La Feria Internacional del Libro de Guadalajara
Reza el dicho que cada quien habla como le va en la feria. No se inventó el dicho para referirse a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que este domingo pasado terminó su trigésima edición, pero para cualquiera que se dedique a cualquier asunto relacionado con libros viene como anillo al dedo. Yo comencé a asistir en 2004 y desde entonces sólo he faltado una vez. Muchos no ven el punto en ir año con año a enfrentar las aglomeraciones en los pasillos, los detectores de metales en las entradas y los altos precios de los libros “nada más para ver escritores”. Otros piensan que cada año van más jóvenes que “nada más van a pasearse” y no les interesa comprar libros, que se salen a la mitad de las presentaciones para que no los deje el camión escolar. Algunos más piensan que la feria se ha vuelto demasiado comercial, demasiado cara, demasiado orientada a traer grandes figuras y a promover autores “que no escriben literatura”.
Estoy de acuerdo con todas esas quejas y con muchas otras, porque la Feria del Libro de Guadalajara, la “FIL” para los cuates, es tan grande que caben en ella todas las experiencias posibles. Este año pude, por ejemplo, haber invertido un día en obtener el autógrafo del ilustrador Benajmin Lacombe —cuyo Frida fue quizá el libro más bello de toda la feria— y un día más en ver a George R. R. Martin —de quien más de uno externó que preferiría que no hubiera ido a la FIL para mejor terminar The Winds of Winter— pero en vez de eso preferí asistir a varias de los eventos organizados en el Pabellón de América Latina, el invitado especial de este año, y en particular asistir a todas las mesas que pude de la selección de Ochenteros para hacerme una idea de qué se está escribiendo ahora mismo en el continente, porque si bien la selección, como toda selección, es azarosa y muy discutible, los propios autores participantes tuvieron a bien recomendar a muchos otros que podrían haber formado parte de la misma.
De entre todos los autores seleccionados, me sorprendió el número de recomendaciones que me llegaron para que leyera a Francisco Ovando (Chile, 1989) —o como alguien se refirió a él en mi muro de Facebook: “El Pancho Ovando, wuuuuuuuu!”— y de quien terminé por comprar dos libros, Acerca de Suárez, una especie de fábula postapocalíptica sobre un pueblito en el desierto que se queda sin electricidad, y Casa volada, una metanovela que lleva por protagonista a un corrector de estilo. Me hubiera terminado llevando más libros de más de los Ochenteros si los hubiera encontrado, pero no tuve mucha suerte. O más bien mi cuenta bancaria tuvo mucha suerte.
Lo cierto es que estas mesas de autores jóvenes no estuvieron a reventar. Tampoco lo estuvo la presentación de El espíritu de la ciencia ficción de Roberto Bolaño, ni la mesa temática en la que hablaron de su obra Sergio Ramírez, Juan Escoto, Hector Abad Faciolince y Elmer Mendoza. Tuvieron que poner pantallas afuera de la conferencia de Carlos Ruiz Zafón, pero yo pude ver la presentación de The Short Story Project en primera fila, con sendos cuentistas latinoamericanos de primera calidad.
Los libros de Francisco Ovando salieron un poco caros, sí, pero la antología de Nicanor Parra que compré para regalar, y Porque parece mentira la verdad nunca se sabe de Daniel Sada salieron casi regaladas —gracias a Gaby Silva de Palabra Lab por ese hallazgo—. Todo Bolaño estaba en descuento si no te importaba comprar las ediciones viejas.
Cada quien habla como le va en la feria. No podría decir que hay cosas que no me gustan de la FIL, pero si vuelvo cada año es porque esa experiencia que puede uno conseguirse ahí no se encuentra en otro lugar del mundo. Durante nueve días se juntan todos los eslabones del mundo del libro. Me ha tocado asistir con gafete de expositor, de profesional, de prensa, de presentador y de invitado (todavía no de invitado especial, pero se vale soñar). De entre todas las quejas contra la FIL, la única que no puedo compartir es de los que se quejan de que no van porque nadie los invitó. Invitan los libros. Lo demás, como dice mi amigo Billy, es silencio.