La vida editorial en Sinaloa. Mareas, tempestades y vaivenes
El impulso por hacer de la literatura un vehículo de primera necesidad tiene como preámbulo un ordenamiento del mundo, de ahí que el editor elija, censure y apueste por aquello que su buen gusto bosqueja. Si es cierto que el mercado orilla a los editores a replegarse y a buscar productos rentables y de desecho, la literatura se avecina como el punto de partida para iniciar una actividad agridulce: la edición independiente. Al igual que en otros estados del país, la vida editorial en Sinaloa es una de las más apasionadas, y desde finales del siglo xix, su historia se encuentra marcada por las oscilaciones del tiempo y del comercio. Con una producción editorial que supera los trescientos títulos al año, y que sin duda colabora a medir la temperatura cultural de este país, las casas editoriales en Sinaloa convergen en un punto de efervescencia creativa. ¿Quiénes son sus editores hoy? ¿Qué labores hacen para promover y difundir a sus creadores? Juan José Rodríguez aproxima una respuesta en este ensayo.
La imprenta rebelde
La zigzagueante tradición editorial del estado de Sinaloa inició con la lucha por la independencia de México, a la par de la biografía de un polémico periodista y editor, Pablo de Villavicencio, mejor conocido como El Payo de El Rosario, quien formó parte del equipo de El Despertador Americano, editado por mandato del propio cura Miguel Hidalgo. Sinaloense, nacido en El Rosario al igual que Gilberto Owen y Lola Beltrán, Villavicencio no sólo fue uno de los impulsores del movimiento independentista, sino que más tarde se consolidó como un copioso editor de folletos políticos, al grado de considerarlo el precursor de la Reforma en México.
Si bien El Despertador Americano se publicó en Guadalajara, la imprenta en la cual se trabajaba mi- gró poco tiempo después a Sinaloa, ya para entonces estado de Occidente. Originalmente la imprenta fue propiedad del señor Mariano Valdés, pero al llegar a Sinaloa cambió varias veces de propietario, y por largas décadas se mantuvo activa, eficiente y errante, según testimonios encontrados por el historiador Othón Herrera y Cairo. La imprenta de Valdés lo mismo imprimía pasquines, líbelos o simples trabajos de anunciantes, que obras literarias casi siempre en el marco del movimiento liberal.
Debemos recordar que éste era un ciclo de la historia en el que las imprentas y muchas otras herramientas fabriles se manufacturaban con la intención de ser eternas. En El siglo de las luces, Alejo Carpentier da cuenta de cómo los impresores se resguardaban con su equipo a la hora de un cañoneo, poniendo especial cuidado en los tipos móviles, irremplazables en la incipiente América. De ahí que dicha imprenta insurgente viajara por las diversas regiones de Sina- loa y Sonora, y hasta es posible que algunos impresos realizados a finales del siglo XIX o principios del XX proviniesen de sus prensas.
Imprentas modernas para poetas modernistas
En el mismo periodo y en la entonces ya capital del estado, Mazatlán, se da un resurgimiento intenso de la producción editorial sinaloense, aunque también en Culiacán y en El Fuerte hay un importante desarrollo de esta industria. Es en la imprenta Retes, fundada en abril de 1861, donde se imprimió El Correo de la Tarde, que hasta los años setenta del siglo XX era decano en la prensa mexicana. También esta casa editorial dio a conocer libros originales de la región o reimpresiones de autores conocidos con permiso de editoriales extranjeras y, según reseña el cronista Southworth “Sinaloa Ilustrado”, contaba con los equipos más modernos como “máquina de rayar, de grabados, estereotipos y de cortar, así como con prensas que son dos de cilindro, cinco de pedal y dos de otros sistemas, incluyendo el vapor”.
A finales de esta centuria, la actividad de estas imprentas era constante y existía un nivel de alfabetización por encima de la media nacional, aunque es justo tomar en cuenta que la muestra proviene de un estado entonces no muy poblado y donde un gran porcentaje de los habitantes en Mazatlán eran extranjeros con estudios de grado en sus países de origen. Aún así, es poco después de la Intervención francesa cuando el gobernador Eustaquio Buelna, historiador y lingüista, impulsa la creación del Liceo Rosales, origen de la actual Universidad Autónoma de Sinaloa, definitivamente un detonante de la vida académica en la región.
En 1897 se publica en Culiacán la revista Bohemia Sinaloense, y en 1907 en Mocorito, al norte del estado, aparece la revista Arte, donde colaboró José Sabás de la Mora, otro importante animador de la vida cultural. Mocorito llegó a ser conocido como “La Atenas del Norte” por una cultura literaria que iba más allá de la tertulia. Es en 1889 cuando el Ayuntamiento de Ma- zatlán publica un Álbum Literario con la obra de dieciséis escritores locales con el propósito de enviarlo a la famosa Exposición Mundial de París, un primer ensayo de la globalización en el que varias naciones montaron pabellones alusivos, y donde además se inauguró la Torre Eiffel.
