La crisis de la eterna primavera
La historia del estado de Morelos está vinculada a la creación de balnearios y servicios turísticos. En esta crónica, Amaury Colmenares presenta los casos del balneario El Texcal, donde señores de la tercera edad trabajan a la espera de turistas de fin de semana, y el de unidad habitacional Terrazas de San Antón, donde permanece un magno tobogán como recordatorio de los proyectos inconclusos.
En Morelos existen alrededor de cuarenta y cinco balnearios registrados. Aunque algunos cuentan con varios toboganes y hasta suites de lujo, como El Rollo, la mayoría son más bien modestos. Les dicen «rústicos» en las páginas de internet donde los promocionan, con lo que se refieren a que no cuentan con infraestructura y su atractivo es, simple y llanamente, el agua. Como el balneario Las Fuentes, donde hay albercas, manantiales y, ahí mismo, decenas de pipas que cargan agua para surtir a las colonias aledañas… rústico, pues.
Aprovechando la alta afluencia de visitantes, muchos de paso para ir a Acapulco, y muchos otros a los que no les alcanzaba para llegar hasta allá, proliferaron en la región los pequeños balnearios, palapas que ofrecían servicio de restaurante y alguna alberca.
Para dar una idea de la personalidad de la región, diré, a manera de pinceladas impresionistas, que el Poder Ejecutivo de Cuernavaca tiene su sede en lo que era el Hotel Papagayo; es decir, las regidurías y secretarías tienen sus o cinas alrededor de una alberca, en las habitaciones donde los turistas descansaban o hacían otras cosas. El exfutbolista Cuauhtémoc Blanco, ahora presidente municipal, tiene su despacho en lo que era el jardín de eventos Baalbeck. La clínica número 20 del Instituto Mexicano del Seguro Social, una de las más concurridas de la ciudad, se asienta en el antiguo Hotel Cortés. Y el palacio del gobierno de Morelos, donde despacha el gobernador, se levanta en el terreno donde antes estuvo una casona colonial, acondicionada, también, como hotel. Plutarco Elías Calles siguió controlando la política mexicana desde su casa de retiro, en Las Palmas. La sede del Poder Legislativo se halla en un edificio que fue inaugurado como teatro. Tras el Palacio de Cortés se encontró durante muchos años un espacio donde estaba el reconocido antro de moda Kaova, y ahora el Tribunal Superior de Justicia. El ocio y el descanso siempre han tenido una importancia fundamental en la dinámica de la región, sobre todo durante el siglo pasado, cuando la capital del estado de Morelos se convirtió en un cliché del turismo. Hoy, tras años de violencia y alta criminalidad, esta etapa parece haber terminado y no quedan sino vestigios.
APROVECHANDO A LOS VISITANTES
Desde la época colonial, la región estuvo dedicada a la producción azucarera. La gran cantidad de ojos de agua, veneros o manantiales, así como el clima privilegiado, permitieron que grandes haciendas en todo el territorio centraran su trabajo en cultivar y procesar caña. Así, históricamente, la estructura socioeconómica del estado es agraria. Cuernavaca funcionó como eje administrativo y político —aunque improductivo— de este aparato. Al inicio del siglo xx, esta estructura había generado una relación de conflicto entre los pueblos originarios y las haciendas. Los puntos críticos: la posesión del territorio y el uso del agua. De esa tensión surge el movimiento zapatista. Durante la Revolución, Cuernavaca se convirtió en un pueblo fantasma y se interrumpió la producción azucarera. Y tras el conflicto armado, que duró casi una década y que se caracterizó por la alta mortandad, hizo falta reorganizar tanto la estructura social como la económica.
Durante la mayor parte del siglo pasado, los proyectos del gobierno y de los empresarios (casi siempre con intereses en común) tuvieron como uno de sus ejes más importantes al sector turístico. El clima, la cercanía con la Ciudad de México y, sobre todo, la abundancia de agua permitieron un desarrollo inmobiliario desmedido y descontrolado que se mantuvo en aumento. A la par, se construyeron grandes complejos turísticos.
Así, dos eventos similares y violentos marcan el ciclo del turismo moderno en el estado de Morelos: el final de la Revolución y el inicio de la crisis producida por el crimen organizado en 2009.
