Tierra Adentro

Si pudiera resumir en pocas palabras a mi padre, lo haría así: un hombre amoroso, sencillo y generoso con sus conocimientos.

Su principio de vida fue el trabajo constante, escribir, corregir y leer siempre; ver la vida y cuestionar lo que veía, investigar con curiosidad y encontrarle algo más, transformarlo y estar convencido de que «la realidad es lo increíble» y de que «todo lo que inventamos es cierto».

Su trabajo literario siempre fue honesto, complejo, sin concesiones, transgresor y provocativo. Una literatura «difícil» que trataba de atrapar al lector para que hiciera del texto propuesto algo suyo, porque creía que «el texto sólo existe en la medida que otro lo hace suyo», y es ahí cuando el círculo creativo queda completo.

Artista y ser humano, escritor y hombre común: papá, abuelo, amigo, esposo, amante, jefe, profesor; en fin, muchas veces una relación desequilibrada. En el caso de Miguel Donoso Pareja esa relación era armoniosa, no existía dicotomía. Un padre y un abuelo amoroso, un maestro y un jefe generoso recordado con afecto por quien estuvo cerca de él, un esposo y un amante recordado con nostalgia por sus amores.

Nosotros éramos gente muy unida. Aún recuerdo los viajes a San Luis Potosí, cuando iba a coordinar el taller piloto del INBA, y presenciaba las largas sesiones con risas y discusiones. Ahí aprendí que la literatura es, como él decía parafraseando a los hermanos Goncourt, «una facilidad innata y una dificultad adquirida». Para él no bastaba «el don», era necesario desarrollar el oficio y ser muy exigente con eso.

México fue su casa, la casa de toda su familia. Gracias a México escapamos de un país donde era perseguido; su exilio lo hizo en buena medida mexicano y su amor por el lugar siempre estuvo intacto. Para mí, Miguel Donoso Pareja no se irá del todo, y estoy seguro de que para muchos otros tampoco. Queda de él lo escrito y la magia de lo vivido con todos aquellos que estuvieron cerca de él.