Tierra Adentro
Elena Garro y Helena Paz en París, año de 1947. En el envés, Elena escribió: “La niña y yo en el Bois de Boulogne; ¡Qué alta está! ¿o no?” Archivo Jesús Garro.

Como guionista y argumentista lo mismo de textos comerciales que de obras experimentales, Elena Garro conoció un éxito a medias: mientras algunos productores chocaban con su visión de cine de denuncia, otros de plano le regatearon su crédito.

A Bioy Casares

Tu nombre avanza por el cielo

Lo veo desde el balcón

Adentro alguien me llama

Afuera tu nombre navegando

¡Ya voy!

Elena Garro, París 1950

Al entrar a un auditorio, la pequeña figura de Elena Garro se transfiguraba como si produjese el reverberar de una llama. Rubia, cubierta en pieles, manos inquietas, ojos vivos y poco maquillaje, su porte hacía creer que se trataba de una actriz de cine. Pero Elena irrumpió en ese mundo del otro lado de la cámara, de manera natural, debido a su conocimiento sobre la plástica y las artes escénicas —la danza y el teatro colmaban de magia su universo—. En 1933, invitada por el pintor y director Adolfo Best Maugard, participaría por primera vez en el cortometraje Humanidad.

Por lo que Garro menciona en sus diarios, sabemos que de niña fue poseída por el hado de las letras. Una parte de su infancia la vivió en Iguala, Guerrero, donde tomó clases con su padre y su tío Boni, en compañía de su hermana Deva. Fue entre los libros de Las mil y una noches, Lope de Vega, Garcilaso y los griegos, entre viajes y conversaciones familiares, donde la Leona —como le decía su abuelo, por su cabello rubio e indócil temperamento— forjó su técnica de estudio, como autodidacta. Niña insaciable y rebelde, logró matizar su narrativa poética que posteriormente tomaría un tono agridulce. Dos experiencias detonaron su imaginería: los títeres y el cine de pueblo. Elena me comentó, en una charla que tuvimos en su casa de Cuernavaca, en 1996, lo siguiente:

Una vez cerca de Iguala, vino el cine y se hizo la fiesta, todos asistimos, iba el mozo, mi padre, tío Boni y mi hermana. Los del pueblo llevaban sillas que acomodaron como noche de muertos. Las madres prohibían a sus hijos ir, creían que era cosa del diablo, pese a que el cura estaba sentado en primera fila rodeado de convites. Los niños escapaban a ver películas frente a largos lienzos blancos. No se hacían esperar los vendedores de pulque, garapiñados, tabacos y frutas secas. En las tertulias se proyectaban batallas de guerra y cintas de Méliès.

Elena Garro admiraba profundamente las crónicas de Armando de María y Campos, por eso su cine tiene una esencia teatral; años más tarde, esta influencia afirmará su estructura y ritmo literario con la que transmite una sensación de persecución. A través de libretos y guiones visibiliza todo lo invisible; basaba sus guiones en la estructura del cuento. En una charla entre Garro y Mauricio Magdaleno comentó: «El guión de El compadre Mendoza es perfecto. Esa película cambió mi forma de ver cine, comprendí que podían evidenciarse los abusos sociales, estéticamente». Para ambos la clave de un buen guión radicaba en un buen cuento, y coincidían en lo grandioso de la película Macario, basada precisamente en un cuento de Bruno Traven con guión de Emilio Carballido.

Garro inició escribiendo guiones bajo la dirección de Julio Bracho, a quien conoció en la década de 1930, cuando era la escenógrafa de «Las troyanas». Más tarde, Elena escribió Historia de un gran amor (1942), inspirado en la novela de Pedro Antonio de Alarcón, El niño de la bola, aunque su nombre no apareció en los créditos. También colaboró como argumentista junto con Juan de la Cabada, Josefina Vicens y el director Mauricio de la Serna en Las señoritas Vivanco (1958), que resultaría un taquillazo, con la participación de actores como Sara García, Ana Luisa Pelufo y Claudio Brook.

Siempre tuvo una relación amorosa con el cine; en una carta explicaba:

En París inicié haciendo traducciones para el cine, me hice amiga de mucha gente de teatro y literatura como Benjamin Péret, André Bretón. Hice traducciones y pequeños trabajos para cine, pues en México ya había hecho varias películas como escritora o correctora de scripts y diálogos, pero me estaba prohibido el trabajo de creación.

La vida de Elena Garro estuvo trazada por una extraña inmolación; sacrificó su vida por la palabra y la justicia social por su familia. El acecho constante de lémures, como el plagio y blasfemia, la persiguieron como sombras tenebrosas; la élite intelectual mexicana la excluyó, en parte porque hablaba sin pelos en la lengua y también por su intervención en distintas luchas sociales. Antes de ser condenada como la conspiradora número uno del movimiento estudiantil del 68, se involucró en las luchas agrarias protegiendo a algunos campesinos de Ahuatepec, Morelos; después, se declaró seguidora de Rubén Jaramillo, que habría de ser asesinado brutalmente y a quien le escribe un poema en 1963: «Roto el ensueño,/ quebrada la ilusión, el soñador/ del campo que con los ojos abiertos oyó una noche/ el canto de la oscuridad, ahora vela una fétida esperanza». Alguna vez quiso escribir un guión sobre Jaramillo, pero el estruendo de la bayoneta resonaba en su inconsciente y renunció al proyecto.