Uno de los factores importantes para la reconstrucción de la región fue la constante visita de turistas, sobre todo provenientes de la Ciudad de México y, en menor medida, del extranjero. Esto fomentó la institución de comités promotores del turismo, en los que se involucraron empresas de autotransporte, hoteleras y restauranteras, así como comerciantes e inversores de capital. Durante la primera mitad del siglo pasado, Cuernavaca contaba con atractivos importantes como el Country Club, el balneario de Chapultepec, la caída de agua de El Salto, el Paseo de las Fuentes y el lujoso Casino de la Selva, un escenario de la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, en cuya época ya estaba en decadencia y fungía como hotel, un lugar icónico de la ciudad, derribado en 2001 para construir un supermercado Costco.
Más adelante, durante la segunda mitad del siglo, el sector inmobiliario experimentó un auge acelerado, cuyo hito se debe al terremoto de 1985 en la Ciudad de México, evento que motivó a miles de capitalinos a trasladarse a lugares más «seguros», como Cuernavaca, donde ya muchos poseían casas de fin de semana. Aunque la ciudad había ido mejorando su estructura urbana, no estaba preparada para recibir a los nuevos habitantes, y desde entonces el crecimiento de la zona metropolitana es caótico y acelerado. A finales del siglo pasado, las inmobiliarias dejaron de lado las casas y comenzaron a desarrollar unidades habitacionales de edificios de departamentos, con albercas y áreas comunes.
Es por eso que en Cuernavaca son habituales las albercas. Existe la creencia de que Cuernavaca es la ciudad con la mayor cantidad de albercas en el mundo. En realidad, no existen datos precisos, pero es un mito local significativo que nos habla de cómo los pobladores perciben y definen su entorno. Lo que sabemos es que según el censo 2010 del INEGI, 17% de las casas en Morelos son de fin de semana; es decir, que de las 468,930 casas, 81,409 son de descanso. La mayoría cuenta con alberca, a lo que habría que sumarle todas las casas que antes eran de fin de semana y que, tras el terremoto, comenzaron a usarse como residencias permanentes. Aunque la cifra en Morelos podría rondar las cien mil albercas, en Florida hay aproximadamente un millón. Así que no, Cuernavaca está lejos de ser la ciudad con mayor número de albercas en el mundo. Aun así, la cantidad es alta en relación con la densidad de población. En Los Ángeles, por ejemplo, hay 43,000 albercas.
En resumen, el sector turismo creció en el estado de Morelos bajo tres formas distintas. Uno: el sector inmobiliario; se vendieron miles de casas destinadas al descanso de fin de semana, todas ellas con sus respectivos jardines y albercas. Dos: grandes hoteles y balnearios de inversión privada, con inmensas infraestructuras. Y tres: los ejidatarios que aprovecharon la afluencia de visitantes y los ojos de agua dentro de sus propiedades para crear negocios turísticos comunitarios.
Uno de los primeros balnearios fue Agua Hedionda, en Cuautla, un manantial de aguas sulfurosas que desde antes de la Revolución había sido el eje de un proyecto para aprovechar la afluencia de visitantes que buscaban sumergirse en las aguas «medicinales». Todavía hoy sobrevive este espacio, enclavado en lo más denso de la mancha urbana, y funciona bajo la forma de un fideicomiso del gobierno.
En 1964 fue inaugurado uno de los balnearios más grandes de Latinoamérica: el Centro Vacacional Oaxtepec, propiedad del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Posteriormente fue concesionado a una empresa privada, que lo sumió en una crisis económica. En 2011 se declaró en quiebra y regresó la administración del complejo turístico al IMSS. En febrero de este año se anunció que la empresa norteamericana Six Flags ganó la concesión del parque de 23 hectáreas y capacidad para 35,000 visitantes, que será remodelado y explotado por 20 años con una renta mensual de un 1,710,000 pesos. Así, de Centro Vacacional Adolfo López Mateos será rebautizado como el Hurricane Harbor.
Aunque permanecen abiertos muchos de los sitios turísticos de Morelos, como El Rollo, la Ex Hacienda de Temixco o los clubes del Lago de Tequesquitengo, a raíz de la crisis de violencia y el avance del crimen organizado en el interior del estado, el turismo está en decadencia. Ahora, Morelos tiene que vivir sin los visitantes que, durante los fines de semana y periodos vacacionales, se dedicaban a embriagarse y chapotear en sus aguas. Ha tenido que inventar nuevos modelos de turismo, como el cultural o el ecológico, aún incipientes pero prometedores.
