Las mudanzas de Elena Garro, en busca de un hogar sólido
Entre los archivos de Elena Garro hay una libreta que registra ochenta y seis direcciones donde habitó a lo largo de su vida. De Veracruz a París o de la colonia Roma a Tokio, con las idas y venidas de Elena Garro es posible trazar un mapa no sólo de sus vaivenes vitales sino de las influencias que marcaron ese otro itinerario biográfico que es su propia obra.
Elena Garro nació el lunes 11 de diciembre de 1916 en la ciudad de Puebla, pero la localidad es un mero accidente en su biografía. Elena pudo haber nacido en algún poblado de España; quizá en el camarote de un barco que cruzaba el océano Atlántico; o tal vez en el puerto de Veracruz. Y ese azar, quizá, marcó desde entonces lo que sería su destino errante.
Seis días antes de su nacimiento, Esperanza Navarro Benítez, su madre, desembarcó con una barriga de nueve meses de embarazo en las costas mexicanas, proveniente de la ciudad española de Oviedo. No hay nada confirmado, pero al parecer Esperanza se peleó con su esposo, José Antonio Garro Melendreras, y en un ataque de furia hizo maletas y tomó en brazos a su hija mayor, Devaki, para viajar a México. Los trabajos de parto la sorprendieron cuando iba camino a la Ciudad de México. Gracias a que tenía familia en Puebla, pudo dar a luz a Elena a las 21:44 horas, en la casa marcada con el número uno de la segunda calle de Juan Ramírez, en el centro de esa ciudad.
Elena Delfina Garro Navarro fue registrada el 7 de febrero de 1917, en la misma ciudad en que nació. Elena fue gachupina, hija de padre español y madre mexicana, y esa dualidad la marcaría toda su vida. Fue la tercera de cinco hijos —Sofía, fallecida a los dos años de nacida, Devaki, ella, Estrella y José Albano—. Todos los hermanos fueron criados en Iguala, Guerrero, un pueblo de vegetación salvaje y calor agobiante en el suroeste mexicano.
En el centro de Iguala, a unos pasos de la plaza principal, hay una vieja casona de fachada blanca y techo de teja rojiza que está semioculta por varios puestos callejeros. Adosada a uno de los muros y detrás de mantas y ropas colgando, hay una placa metálica con el nombre de Elena Garro grabado, que dice: «Durante su adolescencia habitó en esta casa de donde surgieron las ideas para escribir su magna obra, Los recuerdos del porvenir, en la cual describe la vida de Iguala en este tiempo». La placa tiene varios errores: da 1920 como el año de su nacimiento y, en realidad, la escritora sólo vivió allí durante su infancia e inicios de pubertad. Esa confusión de fechas y datos forman parte de la imagen pública de Elena Garro: con ella nunca hay una versión definitiva.
Iguala fue la fuente de inspiración de buena parte de la obra literaria de Elena Garro. En 1962, en una entrevista, Elena Poniatowska preguntó a Garro por qué siempre hablaba de la infancia: «En la infancia aprendemos todo. Crecer es olvidar poco a poco lo que aprendimos con tal intensidad». La patria de Elena Garro fue el jardín donde jugaba y la mesa de su casa, ahí donde ocurrían los juegos y las discusiones de poesía, del tiempo y las religiones. No asombra que, en Un hogar sólido, anhelara volver al «orden solar» que significaba su familia.
En la casa no íbamos al colegio. Era una casa muy grande en un pueblo de indios nada más, en el estado de Guerrero, muy primitivo. No había luz eléctrica ni había nada. Y mi papá y mi tío eran ocultistas. Ellos habían estudiado en Europa y eran así, muy locos, muy románticos. Nos daban clases a mí y a mis hermanos. Nos enseñaron francés, nos enseñaron latín y tenían una biblioteca muy grande, con todos los clásicos españoles, griegos, latinos, ingleses y alemanes. Y leíamos todo el día.
Elena Garro vivió hasta los doce o trece años en Iguala. Hacia finales de la década de los veinte se mudó junto con su familia a la Ciudad de México. No hay registros de que alguna vez haya vuelto a Iguala, aunque en su imaginación y obra regresó innumerables veces.