En sus conversaciones, a menudo denunciaba a la mafia literaria y, por supuesto, lo sufrió de primera mano, al tener a Octavio Paz por esposo. En uno de sus diarios lanzaba esta pregunta: «¿Por qué creen que en mi país hay tantos escritores famosos carentes de talento? Con los colmillos de lobo feroz y el talento agudizado del plagio».

Acerca de sus guiones descubrimos que algunos no los firmó, otros se estrenaron con otros títulos o sin reconocer su autoría; quedaron algunos argumentos sin filmar como «El ángel de la guarda» —actualmente resguardado en los archivos de la Universidad de Princeton—, «En memoria de Paulina», basado en el cuento homónimo de Adolfo Bioy Casares, y otros, extraviados durante alguna mudanza. Antes no era tan usual registrar una obra, a veces eran simples pactos de palabra; pero sí se tienen registrados varios guiones en el Sindicato de Autores. En una anécdota al respecto, Helena Paz explica:

Mi madre escribía guiones, después los regalaba o los dejaba sin firmar. Cuando vivíamos en París mi abuelo mandó una carta sugiriendo hacer algo legal porque ya se estaban adjudicando su trabajo; en la carta había un recorte de periódico donde se publicaba el taquillazo de una de sus películas, y por supuesto sin su nombre, y nosotras, sin recibir un peso.

Corría el año de 1961 cuando Elena, quien ya vivía en París separada de Octavio Paz, recibió una carta de su prima Amalia Hernández pidiéndole un argumento para el Ballet Folclórico. En una misiva de 1964 se lee: «Estando yo en París, la señora Hernández me encargó una historia para una comedia musical estilo West Side Story. Con un poco de El año pasado en Mariendbad, y un poco de Hiroshima mon amour, adapté un cuento mío: De noche vienes, lo envié y contestó en un telegrama: Argumento extraordinario emocionantísima, Amalia». Prosigue: «Propuse a Marcel Camus, me pareció que mi historia coincidía con su línea de dirección». La película no se filmó bajo esas circunstancias porque hubo muchos intereses que dificultaron un proyecto que pudo haber sido genial, ya que también se había integrado al equipo Juan de la Cabada, Gabriel Figueroa y Felipe Supervielle. Fue hasta 1965 cuando el filme Sólo de noche vienes se realizó bajo la dirección de Sergio Véjar, con argumento original de Garro, guión de Manuel Zeceña y el director, música de Charles Trenet; actúan Elsa Aguirre y Julio Alemán, en una aventura delirante de pasión en Semana Santa.

Hablar de su obra implica citar que muchos de sus textos (diarios, dramaturgia, poesía y guiones) fueron vendidos por Helena Paz a la Universidad de Princeton en New Jersey y otros desaparecieron antes de su muerte. Consideramos prudente expresarlo porque algunas voces del ambiente literario han tergiversado la imagen de la amada denunciante y es importante esclarecer su naturaleza humana y literaria. En 2010, en una conversación que mantuve con Helena Paz sobre su madre, señaló: «Mi mamá entró al cine porque mi tía Deva era novia de Rodolfo Echeverría [Rodolfo Landa, en el medio cinematográfico] y él actuaba en algunas cintas, mi madre también actuó en varios filmes como extra, pero hacía corajes, las películas no eran buenas y prefirió escribirlas».

La película Las puertas del paraíso (1971), dirigida por Salomón Laiter, ganó el Ariel de Oro en 1972. Con las actuaciones de Jacqueline Andere y Jorge Luke, está basada en un argumento original de Elena Garro, aunque ahí tampoco recibió el crédito debido. Se trata de una historia de jóvenes sumidos en la drogadicción y los excesos. Concluye Helena Paz:

Después de eso el gobierno boicoteó las películas «de contenido dudoso» y afectó la creatividad en la industria cinematográfica nacional. Los guiones de Garro pueden considerarse cine independiente, experimental o de contenido; no eran películas comerciales y frívolas donde se explota la imagen de la cabaretera, el Santo y personajes urbanos como el peladito o actores y cantantes que después aseguraron su futuro en telenovelas.

La obra de Elena Garro también fue llevada al cine. Archibaldo Burns filmó Perfecto luna (1959) y Juego de mentiras (1967). La primera fue incluida en el Festival de Cannes, aunque sin fortuna. En 1969, Arturo Ripstein dirigió Los recuerdos del porvenir, con muy malos resultados a los ojos de Garro, a quien no le gustó ni la adaptación ni el reparto. Un último cortometraje de 1995 estuvo basado en el cuento «¿Qué hora es?», bajo la dirección, producción y actuación de Pilar Pellicer y la adaptación de Teresa Melo. El contrato se realizó en condiciones atípicas, porque Pilar visitó a Elena, quien luego de decirse encantada por el proyecto contestó: «Sí, cómo no, dame un papelito para que firme que doy el permiso». Así era ella, amorosa y confiada.

Elena tenía una frase: «Cuando no puedo dormir leo a Garro y me duermo». Fue una insatisfecha y autocrítica, producto de su diario ejercicio literario; casi nunca gozó sus escritos, varias veces se menospreciaba con la frase: «Sólo escribo para ganar dinero». Sabemos que no era cierto, ya que, para ella, escribir era un móvil para aliviar penas, expresar su amor y, sobre todo, denunciar.