EXTRAÑAS RUINAS DE LA CIUDAD
Aunque Cuernavaca hace mucho que perdió a los turistas y diversificó su economía, en el imaginario de sus habitantes y visitantes todavía está arraigada la idea de ocio y esparcimiento. Esto ha generado lugares como Terrazas de San Antón, una unidad habitacional en una zona popular de la urbe. Para entrar a estos edificios hay que bajar por unas largas escaleras que se desenvuelven a lo largo de la ladera de una barranca. Pero, paralelo a estas escaleras, corre un largo tobogán, bien construido, color azul celeste, que termina en una barda erizada de maleza espinosa. Este tobogán de cemento y fibra de vidrio jamás ha sido usado y es completamente ignorado por los vecinos, que lo ven como un estorbo ridículo que resta seriedad a sus vidas.
Se quejan del descuido de las áreas comunes, de la inseguridad y de la suciedad de los otros. Pero al preguntar sobre el tobogán, responden un lacónico «ah, sí…» y es evidente que nunca piensan en él. Nadie sabe por qué está ahí. Según las versiones, la idea original de la unidad habitacional era que tuviera una alberca comunal, como es usual en la región, y que los habitantes tuvieran la elección de bajar a sus casas de la manera ordinaria, por las escaleras, o de la manera audaz, deslizándose en traje de baño por el tobogán hasta la alberca. Otros afirman que es la reminiscencia de una antigua casona de descanso que tenía alberca y grandiosos jardines y que, tras un pleito de herencia, fue demolida para construir en su lugar los edificios y, dada la premura y el desinterés de los nuevos dueños, se dejó ahí el tobogán. Lo cierto es que ahora forma parte del patrimonio común de estos vecinos. Extraño patrimonio. Podrían pensar en rehabilitarlo para uso de los niños, pero dadas las circunstancias actuales de escasez de agua, se entiende que se perciba más como un comentario sarcástico que como una oportunidad. Por lo pronto, ya lo empiezan a usar para verter cascajo.
Hace unos años se pusieron de moda las unidades habitacionales para fin de semana. Son proyectos de las inmobiliarias, similares a las unidades de interés social, sólo que les agregan una alberca común y las construyen lejos de la ciudad: «Ahora hasta tú puedes tener casa de descanso», rezan los espectaculares con los que anuncian este negocio, con fotografías elocuentes de hermosas mujeres flotando en el agua. Pero muchos de estos sitios terminan en el abandono, pues aunque están cerca de las ciudades o los atractivos turísticos, en los alrededores no hay infraestructura urbana. Así que aparecen junto a las carreteras bloques de casas deshabitadas, con las ventanas rotas y descuidadas. Tal es el caso de Cumbres de Campestre, en el municipio de Xochitepec, una unidad de viviendas que fueron compradas por chilangos, a los que les prometieron albercas y áreas verdes, pero que durante años no tuvieron acceso siquiera a los servicios básicos, como agua potable o electricidad. Son alrededor de 600 casas de fin de semana, diminutas, que hoy ya tienen albercas, pero siguen estando en medio de la nada.
En Cuautla, la segunda ciudad más importante del estado, hay balnearios absorbidos por la mancha urbana. Tal es el caso de Agua Hedionda, todavía próspero, aunque existen otros que no han corrido con la misma suerte, como Las Tazas, un balneario ejidal, administrado por el comisariado, y cuya explotación económica beneficia a la comunidad. Fue inaugurado durante la década de los setenta cuando, aprovechando que ahí se encuentra un ojo de agua, construyeron un apantle tan amplio que surtía albercas y servía como poza de buceo, con más de once metros de profundidad. Después de que en ella nadaran los bañistas, el agua era distribuida por toda la zona, para regar huertos y viveros. Pero hoy el nivel del agua ha disminuido más del 80%. Don Teófilo, que trabaja en el mantenimiento del balneario, recuerda la cantidad excesiva de agua. Junto al canal reseco, este hombre sudoroso y desilusionado hace un gesto amplio y circular con el brazo extendido y dice «todo esto era agua; ahí atrás, esos viveros, también eran agua», luego, señalando a un estacionamiento, agrega: «eso también era agua y para allá», apunta hacia un amplio prado de pasto seco, «había todavía más agua». Recuerda que al lugar acudían incluso feligreses de diversas iglesias (testigos de Jehová y cristianos) para hacer grandes bautizos. Y, para terminar la enumeración de las glorias pasadas, arma: «aquí grabó una película Vicente Fernández, la de Por tu maldito amor, y ahí grabaron la escena del puente», señala un viejo y endeble puente de metal que ahora sirve para sortear un desnivel del terreno, que antes fuera parte del apantle.