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Las colonias Roma y Condesa fueron donde Elena Garro vivió su adolescencia en la Ciudad de México. Barrios tradicionales, de arquitectura art déco y viejas casas porfirianas, que hoy en día resisten a la avaricia inmobiliaria. En Campeche 130 Elena vivió mientras hizo la preparatoria en la UNAM. Se trata de un pequeño edificio de dos pisos de departamentos en contraesquina del famoso mercado de Medellín, de la colonia Roma. La construcción es una pena: la fachada está ennegrecida y cubierta de musgo. En la planta baja, un zapatero y una costurera ofrecen sus servicios. Es uno de esos edificios que sobreviven sin mantenimiento.
Hacia 1936 o 1937, la familia se mudó a Tampico 21, en la colonia Condesa, justo en la esquina con la calle de Puebla. Esa vieja casa ya no existe, en su lugar hay un edificio moderno. Fue en esa casa cuando Elena debió empezar su noviazgo con un joven Octavio Paz. Ella estudiaba Letras Españolas; él, Derecho. Elena contó que caminaban juntos desde la Escuela Nacional de Altos Estudios (hoy conocido como Palacio de la Autonomía de la UNAM, en el centro histórico) hasta su casa, mientras hablaban de poesía. Ella, más afecta a la alemana; él, a la latina y arábigo-andaluza. Elena y Octavio se casaron el 25 de mayo de 1937 en un juzgado del centro de la Ciudad de México. Octavio tenía ventitrés años y Elena veinte. En el acta de matrimonio se anotó que tenía veintiuno, aunque faltaba más de medio año para que fuera mayor de edad. En aquella época, la Constitución mexicana era distinta: la mayoría de edad se alcanzaba a los dieciocho años cumplidos si ya se estaba casado, de lo contrario hasta que se cumplieran veintiún años. En 1969 el artículo 34 constitucional fue modificado y quedó como se conoce ahora: la mayoría de edad es a los dieciocho años sin importar el estado civil. Ninguno, después del matrimonio, acabaría sus estudios. La historia de su enlace, al paso de los años, sería uno de los puntos de conflicto entre ambos.
Si Elena Garro y Octavio Paz fueron felices en algún momento de su matrimonio, sólo ellos lo supieron. Sin embargo, conocieron el mundo juntos. Y ésa es, tal vez, una forma de la felicidad. Recién casados, llegó a contar Elena, ella se encerró en su casa familiar y no quiso irse a vivir a la casa de él y su madre, en Porfirio Díaz 125, en Mixcoac, frente a lo que hoy es el Parque Hundido. Según su versión, Octavio armó tanto escándalo, que terminó aceptando irse con él. El paraíso familiar, de la infancia y adolescencia, había acabado para Elena.
La casa de Porfirio Díaz continúa en pie con su jardín arbolado y su techo de teja rojiza. Hasta su muerte, fue el hogar de la madre de Octavio Paz, doña Josefina Lozano. Las narraciones que Elena llegó a hacer de su vida en esa casa son cercanas a una pesadilla. A las pocas semanas de casados viajaron a un Congreso de Intelectuales Antifascistas a España, en plena Guerra Civil. El libro de Elena que narra ese viaje es Memorias de España 1937.
Al volver a México, a finales de 1939, nació Elena Laura (Helena, con hache, como firmaría más tarde para diferenciarse de su madre). La familia se instaló en Saltillo 117, en la Condesa, una casona de dos pisos que compartían con la hermana de Elena, Devaki, y su esposo, el pintor Jesús Guerrero Galván. El patio trasero daba a otro patio de una casa en la calle de Etla 24. La coincidencia fue afortunada: en la otra vivienda habitaban el escritor Francisco Tario y su esposa, Carmen Farrell, quienes se convertirían en amigos cercanos de la pareja. La casa de Saltillo tampoco existe en estos días. Queda en pie, no obstante, la casa de Etla como testimonio de lo que Elena llamó días irrecuperables: «Después de Etla, todo fue adulto, todo fue sórdido. Un día volveremos a ese orden del juego sin chequeras, sin intrigas, triunfos o derrotas».
