Tierra Adentro

El ejercicio de la crítica literaria se ha banalizado. La mayoría de los medios cumplen con el requisito de ceder el espacio para que a personas que no tienen la preparación reseñen los libros que desesperadamente piden a las editoriales. Lectores improvisados que dan como resultado reseñistas fallidos. Además, generalmente lo que acaban por reseñar son libros de ocasión que no tendrán mayor trascendencia en el futuro cercano. En el mejor de los casos, esas reseñas son sólo eso: glosas, resúmenes, comentarios, impresiones.

Desde luego, cualquiera puede compartir las impresiones que le dejó su lectura (“Me gustó por esto” o “No me gustó por esto otro”), o glosar el libro en cuestión, pero eso no es precisamente hacer crítica literaria. Leer mucho pero desordenadamente no da una visión precisa de la obra o de su autor o de su corriente literaria.

Uno de nuestros máximos críticos literarios, Antonio Alatorre, la define como “la tarea elementalísima de distinguir entre lo que ‘sirve’ y lo que ‘no sirve’”. En otras palabras, lo que don Alfonso Reyes consideraba “el deslinde”: separar lo que es literatura de lo que no es literatura. Pero para hacer esa labor, en apariencia sencilla, la exégesis demanda de algo más: hay que tener criterio, hacer crítica literaria es, pues, tener el criterio de determinar el valor literario de una obra, o no. Así, el crítico, agrega Alatorre, “es una especie de creador”.

La misión del crítico es poner la obra literaria en su justa dimensión, ayudar con su lectura a la lectura de los demás, compartir la interpretación de lo que el autor quiso decir, sí, pero sin excederse en la interpretación de la metáfora que el poeta propone. “La función exegética, sin honduras ‘filosóficas’, podrá ser una de las más elementales de la crítica, pero esa modesta función puede resultar indispensable”, dice Alatorre en uno de sus Ensayos sobre crítica literaria (Conaculta, 2001).

Si, como nos solía decir el poeta Guillermo Fernández a sus cercanos, la poesía mexicana es priista, la crítica literaria no está muy lejana de esa descripción: “Si me elogias, te elogio”, “Si desdeño tu libro, tienes derecho a destrozar el mío pero en público seguimos dándonos sonoros abrazos de compadres”… La dinámica además es sectarea, de grupo: todos sus integrantes se toman el agravio como propio. “¡Ay de aquel que ose arremeter contra uno de los nuestros!” Y en esa dinámica, los amigos se elogian los unos a los otros.

Esto, además, se ha exacerbado, he podido comprobarlo, gracias a las redes sociales: “Si me favoriteas todos mis estados te favoriteo los tuyos”, etcétera… Las redes sociales como la agencia de relaciones públicas al alcance de la mano. Así no puede funcionar la crítica literaria. Elogiar las obras por amiguismo tal vez sirva en el limitadísimo ambiente literario pero el lector, tarde o temprano, se dará cuenta de la estafa en la que cayó. La crítica literaria necesita libertad e independencia.

Me gusta, sobre todo, pensar en la crítica literaria como la pensaba Lezama Lima: “la crítica se puede trocar en creación, no en capricho, apegarse a invisibles orígenes sin olvidar la corrección, sus ajustes”. Eso se propondrá este espacio.