Tierra Adentro

El estilo no es irradiar belleza, sino tener algo que decir. Saber que el atributo principal no se sostiene por vanidad, sino por sinceridad y valentía. El estilo es un discurso bien armado en donde el vehículo es igual de importante. En ilustración se conforma en igual medida por la idea y por la solución técnica, por el contenido y no sólo por la forma.

En ilustración, cuya cercanía con el arte y con la comunicación es un arma de doble filo, el dibujante tiene en sus manos la responsabilidad de tomar postura y elaborar un discurso. El estilo es importante porque mediante su construcción consciente se pone en orden el mundo, se da a conocer la mirada del autor y se tienden puentes con otras formas de ver. Y el estilo es sensible, porque se basa en la experimentación de técnicas y metodologías creativas, que siempre están en movimiento. Por eso resulta imposible que existan dos imágenes idénticas; incluso aquellas que son plagiadas no quieren decir lo mismo.

Como muchos sólo buscan la belleza o la maestría en la técnica, las imágenes pueden resultar vacías y no mover al pensamiento. O estar tan pensadas que no conmuevan. El estilo se malentiende como algo formal, pero atraviesa forma y contenido, es la danza perfecta entre ambos. De ahí que haga falta valor para encontrar el contenido, pues éste se encuentra en uno mismo; y disciplina, pues sólo así el artista se apropia de la técnica, que es el vehículo del discurso. Es más fácil copiar que inventar, plagiar que encontrar qué decir. Por un lado por comodidad, pero también para no exponer nuestro punto de vista del mundo.

Los consejos que da Iris Apfel refiriéndose a la moda bien pueden aplicarse a quien busca un estilo en ilustración: es mejor ser feliz que ir bien vestido, no seas borrego y explota tu personalidad, educa tu mirada y no te aferres a tus pertenencias, huye de las reglas e improvisa, la belleza eres tú.[1]

En este sentido, el estilo es también identidad. Una vez, el ilustrador español Javier Zabala dijo en una conferencia que el estilo de Gabriel Pacheco le parecía muy europeo, que le llamaba la atención el uso de una paleta tan sobria cuando en México sobran los colores, las texturas, los vestigios arqueológicos y la vida natural. Pacheco, con quien compartía micrófono, le respondió que, aunque había nacido y crecido en México, su ventana de la infancia no daba a paisajes naturales ni a unas pirámides, sino a construcciones grises a medio acabar, a patios traseros de concreto.

En su respuesta, Pacheco se distanció de la mirada de Zabala y la completó; demostró cómo cada quien suele interpretar desde su propia experiencia pero que ésta se enriquece si se conoce el contexto de la obra. Me parece natural que Zabala interpretara la obra de Pacheco así, pues su contacto con la ilustración mexicana era nuevo. Al final, lo que se ve desde fuera no necesariamente corresponde con la realidad. Por otro lado, sugiere que un artista mire hacia adentro con la misma profundidad que hacia afuera. Y este rebote de interpretaciones pone sobre la mesa dos elementos que son materia prima para la ilustración: las influencias y referencias (el punto de partida de lo que hemos visto y nos ha nutrido) y la identidad y memoria (nuestros orígenes e historia personal).

Ambos ilustradores han despertado interés no sólo en el público general, sino en los ilustradores nóveles, quienes en principio se nutren de sus técnicas y visión, pero pueden acabar imitándolos. Al admirar a alguien, se busca parecerse a él en la elección de cierta técnica, soluciones gráficas y de composición, en temas y formatos. Se puede tomar a quien se admira como fuente de inspiración o como atajo para generar una imagen que, de convertirse en plagio, al final no diga nada. Pero lo mismo se puede imitar a quien se admira como terminar por imitarse a uno mismo. Este último caso no es tan distinto del primero. Una vez que se ha tenido un encuentro fortuito con una técnica, una manera de componer, una paleta que funciona, una forma de crear a los personajes, se puede caer en el punto de no retarse y repetirse. En ambos casos, se deja de pensar y por ende esas imágenes difícilmente conmueven a un espectador o comunican un discurso. Es la decisión personal de guardar silencio.

