Señor y señora Melamina
Titulo: Melamina
Autor: Daniel Herrera
Editorial: Fondo Editorial Tierra Adentro
Lugar y Año: México, 2012
Sólo he visto a Daniel Herrera una vez en mi vida. Casi todo el rato nos la pasamos riendo como mariguanos. Un tipo simpático y hasta cierto punto cínico. Se fue temprano, como el responsable jefe de familia que es. O al menos eso me hizo creer. Igual y, aburrido de mi plática insípida, se fue a algún putero a ver peluches. Esa tarde en Torreón, me obsequió su libro de cuentos llamado Polvo rojo, publicado por Ficticia
En Polvo rojo, Herrera se sube de una manera muy decente a lo que se le conoce como literatura del norte, una estrategia publicitaria con tintes vendelibros que pretende hacernos creer que sólo en los estados del norte se escribe narrativa. Sin embargo, para quienes usamos la lectura como antídoto para no tomar un arma y salir a la calle, la literatura es mucho más que una estrategia de ventas. En 50 años, el Julio regalado de la Comercial Mexicana sólo será un dato de almanaque. Igual que la literatura del norte.
Por eso trato de mantenerme alejado de las novedades. Si llega una a mis manos, la guardo y la leo medio año después. No es nada sano leer un libro, mientras a tu alrededor todo mundo le aplaude. La literatura no es un caballo de carreras que debe ser atizado. Por eso, cuando Melamina llegó a mi casa, la guardé (por no decir, la escondí) en mi pequeño librero. Pasaron los meses y empezaron a aparecer las listas tipo: “los mejores libros de 2013 según yo”. Melamina no figuró en ninguna. Eso es una buena señal para mí. Entonces fui al librero y comencé a leerla.
Me extrañó que la novela de Herrera no fuera mencionada en las listas de novedades, cuando es un escritor de Torreón, ciudad que se ha convertido en nuestro Macondo, pero en versión noir. Todo mundo habla de la capital coahuilense y esta especie de realismo tóxico empieza a empacharme (y no me vengan con el cuento de que es “nuestra realidad” porque sé muy bien cuál es mi realidad, acá entre yerba, polvo y plomo guerrerense).
Pero Melamina no habla de Torreón, ni de narcos, ni de cárteles, ni de sicarios. Tampoco hay dealers, bacanales ni guiños a pelis de culto. Y entonces me cayó el veinte de porqué no fue mencionada en ninguna lista. Cosa que yo valoro mucho.
En Melamina encontramos un tipo cínico, mandilón y un tanto amargado que nos cuenta una historia. Herrera consigue dibujar, qué digo dibujar, consigue identificarnos con un hombre que vive al día; que odia su trabajo, pero no le queda de otra que soportarlo; que tiene ilusiones, muchas, pero casi todas son inalcanzables y se conforma con matar cucarachas que salen de una barra de melamina que vigila su cocina.
Naturalmente. De este tipo de historias las hay por racimos. Pero la de Daniel se mantiene arriba con una alta dosis de patetismo, inconformidad y cinismo. Carece de requinteos narrativos inservibles. Hunde la daga del sarcasmo en un imaginario colectivo adormecido por el consumismo, la televisión y el éxito. Y lo mejor, ni siquiera percibimos que la escribió un norteño. Es más, parece que estoy escuchando a mi vecino quejinche, aquí en Zihuatanejo. Y eso, señoras y señores, me movió mucho la hamaca.
En sus Diarios, John Cheever, escribió: “No nací en una verdadera clase social, y desde muy pronto tomé la decisión de infiltrarme en la clase media como un espía para poder atacar desde una posición ventajosa, sólo que a veces me parece que he olvidado mi misión y tomo mis disfraces demasiado en serio”.
Convertido en una especie de Chejov de los Godínez (algo que el autor deja ver en las redes sociales), Herrera también funciona como un infiltrado que nos da informes sobre las oficinas comandadas por un vil Patiño; los hogares en los que el salario dispone los gustos y necesidades; el tormento económico que significa la paternidad y lo gris que se ve la vida desde el cristal de nosotros los proles.
Daniel Herrera, conocido en los bajos mundo como el Ari Telch de la literatura mexicana, deja a un lado los personajes presuntuosos: melómanos, pirujas, artistas, dipsómanos, rockstars; tampoco hay romances sórdidos, viajes psicotrópicos, escenas peliculezcas o delirios de grandeza.
En Melamina encontramos seres atormentados no por amor, sino por la incertidumbre de ser padres; aquí se sufre por el desempleo, por hepatitis, por los suegros; aquí los personajes son tan corrientes, que sacan a patadas cualquier estereotipo: tendero en la farmacia, técnico de laboratorio, jefa de culo gordo de una sección de sociales, madre rojilla y medio feminista, amigo sexópata.
Y lo mejor es que la novela se ambienta en una ciudad incierta, pero que podría ser cualquiera. El norte y sus modelos ni siquiera se tocan.
En su muro de Facebook, Julián Herbert sentenció: “Hay que quebrarse. Un hombre incapaz de quebrarse solo puede aspirar a ser un objeto, tener siempre la razón y/o convertirse en un rencoroso”. Daniel aplica esta consigna con su personaje, de modo que el protagonista, un tipo en comienzo rencoroso, termina quebrándose ante su destino, ante su mujer y ante su hija recién nacida. Eso le quita la clasificación de objeto, lo vuelve hombre y nos refleja en él.
Sé que no es nada reconfortante tomar un libro para reflejarnos en sus páginas. Pero hasta cierto punto, es necesario hacerlo de vez en cuando para no creernos invencibles. También necesitamos de ciertas dosis de pon-los-pies-en-la-tierra-carajo. Eso es Melamina. Aunque también, y eso me emociona más, es el anticipo de lo que será capaz de hacer Daniel Herrera en su siguiente libro.