«Pero se acabó el agua», dice doña Rosalía, oriunda de la zona y trabajadora desde hace décadas del lugar. «Nosotros teníamos el venero, pero dicen que de más arriba alguien muy listo perforó el cauce subterráneo y lo desvió. Nosotros seguimos teniendo el venero, pero ya no sale casi nada». Se queda seria cuando habla de la escasez de agua. «No sé por qué será, pero por la misma época que se secó aquí, abrieron una planta de la Coca más arriba».
Teófilo y Rosalía tienen razón, a principios de los noventa se abrió la planta Las Margaritas, de la empresa Coca-Cola, a unos metros del río Cuautla, y se perforó El Calvario, el pozo que abastece a una amplia zona de la ciudad. Hoy, en Las Tazas quedan dos albercas funcionando. El apantle está enfangado y apestoso. Ya no hay grandes cuerpos de agua, ni amplios sembradíos. Casas, calles y cocacolas.
De cualquier manera, este balneario «rústico» es visitado todos los días, ya no por turistas chilangos ni extranjeros, sino por los vecinos. Decenas de niños toman clases de natación y, por las tardes, acuden familias a disfrutar del lujo del agua.
Lugares abandonados. Ojos de agua que se secan. Campesinos que luchan por mantener a salvo espacios naturales y de esparcimiento. Proyectos inmensos que se tambalean y se caen por falta de pericia política.
EL TEXCAL: OCHO ÁRBOLES Y UNAS CARPITAS
A pocos kilómetros de la Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (Civac), que siempre huele a pintura quemada o a fresas artificiales, sobre el boulevard Cuauhnáhuac, en la zona roja de Jiutepec, casi frente a la nueva Universidad Politécnica del Estado de Morelos (Upemor), es decir, en medio de la mancha urbana que crece desmedidamente, se halla un lugar excepcional: El Texcal.
Para llegar hay que entrar en una unidad habitacional de edificios rojos, después adentrarse en una amplia carretera privada, de un par de kilómetros de largo, que describe una vuelta completa para desembocar en sí misma. Dos carriles bordeados de árboles y matorrales, entre los que destacan algunos amates amarillos y ceibas de gruesos troncos espinosos. En algún punto indeterminado de ese recorrido hay casetas destartaladas, usadas en su momento para cobrar peaje o el precio de la entrada. La carretera recorre un Área Natural Protegida y llega hasta un estacionamiento de banquetas zigzagueantes con capacidad para una centena de autos. Luego, aparecen unas escalinatas que llevan a unas puertas largas, de casi 50 metros de largo, sobre las que se levanta una estructura de entramados de metal, similar a las que sostienen los anuncios espectaculares, de la que penden algunos retazos de lona, ripios blancos y fantasmales.
Adentro hay un inmenso balneario abandonado, construido en un área de 50 hectáreas. Al trasponer el portón, a la derecha se levanta un tobogán, una mole alta, como de tripas que se desenvuelven en volutas caprichosas. A la izquierda hay dos edificios largos, de dos pisos cada uno, con cientos de casilleros de rejilla y decenas de vestidores, regaderas y baños.
La alberca central está custodiada por una estructura de concreto que no queda claro qué es, algo así como un monolito que se erige sobre otros monolitos derrotados o una torre que se está derritiendo. Es tan alta que puede verse desde lejos, única señal de la existencia del balneario, un misterioso hexaedro azul pálido en el cerro, testimonio de la insospechada presencia del balneario.
Más adentro hay otro tobogán, mucho más chico y sencillo, que baja en línea recta y tiene un rótulo que dice «Kamikaze». Hay una poza de clavados, dos amplios chapoteaderos, dos albercas además de la principal, y una enorme alberca de olas, larga y honda, supuestamente la más grande de Latinoamérica. Es posible entrar al área subterránea de máquinas, donde todavía están los motores de varias toneladas que antes bombeaban las olas y que ahora lucen como calderas del inframundo.
