La ironía del sufragio femenino
A cien años de la la Decimonovena Enmienda de Estados Unidos, ¿fue suficiente la aprobación del voto femenino?
Las revoluciones democráticas de la modernidad y las luchas de los feminismos a lo largo del tiempo han logrado grandes cambios sociales, y en cierta medida —y dentro del marco de un modelo liberal— la autonomía política y moral de las mujeres. Hoy en día, la mayoría de los Estados democráticos reconocen la igualdad de derechos de todos los seres humanos sin importar su género y, en teoría, las mujeres tienen acceso a las mismas oportunidades de educación y desarrollo que los hombres. Sin embargo, la lucha por la liberación de la mujer está lejos de haber terminado y todavía existen desigualdades abismales entre los sexos. Tanto en el ámbito público, como en el privado, la mujer sigue siendo discriminada y sus derechos, violados.
Es necesario ser conscientes de los movimientos históricos y políticos que nos han traído hasta donde estamos hoy para tener un punto de partida sólido con el cual contrarrestar la opresión sexista y, en general, para subvertir los sistemas de dominación actuales. El patriarcado es una institución milenaria que a lo largo del tiempo y bajo formas distintas, se ha ido adaptando a los sistemas sociales imperantes de cada época, por ello es necesario tomar en cuenta las múltiples vertientes del pensamiento feminista.
La lucha de la mujer comenzó a tener objetivos precisos a partir de la Revolución Francesa y como consecuencia del pensamiento racionalista e igualitario de la Ilustración. Durante el siglo XVIII, se proclamó la supremacía de la razón y se reconocieron la libertad, igualdad y dignidad humanas, pero estos principios “universales” no se extendían ni a las mujeres ni a muchos otros grupos étnicos que continuaron siendo oprimidos. Mujeres como Olympe de Gouges o Flora Tristán señalaron las inconsecuencias del pensamiento ilustrado y demandaron la reivindicación de los derechos de la mujer. La petición principal fue el derecho al sufragio, desde donde se pretendía hacer un cambio social profundo1.
El feminismo, como movimiento teórico y social, surgió como respuesta a la incongruencia de los grupos sociales dominantes que defendían la universalidad de la razón y las ideas de igualdad y progreso durante el siglo XVIII. Con la Vindicación de los Derechos de la Mujer de Mary Wollstonecraft se abrió el camino para la segunda ola feminista que, durante el siglo XIX, abogó por el reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres y por el movimiento sufragista. Cabe destacar que esta ola —que cobró mucha fuerza en Estados Unidos e Inglaterra— fue predominantemente liderada por mujeres pertenecientes a la clase burguesa.
Durante el siglo XIX se consolidó el modelo liberal y se separó por completo la esfera pública de la privada. La división del trabajo y el relegamiento de la mujer a las tareas del hogar no era nada nuevo, pero se acentuó con la modernización, la Revolución Industrial y el auge del capitalismo: el hombre se convirtió en un engranaje cuyo valor dependía de su capacidad para producir, y la mujer se convirtió a su vez en la encargada de cuidar al engranaje para asegurar su buen funcionamiento. La mujer también se volvió una máquina cuyo valor residía en su capacidad de procrear futura mano de obra y se le dejó fuera de la esfera política.
En 1848 Elizabeth Cady Stanton convocó la primera convención para declarar los derechos civiles de las mujeres en Estados Unidos y para firmar la Declaración de Seneca Falls. En esta declaración alrededor de setenta mujeres proclamaron su independencia de la autoridad masculina. Muchos de las y los que estuvieron presentes en la convención eran también abolicionistas y estaban a favor de la igualdad de oportunidades en el ámbito de la educación.
La evolución del movimiento sufragista no se dio de la misma manera en Europa —donde se caracterizó por ser más violento y utilizar la disrupción como método para conseguir sus objetivos—, que en Estados Unidos —donde fue menos subversivo y se basó en la persuasión y en alianzas políticas estratégicas para alcanzar sus metas¾. La lucha por el sufragio femenino en Estados Unidos tuvo dos fases predominantes. Durante las primeras décadas se buscó obtener el éxito a través de la apelación a los derechos individuales de la mujer y a través de alianzas con grupos abolicionistas. Eventualmente, se concedió el voto a la población afroamericana, pero no a la mujer, por lo que las sufragistas estadounidenses rompieron su colaboración estratégica con los abolicionistas, y adoptaron nuevos discursos y escenarios2.
A principios del siglo XX, el discurso dejó de enfatizar la importancia de los derechos individuales de las mujeres, se alejó de su postura emancipadora y señaló que, dadas las características “propias” de la mujer —caridad, vocación para cuidar y enseñar, sensibilidad, entre otras— era necesario que obtuvieran su derecho al voto, pues de esta manera contribuirían al funcionamiento, bienestar y estabilidad de la sociedad. Con este cambio de postura, el sufragio femenino dejó de ser rechazado por los círculos que se oponían a él, muchos de ellos, irónicamente, conformados por mujeres. El 4 de junio de 1919 se propuso la Decimonovena Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos que otorgaba a la mujer el derecho al voto. Hace 100 años se decidió que la mujer podía acceder a la esfera política y tener palabra en ella.
Este año se cumple el centenario de este logro enorme de la lucha feminista, y sin duda alguna, el mundo no sería como lo conocemos sin las acciones de las mujeres que conformaron el movimiento sufragista; sin embargo no puedo dejar de sentirme escéptica respecto a esta actitud —bastante en boga actualmente– de optimismo ante el “empoderamiento” femenino. No puedo dejar de encontrar paralelismos entre el último argumento falaz del movimiento sufragista estadounidense y las motivaciones del feminismo liberal que sigue expandiéndose hoy.
