Tierra Adentro
Ulises Carrión, “Self-portrait”, 199. Foto: J. Liggins,

En mi nesciencia juvenil inferí que debía estudiar lo mismo que Juan García Ponce. Tamaña ocurrencia, en una ciudad como Valles (en la que ni remotamente había talleres literarios, presentaciones de libros o lecturas), era la cosa más ingenua y extravagante. La idea de que una huérfana sin un peso encima quisiera estudiar filosofía y letras para convertirse en escritora debió haber hecho reír a unos cuantos.

Tengo razones, en efecto, para quemarlo todo. Todo es un ensayo (…) apropiación, reciclaje y cita (…) toda escritura es un proceso de auto‑traducción.
Cristina Rivera Garza

Mi madre poseía un cuaderno de recetas en el que transcribía poemas místicos de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. Meses después de su muerte, ocurrida cuando yo tenía diez años, hurgando entre sus pertenencias encontré ese cuaderno y adquirí, por imitación, el hábito de copiar los fragmentos que más me gustaban de los libros que leía, sólo que lo mío fueron entonces las hojas de rotafolio; en ellas transcribí en la adolescencia los versos que más me fascinaban de Octavio Paz, Sergio Mondragón, Thelma Nava, José Vicente Anaya, Elsa Cross, Rosario Castellanos, José Carlos Becerra y Enrique González Rojo, para tapizar las paredes de mi casa. Quería que sus palabras estuvieran a todas horas visibles, porque me provocaba plenitud la omnipresencia del lenguaje.

Que los libros fueron mis padres es un hecho verídico

Mi padre se fue de casa cuando yo tenía seis años y tras la muerte de mi madre no volvimos a verlo. No hubo en aquel momento ni después tutor o pariente que se hiciera cargo de forma cabal de mi hermana, dos años mayor que yo, y de mí. Vivíamos entonces en Cd. Valles, S.L.P, solas, en una vivienda que mi madre nos había dejado junto con una herencia pírrica que se perdió en el fraude de las cajas populares a principios de los noventa pero que alcanzó para que pudiésemos subsistir precariamente casi tres años. No sé cómo aprobé la secundaria: faltaba todo el tiempo para quedarme en casa a leer o porque había leído toda la noche y despertaba hasta el mediodía. Cuando asistía era sólo para escaparme a la biblioteca del ISSSTE, la única en la ciudad. Íbamos dos o tres veces a la semana por seis libros cada vez. Nos devoramos, entre otras, las colecciones Sepan Cuántos y Lecturas Mexicanas. Nunca he vuelto a leer tanto como en aquellos años.

Cuando digo que la literatura salvó mi vida lo digo al pie de la letra

Fue mi hermana quien encontró, mal clasificado en la sección de historia, el tomo I de Crónica de la intervención. Nos bastó leer la frase inicial “Quiero que me cojan todo el día y toda la noche…” para saber que aquello no era historia. Hubo siempre una densidad distinta en esa novela, una mixtura de filosofía, teología, literatura, pornografía y poesía. Hubo siempre algo en sus páginas que me hizo cuestionármelo todo, convertirme en otra. Yo quiero escribir como él, pensé un día, no recuerdo cómo, yo quiero ser una escritora como él. ¿Qué fue lo que accionó el mecanismo de la aparición del impulso autoral? Supongo que el deseo de apropiarme del lenguaje del otro, el deseo de hacerlo mío. Estudiaba el bachillerato, así que pregunté a mis conocidos y maestros qué carrera debía elegirse si uno quería formarse como escritor. Nadie supo decirme. En mi nesciencia juvenil inferí que debía estudiar lo mismo que Juan García Ponce. Tamaña ocurrencia, en una ciudad como Valles (en la que ni remotamente había talleres literarios, presentaciones de libros o lecturas), era la cosa más ingenua y extravagante. La idea de que una huérfana sin un peso encima quisiera estudiar filosofía y letras para convertirse en escritora debió haber hecho reír a unos cuantos. Mi futuro era ser recepcionista o empleada de mostrador. Me lo decían incluso mis maestros, que fuera sensata y realista, que fuera inteligente. Supongo que las tantas historias y las tantas vidas vividas a través de la lectura, me hicieron pensar que por más que lo pareciera, no era insensato ni imposible que un día yo llegara a ser escritora.

Las costuras tan visibles

Mis primeros poemas hablaban de la muerte y mis primeros cuentos de detectives. Eran textos cortos que redactaba en una máquina de escribir Olivetti y que estaban signados por el autor en turno de lectura. Recuerdo que las marcas de esas influencias no me parecían en absoluto aberrantes, al contrario, me gustaba ensayar a copiar los estilos que admiraba. No aventuraba ni por asomo el imperativo de encontrar una voz propia. A los quince no tenía a quien mostrarle mis escritos para pedirle una opinión o asesoría; en mi entorno no había nadie que leyera o hablara de libros, mucho menos de escritura. El primer concurso de poesía en el que participé fue convocado por una radiodifusora local con motivo del 14 de febrero. Gané por votación, a través de llamadas del público, con un malísimo y cursi poema que, como parte del premio, fue leído por un locutor de engolada voz un sábado por la noche.