Hoy en día muchos están en busca de un estilo porque dicen que de esta forma es más fácil conseguir trabajo, ser identificados en el mercado. Entendido así, es posible producir sin experimentar demasiado ni cada vez que se empieza un nuevo proyecto. Tener un estilo ahorra tiempo. De ahí que el término de estilo sea visto como una fórmula resuelta que basta luego aplicar al infinito para vivir del oficio.

No es rara la proliferación de imitadores de Elena Odriozola, Gabriel Pacheco, Rébecca Dautremer o Javier Zabala, por citar sólo algunos. Lo que encanta a los ojos parece que es la forma, pero por eso cuando se replica una y mil veces no consigue provocar el mismo efecto. ¿En qué radica la emoción que causa una imagen? Por eso el estilo no sólo es forma ni habita únicamente en ella.

Si bien la ilustración es definida por muchos como un arte decorativo, los límites entre la ilustración y el arte, entre la ilustración y el diseño, se difuminan. Y el estilo no es otra cosa que la conjunción de ambos aspectos: una buena técnica que comunica un mensaje y que a la vez conmueve como pieza artística. Cuando un ilustrador ha encontrado algo que funciona, puede decidir dejar de buscar. Pero si deja de colocarse en ese espacio vacío que siente cada que se enfrenta a una hoja en blanco (a un nuevo proyecto, a un nuevo problema, a una forma nueva de solución), no habrá un encuentro consigo ni la creación de un discurso. Porque justo en ese momento amargo de vencer la incomodidad al vacío, aparece él a flor de piel.

Una vez Cecilia Varela me dijo que el trabajo de un ilustrador consiste en encontrar esos espacios de indeterminación en el texto que ilustra y hacer visible lo que es invisible pero está sugerido. No hacer literal una metáfora, porque la imagen ya está puesta en palabras, sino llevarla al extremo. Esa pieza añadida es la visión del ilustrador, su interpretación del texto pero también del mundo, que sólo puede construirse con su propio bagaje cultural y personal, con sus influencias pasadas y su identidad y con un discurso sincero.

Cuando Miren Asiain ganó el VI Catálogo Iberoamericano de Ilustración, confesó haber estado dudosa de concursar con esa serie, porque las imágenes no son lo que (en su mente) el mercado considera una ilustración, sino que se acercan más a la pintura. Cada imagen muestra un paisaje imponente con personajes diminutos. La originalidad y la sinceridad fueron premiadas. Miren Asiain, tomó un riesgo y fue capaz de hacer ver un recuerdo suyo y comunicar un sentir inefable. La serie con la que ganó viene de su nostalgia. Ella nació en el País Vasco y un viaje que duraría un año a Argentina terminó por convertirse en su hogar. Al extrañar su lugar de origen, evocó sus viajes a la montaña y creó las imágenes de memoria. Es ella misma, un pequeño ser inmerso en la naturaleza en una imagen renovada de Caspar Friedrich traída al siglo xxi.

Muchos aspiran a la originalidad, a tener un estilo propio, pero pierden de vista en qué consiste esa originalidad. El estilo es el discurso sumado a la forma en un sutil equilibrio. El origen es uno mismo, ser sincero con lo se quiere decir, de otra forma no queda más que un hueco con lindas formas y agradables colores, un adorno. Y un ilustrador siempre aspira a conseguir esa imagen que pueda envolver el alma, como lo consigue el patio trasero de la infancia de Gabriel Pacheco y a los campos anhelados de Miren Asiain.
[1] Noelia Ramírez, «5 lecciones vitales que todos deberíamos interiorizar, según Iris Apfel», sección SModa, El País, 6 de julio de 2015. [Recuperado el 1º de agosto de 2015 de: http://smoda.elpais.com/articulos/iris-apfel-lecciones-de-vida-documental/6528]


Autores
(Morelia, 1984) Es gestora cultural, ilustradora, editora y escritora. Coordina el diplomado Casa: Ilustración Narrativa de la UNAM. Forma parte del comité organizador de El Ilustradero y del Catálogo Iberoamérica Ilustra. Es socia de Oink Ediciones y del estudio Cuarto para las Tres.