Ensimismado en la velocidad
Titulo: Creaturas de fuego
Autor: Carlos Chimal
Editorial: FCE, Colección Letras Mexicanas
Lugar y Año: México, 2013
Las primeras referencias que encontré de Carlos Chimal fueron reseñas sobre su trabajo como divulgador de la ciencia y autor de libros para niños y jóvenes. Una frase que me llamó la atención fue la de Octavio Paz, que calificó a Chimal como un “rara avis de la literatura mexicana”. Estos elementos fueron suficientes para interesarme en la lectura de Creaturas de fuego, novela publicada por el Fondo de Cultura Económica en su colección Letras Mexicanas. Me gusta la figura del escritor que trasciende los géneros de su escritura y no teme abordar nuevos territorios. En el caso de Chimal el paso de divulgador científico a narrador de ficción me parece atractivo para analizar: el divulgador tiene la misión de explicar con un lenguaje sencillo y exacto conceptos usualmente complicados para el lector inexperto; el narrador de ficción tiene un lienzo en blanco sin más límite que la imaginación y el lenguaje.
Con estas expectativas me enfrenté a la lectura de Creaturas de fuego. Hay dos núcleos identificables: la primera parte llamada “Que suceda” y la segunda “La ley de Murphy”. Desde las primeras páginas es clara la apuesta del autor: una prosa veloz que no se subordina a lo convencional, es decir, a un tono aséptico sino que se mueve, por momentos, hacia lo lírico y experimental. En cuanto al leitmotiv narrativo Creaturas de la noche cuenta un sinfín de historias protagonizadas por un grupo heterogéneo, outsiders o personas que se mueven en los límites de la realidad y la fantasía. Inútil buscar una anécdota que gane peso o un misterio que se vaya resolviendo al avanzar las páginas. Una de las primeras líneas a seguir o el primer escenario propuesto involucra a estos protagonistas con aventuras, pequeños incidentes, que refieren una sociedad o grupo marcado por provocar en otras personas eventos de combustión espontánea. Esta clave lleva al lector a imaginar una novela que desarrolla una serie de ritos, explicaciones o conflictos en relación a este tema. Sin embargo, el autor complementa esta información con más información, es decir, antes de que la escena gane protagonismo por su extensión es interrumpida e, inmediatamente, sustituida por otra que tiene su propia dinámica y puede involucrar al mismo personaje o a otro.
Es importante apuntar que la dispersión en las anécdotas se mantiene en todo el libro e, incluso, podría decirse que funciona como un personaje protagónico. La intención es clara: crear un efecto estético y una narrativa que construya desde lo variable, desde la conexión interrumpida que se sostiene, únicamente, por la seducción del lenguaje. En ningún momento esta vocación se percibe como algo incidental o un yerro. Al contrario, las escenas vagabundean de un escenario a otro, a mayor velocidad conforme transcurren las páginas. Una vez hecha esta apreciación debo decir que encuentro un riesgo importante: el relativismo que inunda toda la novela. Cada escena cuenta con su propio peso y, a pesar de que hay algunos focos de tensión dramática (una muerte, una escena violenta), estos se pierden en el mar de datos, diálogos y minucias. El lector, simplemente, no puede atar cabos más allá de la identificación de un persona- je o cierto motivo que aparece líneas después. Por aquí está la historia de un diamante, después aparece un hombre que se identifica como el “androide”, más tarde llega Jim Morrison reencarnado y un largo etcétera. Esto deja la carga completa en una visión, por así llamarla, “impresionista”. La idea es dar un aspecto general, grosso modo, como mirar de lejos una pintura sin poner demasiada atención a los detalles. Esta técnica no es nueva y en la literatura mexicana tenemos un ejemplo representativo en La región más transparente de Carlos Fuentes. En la novela publicada en 1958 hay un cúmulo de escenas sostenidas por diálogos y protagonizadas por diversos actores. El objetivo, en el caso de Fuentes, es crear un fresco, un recorrido por distintos estratos del México posrevolucionario que muestra sus virtudes y carencias. Al contrario, en la novela de Chimal no hay un escenario estable en el cual desfilen sus creaciones porque hay demasiadas referencias: hay una mezcla entre realismo y fantasía cuyos límites —más allá de estar o no justificados— no son claros. Otro elemento que abona a esta confusión son las continuas digresiones temporales: pasado y presente se vuelven un territorio ubicuo, un laberinto que hace difícil seguir los pasos de los personajes.