Gracias a su nivel de calidad, así como a la diversidad de géneros emprendidos, es justo considerar al trabajo de las Imprentas Retes y de Faustino Díaz como el de editoriales pioneras en el norte de México. En las páginas de El Correo de la Tarde se publicaron textos de Amado Nervo, José Juan Tabla- da, Heriberto Frías y Enrique González Martínez, quienes en su momento radicaron en una entidad donde la pujanza económica les permitió comenzar a vivir de su escritura.
El boom económico trae el boom editorial
Sinaloa sería a partir del siglo XIX un cruce de caminos, una encrucijada del comercio y de la historia, donde el tránsito de buques de vapor y conductas mineras detonó para bien el crecimiento de su sociedad: la pujanza económica del Mazatlán de esos años atrajo a creadores foráneos como Amado Nervo, quien se instaló en la región luego de abandonar el seminario de Zamora, y quien trabajó como redactor del periódico El Correo de la Tarde. Cronista de actos sociales y cívicos, en Mazatlán publicó sus primeros poemas y veló sus primeras armas en el campo de las leyes. Los textos de su libro Perlas negras datan de esta estancia mazatleca y, en definitiva, aquí se definió su vocación lírica. Otro poeta que también escribió en este diario fue José Juan Tablada, cuyos familiares maternos provenían de La Noria, poblado cercano a Mazatlán, y que nos confiesa en su libro de memorias La feria de la vida, todas las tropelías y malentendidos incurridos durante una juvenil visita a la región. Con orgullo señala que fue una excelente sorpresa descubrir que su poema “Onix”, primer atisbo de su orientalismo posterior, era parte del repertorio declamatorio de las tertulias mazatlecas.
El modernismo parnasiano amplió sus huellas hacia el norte: Enrique González Martínez dejó su natal Guadalajara y vivió varios años en Mocorito. Laboró como médico rural —a la manera de Chéjov—, antes de avecindarse en Mazatlán. Por ese tiempo finisecular el periodista Sabás de la Mora editó la revista Letras de Sinaloa en Mocorito y, además de formar parte de la oposición al gobierno de Díaz, se dio tiempo de editar volúmenes de poesía de González Martínez y Sixto Osuna, poeta de Mazatlán.
En el poblado de Sinaloa de Leyva nació su hijo Enrique González Rojo, quien murió en 1939, dejando textos memorables como “Estudio en cristal” y “Elegías romanas”.
Por su parte, Heriberto Frías, quien en su libro Tomochic denunció el genocidio ejercido por el ejército porfiriano sobre una comunidad en la Sierra de Chihuahua, padeció prisión por ocho meses y se refugió en Mazatlán durante el resto de la dictadura, pero no lo hizo de manera impasible. Dirigió El Correo de la Tarde, fundó un club antireeleccionista y fue uno de los organizadores de la visita de Francisco I. Madero a Mazatlán en 1909, la cual, por motivos de seguridad, se llevó a cabo en la carpa de un circo recién fundado en la región: el Circo Atayde.
Al apagarse los arrestos revolucionarios (Heriberto Frías fue nombrado cónsul de México en Cádiz y González Martínez en Chile y Argentina) surgen dos grandes mecenas institucionales, autores de una obra sólida y que destacaron por su generosidad con sus colegas literarios: el Dr. Bernardo J. Gastélum y Genaro Estrada, quienes protegieron a los miembros del naciente grupo de Los Contemporáneos, donde destacó especialmente por su poesía hermética y alquímica el rosarense Gilberto Owen. En la primera parte del siglo XX comienza a escribir el novelista Ramón Rubín, cuya obra se encuentra un tanto dispersa debido a que por décadas insistió en publicar en ediciones de autor para poder controlar las erratas, calamidad permanente en una era sin correctores automáticos.
El papel de las autoridades
Como en buena parte del país, durante varias déca- das la labor de preservar la cultura y su difusión se dejó en custodia de los educadores: en el caso de Sinaloa y al término de la revolución, existió una continua tradición magisterial, fincada en el apostolado de las escuelas rurales y las misiones culturales iniciadas en el periodo vasconcelista, que mantuvo vivas muchas de las tradiciones orales e inició un esfuerzo por la enseñanza del arte. El gobierno del estado, a partir de la década de los cincuenta y el gobierno del general Gabriel Leyva, comenzó a editar esporádicamente diversos títulos cuya oportunidad era meritoria. Vale la pena incluir aquí la obra poética de Carlos Mc. Gregor Giacinti y algunos diccionarios u obras de consulta geográfica.
También existió una generación de historiado- res como Heberto Sinagawa Montoya, que desde la palestra del periodismo y más tarde en sus libros, sostuvieron la memoria documental de Sinaloa. Surge la revista Presagio, espacio donde cronistas e historiadores dejan testimonios de los diversos devenires de la historia regional y es por esa época que el profesor Carlos Esqueda realiza su Lexicón de Sinaloa, primer esfuerzo por ordenar y clasificar los aspectos más representativos del habla local. A fines de los años setenta la Universidad Autónoma de Sinaloa lanzó la Colección Rescate, en la que reeditó mucha de la obra dispersa de historiadores y cronistas que se encontraba fuera de mercado y, en algunos casos, de difícil localización.
