a los encargados que no querían que yo fuera parte del grupo de danza, por ejemplo.

Crecí con poca información, crecí en la pobreza extrema. Vengo de una familia desintegrada, no conocí a mi papá. Cuando yo tenía tres años de edad él falleció, entonces mi madre fue la cabeza del hogar y quien se encargaba de llevar la manutención para la casa.

A medida que fui creciendo me di cuenta de que no tengo que seguir las reglas o patrones de la sociedad que me quieren imponer cómo tengo que ser yo. Me di cuenta cuando llegué a los 18 o 19 años que Britany tenía que renacer. Tenía que visibilizarse. Tenía que externar quién era yo.

Fotografía de Lizbeth Hernández

Conocí a Britany a inicios de febrero de este 2023 en San Salvador. Ella estaba trabajando en las oficinas de la Asociación Solidaria Para Impulsar El Desarrollo Humano, ASPIDH, una organización de mujeres trans que “promueven, defienden y luchan por los derechos humanos de las personas de la diversidad sexual salvadoreña, en especial de las mujeres trans”. Había ido a este lugar para encontrarme con Aranthza, otra joven trans cuya historia sigo desde finales desde 2022, cuando la conocí en Xico, Guatemala, en el Encuentro Feminista Centroamericano.

Me interesaba conocer más de la situación que viven las trans en El Salvador. Desde hace algunos años acompaño desde mi labor como fotoperiodista la lucha trans en México y, cuando se ha dado la oportunidad, en otras geografías de América Latina. Esto también me llevó a ser fotógrafa aliada del Archivo de la Memoria Trans México. Esto le comenté a varias mujeres trans con las que pude platicar aquel día. Entre ellas, Britany.

Britany es una mujer que sonríe con facilidad. Habla sin prisa, como procurando asegurarse de que quien la escucha, comprenda con claridad lo que está compartiendo. Así lo hizo aquella tarde en una de las oficinas de la organización. Era una de esas tardes calurosas en San Salvador. El ventilador apenas podía darnos un poco de frescura.

Fotografía de Lizbeth Hernández

Hoy en día con mi identidad y expresión de género me siento más segura de mí misma porque yo también crecí con muchos complejos, con muchos miedos. Mi autoestima era muy baja en mi adolescencia y esto me llevaba a pensar ciertas cosas negativas. Incluso hubo momentos en que pensé quitarme la vida […]

Fui creciendo y a los 19 o 20 años empecé con mi transición para adecuarme al género con el cual yo me identificaba o quien soy yo en realidad. Inicié ese camino largo. Cuando una mujer trans hace su transición comienza a perder todas estas formas de poder, de ser parte del sistema.

Cuando ya tenía varios años de haber transicionado, conocí a las compañeras de ASPIDH, que es la organización en la cual yo me estoy formando y soy parte actualmente. Me pareció un gran trabajo. En aquellos tiempos sólo se hablaba del VIH, sobre cómo podíamos luchar contra esta enfermedad de transmisión sexual.

Cuando yo vine a ASPIDH me interesó el tema de los derechos humanos, poder hablar desde mi realidad y poder construir narrativas que puedan cambiar el mundo. Lo que más me ha motivado es luchar por el reconocimiento legal de mi nombre, porque Britany sea acreedora de derechos humanos, que Britany sea reconocida legalmente en su país. Mi activismo también es por otras compañeras que han perdido la vida, que han migrado, que están asiladas en otros países, que han muerto en estas calles de San Salvador buscando esa economía que las empresas nos niegan.

Las opciones para que las personas trans puedan desarrollar sus proyectos de vida siguen siendo limitadas. El estigma, la influencia de los grupos conservadores y antiderechos, la discriminación, criminalización, entre otros aspectos, les colocan en escenarios de vulnerabilidad.

 

Entre las principales violaciones o abusos contra mujeres trans en El Salvador están la discriminación y las golpizas y agresiones físicas; también violaciones, abuso sexual, intimidación y amenazas, intentos de crímenes y crímenes motivados por odio. Así lo consigna el informe de 2021 No me muero, ¡me matan!, de la RedLacTrans, ASPIDH, que contó con el apoyo de la Robert Carr Fund.

Y, aunque ha habido logros para el movimiento LGBT+ en este país, siguen siendo muchos los pendientes para la población trans: como que puedan acceder a mejores empleos.

Lastimosamente en El Salvador toda la vida hemos vivido dificultades las personas trans. La perspectiva de vida es de 35 años de edad. No solamente por las enfermedades de transmisión sexual sino también por la idea de feminización que hay. Muchas nos automedicamos, nos inyectamos cosas o sustancias que son dañinas para nuestro cuerpo [como los polímeros].