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A finales de los cuarenta, siendo Octavio Paz parte del Servicio Diplomático mexicano, la familia Paz Garro se mudó a París. La familia se instaló en un departamento de la calle Víctor Hugo 199, donde vivieron hasta mediados de 1952. Los años en Francia fueron clave para la familia. En el caso de Elena, quedaron retratados en su novela Testimonios sobre Mariana. Por aquel departamento pasaron Jorge Luis Borges, José Bianco, Victoria y Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, María Zambrano y más intelectuales que marcaron el siglo XX. No todo fue felicidad; ahí, de acuerdo con sus diarios, Elena intentó quitarse la vida dos veces.
En mayo de 1952, Octavio Paz, adscrito a la embajada de México en la India, fue asignado a Japón. En ese entonces, Elena y su hija vivían en París. La pareja, escribió Garro de forma recurrente, nunca fue pareja. Estaban casados, pero hacían vidas separadas. El poeta llegó a Tokio el 5 de junio y se instaló en el Hotel Imperial. Al día siguiente, madre e hija emprendieron el viaje en barco desde Francia para reunirse con Paz. La familia no pudo darse el lujo de rentar un departamento o una casa, y tuvieron que compartir el cuarto de hotel para los tres. El gasto para la comida también quedó restringido. Dos meses después, la salud de Elena comenzó a decaer. Su estado empeoró a tal grado que Paz inició un largo e intenso intercambio telegráfico con la Cancillería mexicana para salvarle la vida. El 19 de septiembre, dos mensajes telegráficos llegaron a la residencia oficial de Los Pinos y a la Cancillería mexicana. Ambos contenían un grito de auxilio desde Japón pues, según el diagnóstico médico, Elena estaba enferma de la espina dorsal y corría el riesgo de quedar paralítica. Se recomendaba trasladarla a un sanatorio en Suiza. El 29 de octubre de 1952, la familia emprendió un viaje de casi diez mil kilómetros hasta Berna. Los médicos suizos le recomendaron una cura de sueño a fin de que se desintoxicara de las altas dosis de cortisona que le aplicaron en Tokio.
De esa crisis de salud, no obstante, Elena Garro emergió como una escritora prodigiosa. De ese tiempo, Garro anotó en su diario: «En 1953, estando enferma y después de un estruendoso tratamiento de cortisona escribí Los recuerdos del porvenir como un homenaje a Iguala, mi infancia y aquellos personajes a los que admiré tanto y a los que tantas jugarretas hice».
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Hacia mediados de 1950, la familia regresó a México. Rentaron un departamento en un edificio circular, con forma de torre, en la esquina de Insurgentes y el Viaducto Miguel Alemán. Por aquella época Elena se dedicó a escribir guiones de cine, junto a Juan de la Cabada y Julio Bracho.
Al poco tiempo vino la separación de la pareja y Elena, junto con su hija, se mudó a un departamento en Nuevo León 230, en la Condesa, que persiste hasta nuestros días. Elena lo amuebló a su gusto. En su diario, escribió que Octavio le dijo que era el departamento más lujoso de México y sufría de delirios de grandeza. No es mentira ni algo desconocido que Elena Garro adoraba los lujos y la ropa de diseñador. Su relación con el dinero, sin embargo, siempre fue infernal: todo lo consumía, todo lo gastaba.
Hacia 1959, Elena dejó su departamento debido al viaje que hizo con Archibaldo Burns, su entonces pareja, y su hija a Europa. El relato de ese periplo quedó reflejado en Reencuentro de personajes. Mientras ellas estaban fuera de México, Octavio tramitó el divorcio en Ciudad Juárez sin que Elena tuviera conocimiento de ello: Paz dijo que no conocía su dirección y al poco tiempo el matrimonio quedó finalizado. En 1962, madre e hija se instalaron en un departamento que, se cuenta, fue comprado con dinero de Burns. Lo cierto es que el departamento se compró a nombre de Helena Paz, a través de un crédito que le llevaría varios años pagar.
Elena Poniatowska entrevistó a Garro en ese departamento e hizo una deliciosa descripción:
Elena Garro vive en el número 16 de la Rue de l’Ancienne Comédie, en la casa donde vivió Molière. […] en esa casa mágica, que ella poetiza, ha escrito más que nunca: obras en tres actos, una novela corta, comedias poéticas en un acto, ensayos y artículos. El departamento tiene todos los tonos del azúcar quemada. Los sillones están forrados de terciopelo café (ella misma los forró); las cortinas caen pesadas, también de terciopelo café (ella misma las cosió); el tapete es beige; las sillas color tabaco, y Elena, en medio de puros colores que le sientan bien es un rayo de luz; sus cabellos aureola de sol y de otoño.