Hoy las instituciones que tienen bajo su responsabilidad un proyecto editorial enfrentan los mismos retos en el cambiante mundo de las tecnologías, tanto en los aspectos técnicos como en la percepción de los lectores, y el problema de la distribución que nunca falta. La Universidad Autónoma de Sinaloa cumple puntualmente su objetivo de rescate y mantenimiento de títulos esenciales: lo mismo textos emblemáticos literarios como El Güilo Mentiras, el fundacional relato humorístico, crítico y dialectal que aborda el estilo de vida del sur de estado, como textos académicos e investigaciones tanto de aspectos sociales como temas de pesca y agricultura, dos de las actividades económicas básicas de la entidad.
El reto de la Universidad —hasta ahora cumplido— es que su editorial no se convierta en una generadora de tesis meritorias o simple salida de abstractos productos de investigadores, los cuales a veces apenas recién concluídos necesitan justificar su inversión de tiempo y sueldos semestrales, problema común a todas las universidades de América Latina.
Desde mediados de los años ochenta el Instituto Sinaloense de la Cultural inició un gran sprint editorial que lo mismo abarcó las producciones locales como la coedición con diversas empresas comerciales. El catálogo de esa institución es puntual y digno: llenó en su momento no sólo la expectativa sino que se dio el lujo de arriesgar, tanto en autores y temas como en el diseño mismo. No hay producción editorial que no tenga sus vaivenes, aunque sean los mismos editores capacitados los responsables, debi- do a la naturaleza institucional del proyecto. Hoy el reto es enfrentar el arrecio de la tecnología, la falta de bibliotecas y la sempiterna inexistencia de un red estatal de distribución en librerías y centro educativos. Un caso similar enfrentan las ediciones de El Colegio de Sinaloa, contraparte del Instituto Sinaloense de la Cultura, aunque con menor presupuesto y equipo.
¿Existen editoriales consolidadas en Sinaloa?
La editora Maritza López ha lanzado libros que son hoy de exportación con su sello Andraval. Títulos como Los sueños de los últimos días, novela de Hermann Gil Robles, recién presentada en Barcelona, y Goza la gula, una minificción de Dina Grijalva, presentada en 2012 en Buenos Aires, confirman este compromiso de consolidación. Dignos de mención son los doce títulos de poesía de la colección Punto Luminoso. Asimismo Andraval ha publicado tres títulos infantiles ilustrados. Uno de ellos, La Sombra, de Alfonso Orejel, fue seleccionado por la Secretaría de Educación Pública en su programa de Libros del Rincón. Otro libro importante de próxima aparición es una radiografía de la arquitectura de Sinaloa: una apuesta como libro objeto de recopilación patrimonial.
Sinaloa y sus editoriales
En cuestión de edades, las editoriales con más vida en Sinaloa son empresas originadas, la mayoría de las veces, como proyectos personales. Editorial Cahíta, fundada por Herberto Sinagawa a mediados de los ochenta, Cronopia, que fue fundada en 1993 dirigida por Héctor Mendieta; Vandalay, con Jorge Aragón Campos como editor en jefe; Godesca, con Leónidas Alfaro Bedoya como propietario, y la casa Creativos, donde Nicolás Vidales lleva la batuta como editor, son un espectro de las más inesperadas ofertas literarias. Como ente simbólico y efímero, debemos evocar que en la década de los años ochenta Élmer Mendoza tuvo su propia editorial llamada Cuchillo de Palo. Otro grupo desaparecido de esa misma época y que tuvo eco nacional fue La Cabaña Editores, quienes realizaron la hojita literaria Equus, así como Trópico de Cáncer, folleto literario que alcanzó a parir una única novela de la autoría del escritor y editor José Santos Torres.
Editores para mejores libros y mejores contenidos
Entre las muchas personas que se han enfocado con brío a este noble arte, tanto en los aspectos de producción y oficio, es importante reconocer a editores como Sigfrido Bañuelos, Aristeo Romero, Juan Esmerio Navarro, Maritza López, Alejandro Mojica, Mauricio de la Cruz y Yeana González López de Nava. Los proyectos Salas de Lectura (estatal) y Sinaloa Lee han logrado convertir al estado en una tierra de libros. Aquí destaca la labor de Élmer Men- doza, Alfonso Orejel, Francisco Alcáraz, Raúl Quiroz y Modesto Aguilar. Desde hace más de veinte años existe en Mazatlán una red de clubes autónomos del libro, y se ha creado una feria del libro a partir de un esfuerzo ciudadano apoyado en las instituciones. Si se puede hablar de los libros que deben presumirse como ejemplo de la producción editorial reciente, se puede mencionar la nueva edición de El Güilo Mentiras de Dámaso Murúa, realizada por la Universidad Autónoma de Sinaloa, los libros de arte Navajas, de Rosa María Robles y Territorios, de Alejandro Mojica, ambos artistas plásticos, editados por el Ayuntamiento de Culiacán y el Instituto Sinaloense de Cultura ISIC, que rescatan no sólo el trabajo de dos grandes artistas, sino que es una real aportación al rescate del patrimonio cultural existente.