En El Salvador vivimos en pobreza extrema. Según informes que hemos trabajado no contamos con inclusión laboral, hacemos una deserción escolar a muy temprana edad, sólo el 33.33% de personas trans en el país hemos logrado terminar un grado básico y eso lleva a no crear un proyecto de vida. Porque tú me puedes ver aquí, en una organización, formada, empoderada, pero sin un reconocimiento legal en mi país yo no me puedo ver de aquí a cinco años.

No me puedo ver culminando una carrera, no me puedo ver siendo parte de una empresa o dueña de una empresa, por todo el estigma social, por toda la discriminación, por la criminalización que el sistema nos hace a las mujeres trans y más en este estado de excepción porque no contamos con documentos que garanticen nuestra identidad. Entonces quedamos a la buena voluntad de los funcionarios públicos, quedamos a la buena voluntad de estos cuerpos de seguridad, que son los que tienen el poder actualmente en El Salvador y si ellos quieren te respetan tu identidad.

La guerra contra las pandillas es algo bueno, ¿verdad? Porque viene a cambiar la violencia que se vive, pero hay otros puntos que pensar, porque hay personas que quedamos indefensas en medio de esta guerra y somos los grupos en situación de vulnerabilidad, como somos las mujeres trans. Al no tener documentos que nos reconozcan legalmente nos llevan a centros penitenciarios de hombres, entonces podemos ser violadas, agredidas sexualmente o cualquier otra cosa que ellos puedan hacer con nuestros cuerpos. Aparte de que la exposición de nuestros cuerpos desnudos creo que ha sido una afectación que en este régimen se ha dado, aunque también el maltrato hacia nosotras ha pasado en otros gobiernos.

Desde marzo de 2022, El Salvador vive en un régimen de excepción. El Congreso, controlado por el presidente Nayib Bukele, dio luz verde a esta medida por mayoría de votos. Bukele hizo la solicitud para responder al incremento de violencia homicida que se registraba en el país, misma que ponía en entredicho la efectividad de otra medida del gobierno, la del Plan de Control Territorial, lanzado en junio de 2019 para hacer frente a las pandillas y, entre otros aspectos: fortalecer cuerpos de seguridad, interrumpir el financiamiento al crimen organizado y controlar centros penales.

El régimen de excepción implica la suspensión de las garantías constitucionales a la libre asociación, a la defensa, a la privacidad de la correspondencia y las telecomunicaciones. Diferentes organizaciones de la sociedad civil han advertido, desde la adopción de esta medida, el impacto en la violación de derechos humanos.

Al cumplirse el año del régimen de excepción, organizaciones como Amnistía Internacional han informado que hay registro de más de 66 mil detenciones, “en su mayoría arbitrarias, el sometimiento a malos tratos y tortura, violaciones flagrantes al debido proceso, desapariciones forzadas y la muerte de al menos 132 personas bajo la custodia del Estado, quienes al momento de su fallecimiento no habían sido declarados culpables de ningún delito. Para la comisión de estas violaciones de derechos humanos, ha sido clave la coordinación, en complicidad, de los tres poderes del Estado; la confección de un marco jurídico contrario a los estándares internacionales de derechos humanos, específicamente en lo que concierne al proceso penal; y la falta de adopción de medidas tendientes a evitar las violaciones sistemáticas de derechos humanos bajo un régimen excepcional”.

La historia de violencia en El Salvador es compleja, con periodos como el del conflicto armado (1980 y 1992) y la posterior expansión de las pandillas. Ahora hay incertidumbre ante lo que vendrá, pues mientras Bukele anuncia que han bajado los homicidios, organizaciones insisten en las violaciones a derechos humanos que están ocurriendo en el país. En ese entorno, la población ha vivido distintos retos, además de la violencia, la pobreza, la marginación. Las personas LGBT+ han sido afectadas también, siendo aún más vulnerables las mujeres y hombres trans por la falta de garantías para acceder y ejercer sus derechos.

Uno de los principales retos para las mujeres y hombres trans es la aprobación de una Ley de Identidad. Este 2023 es un año crucial para nosotras, para la lucha del movimiento trans, porque la Sala de lo Constitucional en febrero de 2022 da una sentencia y le dice a la Asamblea Legislativa que tiene que regular la Ley del nombre y le dice que tiene que aprobar una Ley de Identidad y le da el plazo de un año.

Desde el movimiento trans agotamos los tres poderes del Estado, no podemos ir al Registro Nacional de las Personas Naturales a pedir que nos cambien el nombre porque en El Salvador existe la Ley del nombre que dice que el nombre no puede ser equívoco del género, entonces aquí ya se nos cierra esta puerta.

