Dos poemas en torno a la contingencia ambiental
La contingencia ambiental de hace unas semanas fungió como un sombrío recordatorio de las condiciones ecológicas que atraviesa el Valle de México. Ángel Vargas, ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2019, nos comparte dos poemas en torno a la situación ambiental. Estos poemas pertenecen al libro [BÚNKER] de próxima publicación en Écrits des Forges y Mantis Editores, traducción de Ana Cristina Zúñiga y Bernand Pozier, Québec, 2019.
Respiración artificial
Arde un poco en los ojos
esta tormenta inmóvil de ozono
hace que en la tv hablen únicamente
de smog y contingencia.
Podría vivir así:
renunciaría al color
y a los amaneceres
por la bruma perenne.
Una pared de imecas
anulando horizontes.
Renunciaría a mirar
cómo un tren de aterrizaje
se incorpora a la panza de un avión
que cruzará el Atlántico
para que ciento cincuenta quinceañeras
conozcan por fin París.
Renunciaría al detalle y a la minucia.
Aunque declinara
mi placer de combustión interna,
me sería insuficiente. Supongo
que algo muere con la resignación
a la ceguera.
Aunque hay ciertas medidas
que según los expertos
mitigarían problemas inmediatos,
sigo siendo un escéptico.
Se podría respirar
a través de un barbijo,
como los animales,
aunque no es lo mejor
para los que sonríen.
El uso de mascarillas purificadoras de aire
en ambientes domésticos
anularía de golpe
la intimidad y la ternura.
El beso y la sonrisa dejarían de existir.
Tendríamos que mirarnos a los ojos.
Trasplante de una sombra
Un árbol de ciudad
no recuerda una infancia
junto a pinos
ni bosques de eucaliptos.
Reconoce un vivero
como un niño a un orfanatorio
y sabe de traslados y adopciones
por hileras de anchas avenidas.
Crece contra la voluntad de las aceras
y se cuelga del hombro de las casas
para ver a lo lejos los contornos del valle.
Son muy pocos los que han estado aquí
mucho antes del asfalto.
Un árbol de ciudad se resigna
a las lluvias de mayo
y a ciertos manguerazos
que en las madrugadas
dejan caer las pipas
como la bendición de los domingos.
Y aunque pudiera ser que tenga
preguntas idénticas
a las de un desterrado,
el árbol no reclama
el esclarecimiento de su genealogía.
Ofrenda el mecanismo
—su alquimia forestal—
de convertir carbono en un diamante aéreo.
Sabe que su sombra
es un fruto imposible
que no se pudriría
sobre el asfalto.