En la segunda parte de la novela: “La ley de Murphy” hay una estructura más visible aunque difícil de ligar a la primera. Aquí podemos seguir las aventuras de dos mujeres: Natalia y Catarina. Aquí es más perceptible el trayecto de los personajes y se establecen varios criterios: un viaje a Estados Unidos surcado por un paralelismo con el mundo griego. En varios pasajes hay una especie de mundo paralelo, un espejismo en el cual se recrea una prosa que trasciende lo fantástico para llegar a lo surrealista. Otro punto relevante es el mayor peso de las referencias científicas que, en la primera par- te, estaban supeditadas al asunto de la combustión espontánea. Aquí hay un diálogo interesante, interdisciplinar, fruto de la experiencia del autor como divulgador que encaja en las peripecias de las mujeres ya que se desenvuelven en universidades norteamericanas.
Hecha esta relación conviene destacar una de las virtudes de Creaturas de fuego: la pericia del autor al eslabonar episodios sostenidos por un ritmo ágil y, sobre todo, por un lenguaje que casi siempre da en el blanco y desdobla sus posibilidades poéticas, humorísticas y visuales. Asombra la capacidad imaginativa para llenar párrafos y párrafos con situaciones que, como un juego de muñecas rusas, dan origen a otras situaciones. Se puede tomar cualquier párrafo al azar y se percibe inmediatamente la acción, diálogos veloces, bromas que dan origen a otras bromas. Un persona- je conoce a un extraño y el narrador, de inmediato, en una labor de miniaturista, se esfuerza por detallar parte de su biografía, añadir una aventura que tuvo en el pasado. Así, tenemos un largo des- file de personajes que interactúan y, una vez cumplido su papel, desaparecen sin dejar una huella profunda. Este impacto fugaz se explica con el punto de vista narrativo –en tercera persona– que privilegia la acción; líneas y líneas en donde siempre ocurren cosas. Hay muy pocos momentos en los que aparece una pausa reflexiva. Incluso, como mencioné en líneas anteriores, los elementos que podrían ser explotados por su carga dramática son medidos con la misma vara que otros de menor trascendencia.
Un último apunte que conviene discutir sobre Creaturas de fuego es la aproximación que da la editorial en la cuarta de forros del libro: “Quijotesca y rabelesiana”. Digamos que, como primer punto, podemos vincular esta calificación con la hipérbole, con el ex- ceso con el cual Cervantes y Rabelais crearon sus mundos: personajes enloquecidos, escenas donde conviven el despropósito, el desparpajo e, incluso, en el caso del autor francés, la utopía. Además de estos elementos fácilmente ubicables en una primera lectura, hay algo que no se debe perder de vista: ambos autores cultivaron un aspecto fundamental: la crítica. Cervantes criticó las novelas de caballerías con burla, además de mostrar a una España decadente después del desastre de la Armada Invencible en la batalla de Trafalgar. Por su parte, Rabelais se regodeó satirizando las buenas conciencias de su época, que condenaban en público lo que hacían sin ninguna culpa en lo privado. Revisando estas características que han sido estudiadas a profundidad por la crítica y por la academia, se antoja muy lejano el vínculo que se establece con la novela de Chimal. La razón más importante es que no hay ninguna intención del autor de hacer alguna crítica social. Es cierto que hay humor en la novela y algunas diatribas sobre el mundo moderno, pero estos referentes se circunscriben al ámbito íntimo de los personajes y no van más allá. El autor es más cercano a la exploración de la forma pero no con malabarismos retóricos o con un lenguaje sumamente elaborado, sino con el denso entramado de acciones, escenas y personajes.
Creaturas nocturnas es de esos libros cuya mayor apuesta puede convertirse, para algunos lectores, en su mayor debilidad. Sin embargo esta novela, con su actitud desaforada y su exploración prolija es, a su manera, un anclaje en el mundo actual, un mundo demasiado ensimismado en la velocidad y que encuentra, en esta obra, un espejo en el cual mirarse.