Tierra Adentro

Apenas hace unos días se anunció que Alejandro Vázquez Ortiz, con su obra Deja de decir a Dios qué hacer con sus dados, ganó el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2015. ¡Enhorabuena, Alejandro! Si bien con frecuencia se le reconoce por su excelente trabajo en Editorial An.alfa.beta, da el doble de orgullo saber que su obra personal también es valorada.

A propósito del galardón, revisité Artefactos, su primera colección de cuentos publicada en 2012. Los cuentos incluidos siempre me han parecido breves homenajes a la historia de la literatura. El libro nos recuerda que el cuento es un género vivo y con bondades únicas dentro de la escritura.

Una situación curiosa de Artefactos es que inicia con una nota que funciona como página de agradecimientos y a la vez como justificación del libro. «Las palabras son máquinas», inicia la nota y más adelante afirma: «La palabra hace a la Realidad y desprendido queda el silogismo contrario: únicamente la palabra puede deshacerla». Y en ese tenor de crear, descomponer, construir y destruir la Realidad se comienza a entrever el plano arquitectónico subyacente en los relatos.

El primer cuento de los once recopilados es «La mariposa», que inicia así: «Shen Kuo, teniendo únicamente un pincel y tinta para conversar, intentó saber lo que era la mariposa cabeza de serpiente». Este geólogo, astrónomo, ingeniero, cartógrafo, meteorólogo, entre otros, encuentra que para definir ese primer concepto que animó su curiosidad debe, de forma paralela, definir su contexto. Sin embargo, ese contexto es, a su vez, parte de un contexto mayor. Y así se nutren los contextos, hasta que las relaciones esenciales entre los objetos, las personas, sus pensamientos, la naturaleza, el arte y otros ámbitos quedan unidos por el efímero aleteo de una mariposa con cabeza de serpiente. El relato sirve para explicar un sinfín de fenómenos humanos: desde la empatía, el desarrollo social, la economía, hasta el estancamiento actual de la educación que se empeña en separar el tejido del mundo en asignaturas, volviendo inútil casi todo conocimiento.

En «La mariposa», Vázquez Ortiz cumple la promesa sugerida en la nota inicial acerca de la relación entre la palabra y la realidad. En el siguiente relato, «Notas póstumas de Jacob N. Heartman sobre Bartleby», cruza la frontera de la ficción tomando como punto de partida a Bartleby, el conocido personaje de Herman Melville. El legado de Bartleby abandona lo literario y salta a lo real en un par de líneas: «Aquellos que hayan quedado intrigados por el relato que publiqué bajo el seudónimo de mi íntimo, Herman Melville, en la Putnam’s Monthly Magazine de noviembre de 1853…». Así pues, el narrador sin nombre de «Bartleby, The Scrivener; A Story of Wall Street» se convierte en Jacob N. Heartman y nos seduce para creer que Bartleby en realidad existió. De esta forma, Vázquez Ortiz le pide al lector una doble suspensión de la incredulidad para primero, aceptar al Bartleby histórico de Melville y luego aceptarlo como parte de una nueva ficción creada Jacob N. Heartman a manera de un documento testimonial que el lector recibirá como cuento. Para acentuar el pase del lector a la nueva ficción y no dejarlo escapar, el texto inicia con una nota del editor explicando el origen del documento. Así, el relato cubre convincentemente los huecos que el lector podría llenar con dudas e inquietudes.

He repasado sólo dos relatos, pero la colección mantiene lo ya expuesto: enlaza realidades y ficciones con un hilo de palabras, oraciones, imágenes y estéticas, sin perder de vista la orilla de una playa habitada por la premisa establecida desde la nota inicial: las palabras son máquinas, herramientas que utilizamos para explicar y manipular el espacio y el tiempo.

El zurcido de la confección literaria en Artefactos es invisible y exacto. Los demás cuentos son universos compactos y bien realizados, que reviven ecos que remontan al lector a diversas tradiciones literarias. Por ejemplo, el relato «La máquina» está fabricado con la misma sustancia que La piel de zapa, novela decimonónica de Balzac, y en «El turista» habita un espíritu hermano al de «El guardagujas» de Juan José Arreola.

Alejandro Vázquez Ortiz posee una sensibilidad admirable para describir los espacios e imbuirlos de personalidad. La primera cuartilla de cada relato está trazada con la precisión de un francotirador. Alejandro escribe ocultando con pericia la red de intriga bajo una cama de hojas y, con el primer paso, el lector queda atrapado hasta el final.

 


Autores
(Monterrey, 1982) es autor de las novelas El polvo que se acumula en los objetos (Editorial Acero, 2012) y La ilusión del caos (edebé, 2015). En 2014 fue becario del PECDA Nuevo León. Actualmente es profesor de literatura en Prepa Tec y director de Resortera.mx, una iniciativa para impulsar la escritura de autores jóvenes.