En otoño de 1963 madre e hija vuelven a México. Elena Garro tenía en puerta la filmación de Sólo de noche vienes, una película basada en un guión suyo que juntaría al director Marcel Camus y a la bailarina y coreógrafa Amalia Hernández. Ya en México, las diferencias con Amalia Hernández llevaron a que el proyecto sufriera retrasos y obstáculos y se filmara bajo otros términos en 1965.
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A finales de 1963, Elena y su hija se instalaron en una casona de tres pisos y jardín en Fernando Alencastre 220, en Lomas de Virreyes, en las orillas del histórico Bosque de Chapultepec. La casa era propiedad del abogado Raúl F. Cárdenas, a quien rara vez le pagaba la renta. Cuentan que cuando el licenciado iba por el alquiler, Elena lo encandilaba en una plática tan encantadora —además de su belleza—, que el hombre salía maravillado pero sin un peso en el bolsillo.
En esa casa, que tampoco existe ya, Elena llegó a ser feliz. Al menos así se lo contó a su amigo, el escritor José Bianco, en una carta enviada en 1966: escribía novelas y artículos, traducía y defendía a los campesinos. También tenía ocho gatos: Humitos Madrazo, Conrandino, Rojo Gómez, Ágata, Luisa, Carboncito, Palancares y Maquí.
Elena Garro y Helena Paz vivieron ahí hasta el 28 de septiembre de 1968. Ese día inició la etapa más oscura de su vida. Aquella fecha salieron huyendo de su casa, seguras de que un grupo de hombres había intentado matarlas. Se refugiaron en la calle Lisboa 17, de la colonia Juárez, con su tía política María Collado. Desde esa vivienda, Elena supo de la acusación en su contra por ser la supuesta jefa del movimiento estudiantil para derrocar al gobierno. Y, ahí mismo, dio su polémica reacción cuando, según la prensa, acusó que los intelectuales fueron los culpables de la matanza del 2 de octubre por haber arengado a los jóvenes a salir a protestar. El edificio Prim, una construcción de inicios de 1900, sigue en pie en la esquina de Lisboa y General Prim.
Después vendría la época en que madre e hija habrían de vivir en hoteles —Suites del Parque, María Isabel y otros más—, seguras de que el gobierno mexicano las acosaba a través de Fernando Gutiérrez Barrios, titular de la Dirección Federal de Seguridad, y Luis Echeverría. En 1971 o 1972, las dos Elenas se instalaron en Taine 222, en Polanco, en un departamento amplio propiedad de la familia Solana, amigos de su padre.
Estuvieron ahí hasta el 28 de septiembre de 1972, cuando emprendieron su huida de México con ayuda de la familia Balderas, dueños de una empresa de mudanzas, quienes les prestaron un auto para cruzar ilegalmente a Estados Unidos y guardaron sus pertenencias en una bodega. De acuerdo con la versión de Elena, el estudiante Raúl Urgellés les comunicó que planeaban matarla. Además, Helena Paz sufría cáncer y su madre decidió atenderla en Houston y Nueva York. Para sobrevivir, las mujeres vendieron el departamento de París.
Entre 1968 y 1980, Elena Garro y su hija no tuvieron un lugar fijo. Las mudanzas a hostales y hoteles en México, Estados Unidos y España se convirtieron en su forma de vida. No fue hasta la década de 1980 que hallaron reposo en un departamento en el Barrio XVI de París.
En 1993, madre e hija volvieron a México. Se instalaron en un pequeño departamento en Cuernavaca que Elena heredó de su hermana Estrella. Garro pasó ahí sus últimos cinco años de vida. En agosto de 1998 la enterraron en el Panteón Jardines de La Paz y, en abril de 2014, su hija la alcanzó.
Las mudanzas y la huida marcaron la existencia de Elena Garro. En la última línea de Un hogar sólido, escribió: «¡Un hogar sólido! ¡Eso soy yo! ¡Las losas de mi tumba!». Su última mudanza, la final, fue escrita por ella misma.