Tierra Adentro

Con la apertura de la primera sala de cine, el 28 de diciembre de 1895, en el sótano del Gran Café, Boulevard des Capucines 14, en París,nuestra manera de imaginar el mundo cambió para siempre. El cine ha transformado la percepción humana de una manera tan profunda que no es descabellado suponer que incluso haya modificado la manera en que se soñaba antes de su existencia.

Hoy su influjo es tan grande que la mayor parte de las personas que habitan el planeta imagina la vida —empezando por la propia— en términos cinematográficos. Por tal razón dedicamos parte de las páginas de esta edición a ese arte. El cine recoge y da expresión a nuestros deseos, fantasías, temores, pero ya no es (si alguna vez lo fue) sólo un inocente espejo de ellos. Los conduce y los induce.

El cine ha sido utilizado hasta la saciedad como un instrumento para brindar satisfacciones fáciles a un público poco cultivado, habituado a recibirlo todo “en estado de distracción” (la definición es de Benjamin) pero decenas de creadores cinematográficos han demostrado que su capacidad para producir poesía es inmensa.

“Hay una forma de poesía que sólo es posible en el cine”, decía Serguei Eisenstein, y es a propósito de esa poesía posible, de su ausencia o de su presencia en la pantalla, que medita la poeta y documentalista Tatiana Lipkes, a partir de un cuarteto de cineastas —el alemán Werner Herzog; el francés Jean Painlevé; el armenio Artavazd Pelechian, y el portugués Pedro Costa— cuya obra debe conocer todo aquel que se diga cinéfilo.

“Creo que ahora el problema más grave del cine mexicano es la exhibición,” dice Kenya Márquez en un punto de la charla, a la que los convocamos con la intención de que los propios creadores comiencen a hablar públicamente de sus preocupaciones y con ello den lugar a una reflexión seria, crítica e informada, que involucre a muchos otros actores de la cinematografía nacional, cuyo papel en la vida del país podría y debería ser trascendental.

Otro cuarteto, esta vez mexicano, conformado por tres cineastas y una crítica de cine —Natalia Beristáin, Kenya Márquez, Michel Franco y Fernanda Solórzano—, conversa acerca de lo que implica, según la experiencia de cada uno, hacer cine en México —y exhibirlo.

Otra conversación que anima este número es la que sostuvieron hace un par de meses Alma Gui- llermoprieto y Juan Villoro en torno de la práctica periodística y, más precisamente, del cultivo de la crónica o reportaje de investigación.

En México, ya se sabe, la crónica es el género fundacional de nuestras letras. Y se sabe también que a partir del siglo XIX alcanza una gran calidad literaria. Manuel Payno, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, clásicos del género, son algunos de los autores responsables de ello (véase al respecto el prólogo de Carlos Monsiváis en A ustedes les consta).2

Los periodistas de nuestro tiempo se valen con enorme frecuencia de técnicas narrativas que convierten su trabajo en un objeto verbal perdurable, y ya nadie duda que el periodismo —“literatura bajo presión”, como lo definía Fernando Benítez— sea, en muchos casos, eso, literatura, y que, en sus mejores momentos, sea gran literatura. Tanto los reportajes de Alma Guillermoprieto como las crónicas de Juan Villoro son ejemplo de ello.

Cine y periodismo son los dos ejes que vertebran este número, las dos bisagras sobre las que gira la puerta que ahora se abre para ti.

Rafael Vargas

1   Tomamos de Walter Benjamin, Libro de los pasajes, Ediciones Akal, Madrid, 2004, p. 694

2   A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, Ediciones Era, México, 1980.