Tierra Adentro

Llegarán las urracas,

escucharán aullidos,

no de fantasmas

ni de criaturas templadas en las sombras

sino de mujeres: llorarán mi muerte:

esta tarde han puesto un aviso en el pueblo:

Nadie sabe dónde mi cuerpo ha quedado.

No saben aún la certeza: cuerpo insepulto mas sepultado,

de cal la mortaja y el funeral presidido por las aves carroñeras,

uno más, uno de tantos y de tantas,

al menos, les diría a las mujeres que me lloran:

al menos, les diría, mi cuerpo se ha levantado

y ha buscado su cabeza

faltan tan solo algunos jirones arrancados por las aves.

 

Esta tierra me es desconocida. Es monte y camposanto.

Allá abajo, en los barrancos, permanecen otros rapaces,

no de plumas ni picos afilados, pero sí de punzones y de garras.

Señalan con su canto la llegada de otra troca,

un jeep robado a un par de ancianos,

una utilitaria donde va un maestro y su chalán,

todas sirven, en ellas cargarán lo extraído de las trailas:

televisores, unos cien microondas y algunas computadoras.

Ese es el modus operandi, dirá un agente del MP:

no deseo darles esperanza, pero hacemos todo lo que podemos.

Es el monte de las aves, los halcones y los buitres,

extraen de la tierra al monstruo negro del incendio,

y aun así la sustancia cristalina, recia, ígnea, no les basta.

Han rasgado la tierra, y ahora deprendan los caminos

y a quienes deciden, en mala hora, recorrerlos.

Nos fuimos del volcán hacia la sierra,

tres hombres y un casi adolescente,

otro viaje, otro trabajo, uno más,

uno menos, sin embargo,

regresó.

Atasco de légamo, rocas y troncos. Avisaron:

¡se ha desgajado el cerro!

Esperen unas horas o busquen cómo transitarde nuevo

por la autopista hacia su patria.

Ya habíamos terminado los trabajos,

sudamos lo insalubre de esa tierra, mala tierra

¡ella qué culpa!

Mala sangre, entonces, fluyendo en los túbulos de las rapaces.

 

Cuando bordeamos entonces el atasco, subiendo por el monte, por la arena,

no descubrimos el atajo hacia otro de los caminos

los descubrimos a ellos

y con rifles

nos bajaron

 

No hay miedo en la mirada,

interpretaron entonces desafío,

un cachazo, la culata golpeando así los huevos,

y otros golpes por la sonrisa diminuta

que no era burla, aunque ellos así lo vieran.

 

Dirigieron otra de las trocas hacia el monte. Dijeron: hacia lo alto, y ahí han de dejarlos.

Tres de nosotros y un hombre casi niño.

Silbidos en el monte, otras aves.

Y ya sin miedo, acepto que nos pararemos al borde de las fosas.

Quiero decir algo, un intercambio, sacrificio.

No valgo tanto, sin embargo, para abonar yo sólo el humus de su arcilla.

Ya se han llevado lo que para ellos sí valía.

El fuego como aureola, el destello cual promesa,

y un gesto, una sonrisa incrédula en el rostro

tapado pronto por la tiza, cal y llanto.

 

Debieron pasar horas, meses, días

antes de que yo plantara mis manos en el lodo

y buscara con el cuerpo mi cabeza cercenada.

 

Las aves asustadas cantaron otro tono:

había pánico en los trinos, y las notas sibilantes en el radio

fue el chirriar de un ataúd mal aceitado.

 

¡qué chingados es eso!

¡cómo puede levantarse!

Y yo con las manos extendidas,

y en mis dedos la sensación de mi cabeza

—no se hallaba tan lejos de mi torso—

encontrarla me tomó apenas un minuto.

Hierro en mis costillas, en los brazos,

ardor en las rodillas, en las piernas,

no hubo forma, aunque quisieran, de pararme.

Del monte no quise largar, hacerme bruma.

Reconocí esto como mío, olí esto como mío,

Puedo verlo como mío.

Soy ahora el monstruo y no son ellas, las urracas,

quien entonará la música de estas fosas,

la montaña, la yerba ensangrentada.

Ésta es y será ahora mi tierra, y no otras aves pacerán sobre el rocío,

tengo además un propio canto,

vuela el aire brioso, gélido, henchido,

hasta llegar a la aurora de mi madre, de mis tías.

Ahí apunto la flecha de mi testa, hacia ahí, me digo, yo camino:

verán mi madre y mis tías, las mujeres plañideras, el paso de mi sombra,

olerán también el perfume en mi cuerpo simulado,

y mis ojos serán los mismos, aunque mi cabeza en el pecho permanezca

y sea un monstruo ya sonriente, 

vengativo

que ha de quedarse con la carne de esas aves,

las del líquido ardoroso, las de trailas ya vacías,

y en el pico de esta ave sin cabeza habrá alegría:

un canto que calmará el llanto de mi madre y de mis tías.

No teman, les diré, que en mi cuerpo hay venganza,

un monstruo sin cabeza, un aura esplendente 

colmada de ira.

Llegarán entonces las urracas,

de nuevo escucharán ellas aullidos,

no será, lo juro, de fantasmas

sino de una criatura sin cabeza,

templada ésta en la fosa, en la sombra, y en la ira.


Autores
(Tlaxcala, 1988) es egresado de la licenciatura en relaciones internacionales de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (upaep). Ha colaborado en medios físicos y digitales como Ágora, Letrarte y Momento. Parte de su obra se incluye en las antologías Seamos Insolentes (2011) y Sampler (2014). Ha sido becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA; 2013, 2018), del Fondo para la Cultura y las Artes (Fonca, 2016) y de Interfaz (2018). Asimismo, obtuvo el Premio Estatal Dolores Castro de Poesía 2016, el Premio Tlaxcala de Narrativa 2017 y una mención honorífica en el XXXIV Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción (2018).