La primera regla es que no habrá secuelas
Titulo: El club de la pelea 2
Autor: Chuck Palahniuk
Editorial: Reservoir Books
Lugar y Año: México, 2016
¿Hay necesidad de alargar una historia? Muchas veces sí, más cuando un personaje no sufre cambios. Los héroes son ese tipo de personajes que recorren todo un arco dramático para al final terminar como empezaron. Ahí están Batman, James Bond, el Llanero Solitario y muchos otros que sin importar lo que suceda en el transcurso de sus aventuras, al final siempre estarán prestos para iniciar de nuevo.
Pero hay personajes complejos a quienes alargar su historia sólo les crea problemas. Sin embargo, el dinero, las ganas de revivir un éxito o la vanidad hacen que un autor decida retomar una historia que no tiene razón de ser.
Afirma Chuck Palahniuk, en entrevista para El País sobre la segunda parte de El club de la pelea: «(En 1996) Estaba rodeado de gente así, de verdad pensábamos en una revolución». Luego de pensarlo un poco, continua: «Estoy más viejo, mi vida ha cambiado y me resultaba complicado pensar en las cosas radicales que Tyler diría». Eso se nota. Nadie esperaba una secuela de una historia que terminaba bien. A veces sí, y a veces no, Palahniuk cuenta que se comprometió a hacerla cuando se le «salió» en alguna convención que podría escribirla. «Cómo decirle que no a miles de fans».
En algunas otras entrevistas afirma que desde un principio le presentaron a dos dibujantes y le pidieron ponerse escribirla. Y es que, no nos engañemos, luego de esa novela, la primera que publicara —no la primera que escribiera—, no ha vuelto a pegar otro gancho al gran público. Su página web está dedicada a explotar ese éxito, se llama The cult, y una caricatura de él con un golpe en el rostro nos recibe; ahí, constantemente se entregan noticias de los avatares de sus dos personajes insignia. Incluso, durante mucho tiempo se especuló con hacer una ópera rock dirigida por David Fincher con música de Trent Reznor.
Cuando se publicó El club de la pelea su éxito fue moderado, pero económicamente resultó lo bastante rentable como para editar una versión de bolsillo. Incluso la adaptación cinematográfica de Fincher fue un fracaso. Fue gracias al mercado del video que la historia fue convirtiéndose en objeto de culto. Más allá de la vuelta de tuerca final, de los actores protagónicos en la adaptación cinematográfica, lo que le llamaba la atención era el regreso al primitivismo, el quebrantar los valores de lo políticamente correcto, el deseo de demoler la civilización y volvernos a sentir seres vivos.
El hecho de que el protagonista principal no tuviera nombre era un acierto: permitía que muchos de los lectores se identificaran con él. Que el alter ego de ese hombre mediocre fuera un anarquista, que tuviera conciencia de clase y lo obligara a abandonar los aires de los rascacielos corporativos para hundirse en los sótanos de los lupanares también era significativo. Tyler Durden encarnaba el deseo de todo hombre mediocre por escapar de una vida rutinaria, una vida soporífera. Cualquiera que ha trabajado ocho horas diarias en un corporativo sabe que la vida se vuelve monótona, repetitiva y que ni el alcohol de cada viernes puede remediarlo.
En El club de la pelea 2, Palahniuk se olvida de todo esto, de la crítica ácida a una sociedad consumista y se decanta por lo hiperbólico. Lo cual no es nada extraño en un autor que hace de la exageración, de las bromas sobre el sexo y la mierda su sello característico. El resto de sus trabajos han girado sobre eso: las deformaciones físicas, la masturbación, el sexo enfebrecido, y los ha llevado a buen puerto. Sin embargo, esta secuela rompe por completo con el tono de la obra anterior.
Primero le otorga un nombre al narrador, un nombre que lo individualiza. Ya no es más el «hígado sangrante de Jack», el «estómago ulceroso de Rupert», las «piernas varicosas de Elmore». Tyler Durden se revela como un mal ancestral, una maldición de familia que ha ido de generación en generación. Con esto el sentido cambia. Ya no es más una historia urbana, una historia de carne y músculos golpeados, de hombres trabajadores mostrando sus heridas, revelando que están vivos. No, esta secuela es en realidad un gran amasijo de juegos y guiños a los lectores ñoños que adoran al autor.
En un arranque de vanidad, tal vez, o de broma metaliteraria, Chuck Palahniuk se retrata como el personaje creador de todo ese universo. Intenta hacer emocionante el aburrido acto de narrar y, a la vez, reafirma su posición como rockstar literario, uno que debe recurrir una y otra vez a su one hit wonder para revitalizarse y llevarse en el camino unos miles de dólares más.