Tierra Adentro

Miguel Donoso Pareja era una presencia telúrica. Lo antecedía el mito (la clandestinidad, la guerrilla, la lucha en Ecuador) y un aura de mítico marinero lo acompañaba mientras nos enseñaba un decálogo preciso: la literatura es trabajo arduo, una vocación terrible que no conlleva ni fama, ni dinero, ni otro reconocimiento que curarte de la enfermedad mediante la escritura. Su sentido del humor era proverbial y podía utilizar la chanza o la broma de humor negro hasta que volvía a asumir la seriedad plena y nos llamaba a todos al orden. Comía con voracidad y en ocasiones limpiaba la cuchara de salsa con la parte de atrás de su corbata. No permitía la menor traición a la vocación literaria y era implacable con los errores. Tal vez hoy su método pedagógico sería demasiado cruel, pero entonces nos enseñaba, sin complacencia alguna, que el que se mete en esto lo hace con conciencia plena de los riesgos. Uno deja sangre y bilis en el papel, la mayor parte de las veces sin otra recompensa que el acto mismo. Rigor es la palabra que mejor lo definía. Quienes fueron sus amigos también dirían que generosidad. Sus discípulos le temíamos a la dureza de este hombre implacable que no permitía deslices ni, sobre todo, dobleces. Un hombre de una pieza. El autor de Henry Black y de Día tras día era perfeccionista hasta la médula. Cuando leí su antología Prosa joven de América Hispana, editada en dos volúmenes en la mítica colección SEP Setentas, entendía sus gustos y sus cercanías políticas. Un cuento de Sergio Ramírez, «Charles Atlas también muere», me fue recomendado por él como ejemplo de economía y socavamiento de la psicología del personaje. «Pero entre líneas, siempre entre líneas». Así nos enseñó a leer. A algunos, como es mi caso, más por sus continuadores, especialmente David Ojeda, a quien tanto le debemos los escritores poblanos, porque un día Donoso Pareja decidió regresar a Guayaquil, con una beca Guggenheim bajo el brazo y el sueño de encontrar a sus lectores. No sé si lo logró. Sé que siguió sembrando discípulos como quien quita bombas en un campo minado, para que todos podamos caminar a gusto, sin temor a explotar. Ese campo limpio y claro que fue la literatura escrita en provincia en México desde finales de los setenta y hasta mitades de los ochenta le debe al tesón y la fuerza de Miguel Donoso Pareja su frondosidad. No se entiende Puebla, Zacatecas, San Luis Potosí, Ciudad Juárez, Aguascalientes o Tijuana sin los talleres que él y sus discípulos continuaron con denuedo. La revista Tierra Adentro, la Coordinación Nacional de Literatura del INBA, fueron apuntaladas por él, silenciosa pero conscientemente. Como dice Juan Villoro, uno de sus alumnos en el taller de la UNAM, siempre seguiremos siendo alumnos de Miguel Donoso Pareja. En su viaje por el Leteo, en la barca de Caronte seguro está fundando un nuevo taller para que en el Hades también sepan, con un carajo, conchaésumadres, cómo demonios se escribe.