Tierra Adentro

Titulo: Plegaria por un papa envenenado

Autor: Evelio Rosero

Editorial: Tusquets

Lugar y Año: México, 2014

Lo más asombroso de la nueva novela de Evelio Rosero (Bogotá, Colombia, 1958), Plegaria por un papa envenenado, son las abundantes similitudes que al leer uno encuentra entre el corto papado de Juan Pablo I y el del nuevo papa Francisco, que apenas llegará a su primer año. Porque antes de que el papa Francisco llegara con sus discursos seudo revolucionarios al Vaticano, esas promesas huecas —de buen político que habla sin ton ni son— sobre querer reformar la curia vaticana, hace más de treinta años Juan Pablo I quiso hacer lo mismo y su premio fue el envenenamiento.

De esa manera, la mafia napolitana, también conocida como camorra, tiene su contraparte hipócrita y velada pero igual de asesina en la mafia vaticana. Albino Luciani, Patriarca de Venecia y después pontífice con el nombre de Juan Pablo I, fue hallado muerto en sus aposentos vaticanos en agosto de 1978, a los treinta y tres días de iniciado su papado. No es el único caso pues entre la mafia vaticana es usual este tipo de ajusticiamientos: seguramente muchos han documentado esos casos, pero en la literatura reciente Fernando Vallejo lo hizo en su libro La puta de Babilonia (Planeta, 2007), donde abundan los papados cortos porque los pontífices fueron envenenados por múltiples razones.

Juan Pablo I, al igual que hoy en día Francisco, quería una Iglesia más humana, más pobre, pues Luciani “insistía en que la Iglesia no debía tener poder ni riquezas”. Entonces, el primer paso era remover a los poderosos directores del Banco Vaticano para que no siguieran lucrando con los dineros de la Iglesia, como en el caso de Paul Macinkus, obispo de Chicago y contemporáneo de Al Capone, uno de los primeros que iba a cesar Juan Pablo I, o lavaran el dinero de la mafia italiana como ocurrió el año pasado con Nunzio Scarano, quien fue encarcelado por la policía italiana. Y, por supuesto, dando la imagen de humildad: Juan Pablo I era un papa que por primera vez sonreía ante las multitudes congregadas en la Plaza de San Pedro a las que llamaba, no “hijos”, como usualmente hizo su antecesor Pablo VI, sino “hermanos”; Francisco, por su parte, usando sus zapatos negros ortopédicos, anillo y crucifijo de plata dorada o hierro, y no de oro, o negándose a usar autos blindados en sus giras.

En Plegaria por un papa envenenado Rosero, quien ganó el premio Tusquets de Novela en 2007 por Los ejércitos, no santifica a Juan Pablo I, simplemente toma su caso para desentrañar lo corrompida que está la curia vaticana (incluyendo fiestas privadas para tener sexo con hombres o mujeres por igual, favores sexuales como el caso de Batista Rica –a quien Francisco le encargó el Banco Vaticano– con un soldado de la Guardia Suiza, por no mencionar los sonados casos de pederastia). Con un coro de las prostitutas de Venecia que todo lo han visto y todo lo dicen –un recurso literario hábilmente utilizado que recuerda a los coros de las tragedias griegas–, Juan Pablo I queda como un papa ciego que no veía a las harpías y hienas rondándole para saltarle al cuello al primer descuido. Es por eso que a un año del inicio de su papado Francisco no puede estar tranquilo, sus frecuentes palabras contradiciéndose y con el ala más conservadora de la Iglesia con Benedicto XVI a la cabeza y viviendo en el Vaticano, uno no puede dejar de preguntarse cuánto tiempo más pasará para que, en el mejor de los casos, lo envenenen. La historia es cíclica, ya se sabe, y como en otros casos, la literatura sólo se limita a representarla trayéndola con una similitud que nos deja estupefactos.