La rosa inmaterial
Titulo: Nocturna rosa
Autor: Xavier Villaurrutia
Editorial: Conaculta
Lugar y Año: México, 2013
Epílogo: Anthony Stanton
Nota: Edición facsimilar
Uno de los poemas más importantes de Xavier Villaurrutia (Ciudad de México, 1903-1950) es “Nocturna rosa”, incluido en su libro Nostalgia de la muerte (1938; 1946). En ese poema, cita el investigador del Colmex Anthony Stanton a Octavio Paz, Villaurrutia alcanzó “la madurez, el momento más alto de su poesía”. Después de su incursión en el surrealismo, escribe Stanton, el célebre poeta de los Nocturnos se distanció del versolibrismo vanguardista de los años veinte y retomó las formas métricas y estróficas más tradicionales, “con ecos claros de la tradición barroca” (seguramente cuando empezó a estudiar y editar a sor Juana Inés de la Cruz).
“Nocturna rosa” apareció en 1937 en una edición limitadísima de 11 ejemplares, que ilustró su amigo el pintor Agustín Lazo, y que seguramente Villaurrutia sólo distribuyó entre sus amigos más cercanos (el ejemplar que se usó para esta edición está dedicado al dramaturgo Celestino Gorostiza y le fue regalado por Miguel Capistrán a Stanton). Antes había publicado también en plaquettes bajo el sello de Hipocampo “Nocturno de los Ángeles”, dedicado a Agustín J. Fink (el de la verga tan grande como lata de salmón, según recordó Salvador Novo en La estatua de sal) y “Nocturno mar”, dedicado a Novo. “Hipocampo” era la librería-galería que Villaurrutia y Lazo tenían en el Pasaje Iturbide del Centro, a la que después se incorporó el poeta surrealista César Moro cuando llegó a vivir a México en 1938.
Si bien la rosa ha estado presente desde tiempos inmemoriales, en el latín con el “rosa, rosae, rosam…” que tanto se usa como ejemplo, también ha sido, dice Stanton, el “símbolo más común, más estereotipado y más trillado de toda la poesía occidental” (véase, por ejemplo, la antología de Francisco Hernández: La rosa escrita. Breve antología poética de la rosa en lengua castellana publicada por Aldus en 1996); en plenas vanguardias, Gertrude Stein lanzó su memorable juego “a rose is a rose is a rose…” y Huidobro pidió a los poetas que no cantaran la rosa, si no que la hicieran florecer en el poema. A partir de la negación: no es la rosa de De Rioja o de Cocteau, Villaurrutia creó su rosa en el poema, pero era la suya “la rosa increada” que “no ocupa lugar en el espacio”.
Dice Stanton en su epílogo que con este poema, Villaurrutia quiso dialogar con todos esos poetas que han hablado de la rosa, desde el verso inicial “Yo también hablo de la rosa…” quiso sumarse a esa tradición. Es muy probable que así haya sido, pero sobre todo quiso entablar un diálogo con José Gorostiza, a quien está dedicado. Así lo entendió el investigador Arturo Cantú al hacer su propia exégesis de este poema villaurrutiano en la revista (paréntesis) (Núm., 17, junio de 2002). Cantú encuentra algunas correspondencias entre ese poema de Villaurrutia y Muerte sin fin (1939). Sin embargo, Stanton cree que no es posible que Villaurrutia conociera el borrador en proceso de Muerte sin fin o que haya presenciado una lectura del poema antes de su publicación, además de que primero se publicó “Nocturna rosa” y dos años y medio después Muerte sin fin. Y agrega: “Me parece más lógico explicar la dedicatoria como señal de amistad y de admiración y no como indicio de una deuda intertextual explícita que no es comprobable”.
Las dedicatorias en los Nocturnos no sólo eran señales de amistad o admiración: a Lazo le dedica el nocturno más plástico, el más surrealista, el que remite a las pinturas de Giorgio de Chirico, tan apreciado por ambos, “Nocturno de la estatua”; a Novo le dedica uno en el que establece un diálogo secreto, un entendido entre ellos; a Agustín J. Fink el que escribe en la ciudad en la que fue su anfitrión; así es como hace lo mismo con este que homenajea a Gorostiza. Y desde luego que esa hermandad entre los dos poemas es comprobable porque el propio Gorostiza les dijo en entrevistas por separado a Capistrán y a Poniatowska que en Muerte sin fin hay retratos en clave de sus amigos (por ejemplo, Cuesta es la “inteligencia, soledad en llamas/ que todo lo concibe sin crearlo”).
Villaurrutia es en Muerte sin fin una más de las inteligencias en llamas, pero la de un “páramo de espejos”, como una “helada emanación de rosas pétreas/ en la cumbre de un tiempo paralítico”. Así que el verso “Yo también hablo de la rosa”, además de relacionarse con los poemas de esa tradición, quiere entablar un diálogo con esos versos del poema de Gorostiza. Otro guiño que relaciona “Nocturna rosa” con Muerte sin fin es el verso que dice: “ni la rosa que gira/ tan lentamente que su movimiento/ es una misteriosa forma de la quietud” y que en el poema de Gorostiza se menciona como “en la cumbre de un tiempo paralítico”.
Salvo por ese punto, la disección que hace Stanton del poema es muy iluminadora para entender mejor el distanciamiento de Villaurrutia del surrealismo y su vuelta al barroco y sus poetas místicos, del sueño no como lo entendían los surrealistas si no de la lucidez en él (“el sueño vigilante” de Góngora), sobre su empeño por participar en el homenaje a esa flor a la vez que marca la particularidad de su rosa. Es probable, y deseable, que otros vengan con su propia interpretación del “Nocturna rosa”.