Tierra Adentro

Titulo: La transmigración de los cuerpos

Autor: Yuri Herrera

Editorial: Periférica

Lugar y Año: Cáceres, España, 2013.

Yuri Herrera (1970) ha acuñado una forma de escritura que los lectores hemos privilegiado. El entusiasmo por su trabajo en la última década es prueba de que su prosa logra captar —¿crear, reproducir?— las particularidades de un escenario en perpetua crisis moral, política y económica, como el nuestro. En sus primeras dos novelas se propuso abordar los grandes temas de la agenda nacional —el funcionamiento de los cárteles de la droga en Trabajos del reino (2004), la migración en Señales que precederán al fin del mundo(2010)— y en La transmigración de los cuerpos se vislumbra entre líneas nuestra aberración más reciente: el estado de sitio del que somos víctimas desde que dio comienzo la “guerra contra el narco”. Pero esta última entrega, debido a su búsqueda y experimentalidad, descuida la fábula y el fino trabajo estilístico que tanto caracteriza a su autor.

La novela se lleva a cabo en una comunidad anónima, asolada por la epidemia que provoca un “mosquito egipcio” que parece “una bala negra”; las víctimas de su piquete comienzan a vomitar sangre tras algunas horas y mueren poco después. Debido a lo alarmante de la situación, las autoridades aconsejan a la población no salir de casa. Es en ese estado de excepción donde encontramos a Alfaqueque, personaje principal que seduce en tiempo récord a su escultural vecina, la Tres Veces Rubia. Pero muy pronto tiene que dejar de lado su luna de miel para solucionar un problema. Los Castro tienen en su poder a Romeo Fonseca, los Fonseca levantaron a la Muñe Castro como garantía de devolución; Alfaqueque debe intercambiar a los dos jóvenes. Para desgracia de todos, tanto la Muñe como Romeo han muerto en manos de sus captores –la primera víctima de la epidemia, el segundo en un accidente automovilístico–; lo único que pueden intercambiar estas familias rivales son los cuerpos –de ahí el título de la novela. Unas cuarenta y ocho horas después de iniciada la aventura el Alfaqueque cumple su misión, más o menos al mismo tiempo en que se descubre una cura para la epidemia. La gente puede volver a las calles y Alfaqueque regresa a los brazos de la Tres Veces Rubia.

He tratado de resumir el asunto, antes que nada, debido a su relevancia simbólica. Toque de queda, ejecuciones, secuestros, cadáveres…, La transmigración de los cuerpos conforma un trasunto de la violencia contemporánea. Sus protagonistas, no por nada, provienen de las instituciones más corruptas del país y conforman una red de impunidad y violencia: el Alfaqueque fue funcionario del Ministerio Público, el líder de los Fonseca es un antiguo agente de la pgr y los Castro, ¿son militares? Es posible, Herrera gusta de utilizar nombres parlantes –y por eso bautiza así al Alfaqueque: “Hombre que desempeñaba el oficio de redimir cautivos o libertar esclavos y prisioneros de guerra”, según la RAE. La alegoría de la guerra cobra mayor espesura al considerar la imagen de un perro negro que circula por sus páginas: el protagonista no sólo es un intermediario entre los grupos de poder, al mismo tiempo se identifica con Xólotl, el dios animal encargado de guiar a los muertos al inframundo mexica. Esta dimensión metafórica no exime a la trama de inconsistencias. De hecho hay algunos detalles que delatan cierto desdén por la construcción de la historia o apatía por la anécdota. La familia Castro, por ejemplo, en un momento se nos dice que son nuevos ricos pero páginas después resultan aristócratas con castillo y escudo de armas incluido. Todos los pasajes que involucran al perro negro no terminan de hilvanarse con el resto del discurso y lucen postizos, superpuestos. Se delinea el pasado del Alfaqueque –una mujer, un asesinato, “un momento recio”– pero en realidad el lector nunca se entera de su terrible secreto y siente que hubiera sido mejor ni siquiera sugerirlo.

Tal parece que, en el afán por no repetir y caer en la fórmula, Herrera ha ido forzando sus estrategias narrativas hacia un texto más abierto. Tanto Trabajos… como Señales… son novelas construidas con esmero, no aparecen con las rebabas que aquí señalé y, a riesgo de sonar superficial, podrían calificarse de novelas “redondas”. En Transmigración… se rompe con ese antecedente pero, en lugar de tener una obra abierta, nos enfrentamos a una obra laxa; inconsistente antes que ambigua. En los aspectos estilísticos sucede algo similar: la prosa se distancia sensiblemente del modelo de precisión y exactitud que tantos elogios recibió tras su primera novela. Ahora Herrera explora una escritura más experimental, híbrida, que tampoco termina de funcionar del todo. Si releemos Trabajos del reino nos daremos cuenta que existe una combinación de registro culto y popular en el que radica, en buena medida, la poesía del texto:

No hubo cortesano al que negara sus dones. Compuso un corrido al gringo de planta, diestro para idear pasajes de mercancía. Este se había pegado a un hatajo de muchachitos ansiosos de mareo que cada viernes cruzaba a desmayarse de este lado del muro. Aquí está su cuidador, dijo; aquí mero, se confiaron.

Todas las palabras aquí utilizadas son corrientes, comunes en el habla de comunidades comunidades diversas; es su mezcla la que les otorga un nuevo brillo. El registro lingüístico en Transmigración…, en cambio, privilegia la jerga, el neologismo, el arcaísmo y las variaciones ortográficas que si a primera vista deslumbran, poco a poco descubrimos que carecen de la precisión melódica de sus textos previos:

Bato desterrado alias Menonita. Bato roto alias Alfaqueque. Pobre diablo solitario alias La luz de mis ojos. Pobre mujer expoliada alias Dónde andará. Venganza alias Desquitanza. El Carajo alias No se preocupe usted. Desprecio alias Quién se acuerda. Cuánto miedo alias Yo no sé nada. Cuánto miedo alias Aquí estoy bien. Un hijuelachingada cualquiera, alias Su mero padre. Esto es lo que esperaba alias Ni crean que me la pueden hacer. Verbo desbravado alias La pura verdad.

En La transmigración de los cuerpos hay también una transmigración de la escritura, pero el desplazamiento de la prosa de Herrera no es tan eficaz como el de los cadáveres que intercambia el Alfaqueque. Si bien el autor arriesga nuevamente con esta tercera novela, la laxitud del resultado nos hace echar de menos sus primeros trabajos.

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