En el mar la vida es más sabrosa, en el mar te escribo mucho más

Al puerto de Tampico llegué en 1996. Cuatro años de filosofía me hicieron postergar mi propósito de escribir. Fue hasta 2002, a los 24 años, que supe de un taller literario, un diplomado en literatura y un seminario de escritores en la ciudad. Los tres eran impartidos por una doctora en filología y promotora cultural. De esa etapa proviene una formación en lecturas mexicanas e hispanoamericanas del siglo XIX y principios del XX, así como en retórica, narratología y análisis literario. Proviene también la noción y la búsqueda de una voz propia. En el taller y seminario (al que sólo se podía entrar por invitación) permanecí un par de años hasta que la doctora me corrió. Nunca le dije el gran favor que me hizo porque entendí hasta mucho más tarde que debo a ello el haber salido de esa pequeña burbuja de falsos elogios mutuos, canibalismo, mímesis perniciosa, regionalismo reduccionista y sacralización desmesurada del poeta y la poesía.

Cada palabra tuya es una lámpara encendida para verte cuando tú no estás

Este verso de Becerra era mi incipiente poética: hacer presente lo ausente. Como si las palabras, al nombrar, otorgaran una existencia duradera a lo volátil, a lo efímero. Como si el lenguaje pudiera curar un exilio original, el destierro continuo del presente. Bajo esa premisa y el signo del lirismo escribí, tras mi salida del taller en 2004, Lo que no imaginas, Palabras más palabras menos y Nunca quise detener el tiempo; los envié a certámenes literarios que incluyeran como parte del premio la publicación, dado que en la entidad las opciones eran escasas. El premio regional y los dos premios nacionales que recibieron, respectivamente, en 2005, y gracias a los que fueron editados, surtieron un efecto contradictorio: en lugar de dar por hecho la calidad y ejercicio de mi escritura, mis dudas y cuestionamientos se avivaron. En esa época asistí a mis primeros encuentros literarios y tomé varios talleres con autores del ámbito nacional. Fue en el diálogo con escritores ajenos a mi pequeño entorno que me di cuenta de todas las lecturas contemporáneas que me hacían falta, de cuán reducida era mi visión de la poesía y de todas las posibilidades que me faltaban por explorar.

Yo testereo, tú testereas, nosotros testereamos

Lo que yo considero mi poética actual proviene de la época postfonca. Tras un proyecto fallido con el que pretendía experimentar la hibridez entre poesía y narrativa, y que no era sino un intento por indagar y fracturar mis propios límites poéticos, me sumí en una crisis durante dos años, cuyo cuestionamiento de fondo era cómo escribir algo distinto a lo que había venido escribiendo. Dos talleres impartidos por Cristina Rivera Garza en Cd. Victoria, Tamaulipas, El libro de las percepciones en 2007 y Ficción histórica desde abajo en 2009, los ejercicios de escritura documental, las recomendaciones bibliográficas, pero sobre todo las charlas de sobremesa y la conversación continuada sobre problemáticas y panoramas artísticos, literarios y culturales que emprendimos entonces con Cristina, el entrañable poeta Marco Antonio Huerta y la queridísima Claudia Castañeda, fueron el marco del surgimiento de un nuevo horizonte de comprensión escritural.

Palimpsestos / Yuxtaposiciones / Entrecruzamientos

Se trataba de dar voces a otras voces. Se trataba de que no había tal cosa como La Voz, unívoca, homogénea, unidireccional, sino una multiplicidad de registros. Se trataba también de lo que apunta Foucault al inicio de El orden del discurso: de introducirse sin ser advertido en los intersticios, como una pequeña laguna en el azar de su desarrollo o como el punto de su posible desaparición. Mi ejercicio en el taller de escritura documental, que consistió en tres poemas basados en partes de sanidad del puerto de Tampico en 1888, fue detonante inmediato de Siam (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012). Escrito a partir de cartas de amigos sobre sus hermanos, documentos, notas y bibliografía sobre los siameses Eng y Chang, reglamentos sobre box y formatos de requisitos aduanales, éste fue mi primer ensayo de hacer poesía sin buscar una voz o mi voz, sino dejando que otras voces y registros intervinieran. En 2011, a través de las traducciones que Marco hizo de sendos ensayos de Kenneth Goldsmith y Vanessa Place accedí a textos que teorizan sobre la escritura conceptual. Magnitud/e (Gusanos de la nada, 2012), a cuatro manos con Marco y traducido por el poeta John Pluecker, un díptico que disecciona alegóricamente la anatomía, naturaleza y genealogía de las moscas, al tiempo que realiza un recuento de los magnicidios políticos en nuestro país, de finales de los ochenta hasta la fecha, y Antígona González (Sur+, 2012), pieza conceptual escrita para un montaje teatral por encargo de Sandra Muñoz, actriz y directora, son respuesta dialógica a la proximidad con esta corriente estética pero también al contexto cotidiano de violencia e inseguridad derivado de la guerra contra el narcotráfico.

Lo que emerge es un loop

El plagio es el punto de partida de la actividad creadora en el arte nuevo, leo en El arte nuevo de hacer libros (Tumbona Ediciones, 2012) de Ulises Carrión, publicado por primera vez tres años antes de que yo naciera, y no puedo dejar de pensar en las transcripciones de poesía mística que hacía mi madre; en el desmontaje de mi noción impostada y purista de la voz propia y la originalidad frente al vertiginoso panorama de las reescrituras y la curaduría del lenguaje. Lo que emerge es un loop. Apropiación radical y alegoría. Wikipedia y nota roja. Las fosas de San Fernando y la Tebas de Sófocles/ Gambaro/ Marechal/ Yourcenar/ Zambrano. Los tuits de @menosdias y el hermano desaparecido de uno de mis más queridos amigos. El granadazo en la plaza del 15 y Carroña última forma de Leónidas Lamborghini. Lo que emerge es un loop ¿Cómo reescribir en y desde el presente la poesía?