Desde el 2010 se viene realizando una lucha por la aprobación de una Ley de Identidad de Género. Se crea un anteproyecto de ley y lo primero que hacen las diputadas salvadoreñas del partido Nuevas Ideas [afines a Bukele] es mandar a archivo la propuesta de un anteproyecto de ley, que salió en iniciativa en 2018. Esto quiere decir que no se puede trabajar con los legisladores salvadoreños. Quedaba el poder judicial, metimos una demanda de inconstitucionalidad por el silencio de la Asamblea Legislativa, aún no tenemos una resolución.

Y ya lo que nos toca es llevar a El Salvador a instancias internacionales para que pueda haber mayor presión social.

Llegó el plazo sobre el que habló Britany, pero la Asamblea Legislativa salvadoreña no respondió. “Ha ignorado sin ningún reparo el plazo de un año que la Corte Suprema le concedió para crear un procedimiento de reconocimiento legal del género que evitaría que se discriminara a las personas trans”, señalaron Human Rights Watch, HRW, y COMCAVIS TRANS.

El que no haya una Ley de identidad tiene impacto de múltiples formas. De acuerdo a las organizaciones citadas anteriormente, otros obstáculos son que las personas trans tienen dificultades para acceder a su propio dinero o a remesas de familiares; tampoco pueden acceder a préstamos bancarios.

Así que ese gran pendiente sigue ahí.

 

***

La conversación termina. Me inquieta saber qué le gusta a Britany, a qué dedica su tiempo libre. Es decir, conocer más de la mujer frente a mí. Sus palabras me han dado una mirada sobre El Salvador, pero quiero algo más de ella. Así que le pregunto y le pido su aprobación para hacerle algunas fotos. Accede. Sus palabras me ayudan a situarla a ella, pero también a pensar en otras de sus compañeras, me hacen recordar a otras mujeres que me he encontrado en el camino.

A mí me encantan los vestidos, quizá porque toda la vida me han querido imponer el pantalón. Me encanta el mar, me gusta mucho bailar, también me gusta leer, creo que es uno de mis pasatiempos preferidos. Estar aquí en ASPIDH no lo veo como un trabajo, lo veo como parte de mi vida, de lo que tengo que hacer por ser reconocida en este país y para que mis compañeras también puedan ser mujeres reconocidas en este país. Me gusta sentirme una persona útil para la sociedad, para mis compañeras. El poder mostrar mis capacidades, nunca antes me dieron la oportunidad de mostrar mis capacidades. Aquí es donde he venido a crecer como persona, formarme y decir: Britany puede luchar contra este sistema machista, patriarcal, androcentrista, que quiere invisibilizar o que quiere violentar la feminidad de cada una de nosotras.

Amo mi feminidad. Mi lucha también viene siendo desde el binarismo de género porque nunca me lo han impuesto sino que a mí me gusta ser así. Creo que también la lucha de quienes se definen como no binarias es una lucha compartida. Tenemos que estar juntas todas, las feministas, transfeministas, lesbofeministas para poder luchar contra un sistema que nos oprime todos los días.

Fotografía de Lizbeth Hernández

Fotografía de Lizbeth Hernández


Autores
Periodista, editora y fotógrafa independiente mexicana. Lesbiana. Se ha centrado en la cobertura de movimientos sociales, derechos humanos, feminismos, temas lgbti+, migración, mujeres y defensa del territorio. Ha sido tallerista en espacios académicos y periodísticos en México, El Salvador y Ecuador. Ha colaborado en medios como The Washington Post en Español, El País, Aj+ en Español, NACLA Report, Alharaca, Presentes, Wambra, Animal Político, Luchadoras, Volcánicas, entre otros. IWMF Exprésate Fellow 2021. Obtuvo el COVID-19 Emergency Fund for Journalists - National Geographic Society (2021). En 2022 expuso parte de su trabajo fotográfico sobre la lucha de las mujeres en México en un panel del proyecto Arts&Protest de la Universidad de Yale, de Estados Unidos.

Ilustrador
Rosario Lucas
Nací, crecí y vivo en el Estado de México desde el invierno de 1994. Dibujante, ilustradora y fabricante de cómics. Persona neurodivergente que encuentra en el cómic el medio perfecto para sacar lo que duele y pagar las cuentas del psiquiatra. He trabajado en distintos medios editoriales, como Planeta, Malpaís, Pengüin Random House y proyectos periodísticos independientes con Daniela Rea, Agencia Ocote, Global Initiative y Pie de Página. Trabajo de forma autogestiva desde 2019, desde una casa azul en los cerritos de Atizapán de Zaragoza. Creo en la ternura, la digna rabia y amo a los perritos.