Es necesario recordar que la lucha por el voto de la mujer siempre se dio en el contexto de un sistema liberal y capitalista, sistema que dejó y sigue dejando fuera a las mujeres de la clase obrera, que eventualmente provocó la catástrofe ecológica en la que nos encontramos hoy en día, y que continúa enriqueciendo a los ricos a costa del trabajo de la clase explotada. Además, una de las motivaciones principales del movimiento sufragista fue tener más poder sobre la propiedad privada, pues las mujeres pagaban impuestos sin tener realmente derechos sobre sus pertenencias. Esto, evidentemente, solo le concernía a las mujeres burguesas.
El sufragio femenino otorgó a las mujeres el derecho a participar en la vida pública y el sistema vio una oportunidad de ganar más votos y más máquinas de producción. El voto de la mujer como representación de que se tienen los mismos derechos políticos me parece valiosa, pero en la praxis, las mujeres no están ni cerca de tener las mismas oportunidades de representación y poder político que los hombres.
Lo que se obtuvo finalmente fueron más votos para las “democracias”, que no son sino manifestaciones veladas del liberalismo capitalista y colonialista más atroz que continúa abusando del planeta, los animales, y las personas. ¿Estoy en contra del voto de la mujer? Por supuesto que no, pero no puede dejarse de lado que la igualdad de condiciones políticas entre hombres y mujeres está basada en la idea de que ambos puedan decidir dentro de un sistema profundamente patriarcal que está basado en el autoritarismo y en la explotación.
Ya lo decían Emma Goldman y otras feministas anarquistas o socialistas. Evidentemente, no hay razones físicas, intelectuales o morales por las cuales la mujer no debería tener los mismos derechos que un varón. Pero intentar que la mujer tenga la misma potencia de explotar y de volverse victimaria como el hombre en un modelo imperialista como lo es el de Estados Unidos, no es la solución.
Podrían resultar extrañas las críticas recalcitrantes al sufragio femenino como la de Emma Goldman, pero tienen mucho sentido si se toma en cuenta que, al final, la motivación del movimiento sufragista fue —de manera muy simplificada– arreglar de alguna manera a la sociedad con su bondad y sensibilidad “naturales” y así contribuir para su bienestar. Así, la ironía del voto femenino recae en que no se otorgó pensando en los derechos intrínsecos de la mujer como individuo, sino en su utilidad como herramientas para la esfera política3.
Lo que sucedió hace cien años fue una premonición de lo que está pasando actualmente. Hoy, el feminismo liberal, y por lo tanto fácil de vender, se enfoca en la mujer blanca de occidente y deja de lado a las mujeres negras, latinas y de otros grupos étnicos; comercializa con la idea del “empoderamiento” y sigue comercializando una idea de feminismo hollywoodense e inconsciente de la lucha de clases y de la situación ecológica. Este tipo de feminismo, que busca darle más poder a la mujer dentro del sistema actual, es una falacia y es una forma de seguir perpetuando la desigualdad y la exclusión de muchísimas mujeres.
Debemos estar conscientes de que el modelo político actual es absurdo y que nunca va a satisfacer la necesidad de justicia y mejoramiento, y es por esto que, como señala Goldman, es importante no fetichizar el sufragio, ni el empoderamiento, ni cualquier medida que contribuya a la permanencia de este sistema. El punto no es que haya más CEOs mujeres al frente de multinacionales que se enriquezcan a costa del trabajo de otros, el punto no es que haya mujeres al frente de Estados autoritarios. El sistema está podrido y es necesario extirpar el capitalismo y los principios liberales —y patriarcales— desde la raíz.
Por otro lado, y desde la perspectiva de género, el socialismo tampoco es garantía de que la mujer deje de ser invisibilizada. El sexismo está en la derecha, en la izquierda y en todos lados. Además, mientras exista un Estado, existirá autoritarismo.
Definitivamente el asunto es mucho más complejo de lo que se puede escribir en unos cuantos párrafos; sin embargo estoy segura de que tomar consciencia es el primer paso para repensarnos, reconstruirnos y comenzar a proponer soluciones sororas desde nuestra subalternidad, desde la empatía por nosotras, por los animales, por el planeta; desde un lugar donde no dependamos de ninguna manera de los hombres, de su permiso para participar en la política, ni de sus sistemas. ¿Es difícil?, sí. ¿Es aún peor para las mujeres que no nacimos en un país poderoso como Estados Unidos?, sí.
A cien años de la Decimonovena Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos que aprueba el sufragio femenino, estoy segura que las mujeres de las clases obreras, las mujeres de otros países que no son considerados de primer mundo y las mujeres estadounidenses que siguen siendo marginadas tienen mucho que decir todavía: “no es suficiente, que pague el capital, queremos lo que es nuestro. ¡Se va a caer!”.
Bibliografía
- Villaseñor, María Estela, “Un largo camino: la lucha por el sufragio femenino en Estados Unidos” en his [en línea], vol. 12, nº 24, 2010, pp. 89-119. Disponible en: <http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-44202010000200004>
- Goldman, Emma, “El sufragio femenino” en La mujer más peligrosa del mundo. Textos feministas de Emma Goldman, Anarquismo en PDF, pp. 47-60.
- Heras Aguilera, Samara de las, “Una aproximación a las teorías feministas” en Revista de Filosofía, Derecho y Política, nº 9, enero de 2009, pp. 45-82. Disponible en: <http://universitas.idhbc.es/n09/09-05.pdf>
- Valcárcel, Amelia, La memoria colectiva y los retos del feminismo, Publicación de las Naciones Unidas, 2001. Disponible en: <https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/5877/S01030209_es.pdf>