Tiene también un edificio para restaurante y algunas casetas para la venta de alimentos, una de ellas en forma de icosaedro truncado. Perdidos en la selva hay otros dos edificios en obra negra. Si se toma un desvío de la carretera privada, se llega a la zona de cabañas, catorce en total, que en 2011 fueron reacondicionadas con equipos de captación pluvial y calentadores solares, hoy desaparecidos.
Todo está abandonado. Vive ahí una parvada de zopilotes y las albercas están vacías o enfangadas. La pintura de los rótulos descascarada y los edificios desmantelados. Este complejo turístico es propiedad de los comuneros de Tejalpa, un grupo de campesinos originarios de uno de los pueblos absorbidos por la mancha urbana de la Zona Metropolitana de Cuernavaca. Ellos, como si fuera un ritual religioso, limpian dos albercas y podan el césped durante Semana Santa, en espera de que lleguen los turistas. Cobran 40 pesos de entrada y venden cervezas y garnachas.
El Área Natural Protegida El Texcal está rodeada por colonias populares, una farmacéutica, un gigantesco estacionamiento de la Nissan, y un extenso corredor de campos de cultivo que llega hasta Tepoztlán. En esta zona de casi 260 hectáreas está la laguna de Hueyapan, hogar de un pez endémico, la carpa Notropis boucardi. Hace poco, investigadores de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos descubrieron en esta reserva una especie endémica de árbol, llamada Esenbeckia vazquez, de la que quedan ocho ejemplares en el mundo.
Los comuneros combaten a los «paracaidistas». En 2013, con el apoyo de la policía, desalojaron un asentamiento ilegal. Después de trece operativos, recuperaron 70 hectáreas de la reserva natural, en donde habían construido 400 viviendas, que fueron derruidas tras más de quince años de invasión.
Pero la amenaza siempre está presente. También hay talamontes organizados en peligrosas cuadrillas armadas que de manera furtiva derriban árboles y que incluso han construido ya su propia carretera, según testimonio de uno de los comuneros Luis Zagal arma que evitan los enfrentamientos directos con los talamontes, pues usan armas de fuego y son violentos, pero los combaten obstruyendo y vigilando los puntos de acceso a la zona protegida. Un vistazo a las imágenes satelitales de Google Maps da cuenta de la deforestación: entre El Texcal y el Tepozteco, hay un corredor ininterrumpido de terrenos dedicados a la siembra.
Los comuneros tienen sus propias preocupaciones. ¿Por qué se toman la molestia? ¿Qué razones tienen para, todos los años, asistir a las faenas de limpieza y acondicionamiento del balneario y para proteger el área natural de las amenazas de la urbanización y de los depredadores ilegales? Los comuneros no ofrecen una respuesta definida, contestan con frases ambiguas. Parece que ni ellos saben, pero tienen la idea de pertenencia, de noción de comunidad. Siempre mencionan, por ejemplo, la importancia del manantial del Texcal, que surte a varias colonias aledañas. Ahí han instalado una bomba que surte pipas destinadas al consumo de las zonas cercanas.
Éste es, pues, un extraño pulmón de la región. Uno esperaría que las reservas ecológicas sean bosques exuberantes, siempre verdes, pero en este caso se trata de una selva baja caducifolia, un tipo de ecosistema que caduca durante la temporada seca. Es una maraña de espinas y maleza, los árboles son chaparros y de follaje escaso. El terreno del Texcal es de piedra volcánica, por lo que todo crece sobre un suelo irregular de rocas ariscas y oscuras.
La magnitud de este lugar lo convierte en un misterio. ¿Quién diseñó el proyecto?, ¿qué esperaba que sucediera, cuántas personas calculó que llegarían? Nadie lo sabe, ni siquiera los comuneros, que sólo tienen recuerdos difusos de su creación.
José Román Rodríguez, director ejecutivo de la empresa Hidrotec, comenta: «Mi padre vendió este proyecto de alberca con olas y toboganes en la época de Miguel de la Madrid. Fue un proyecto coordinado entre Parques Nacionales, dirigido en su momento por Juan Casillas, y el gobierno del estado de Morelos, presidido en ese entonces por Lauro Ortega, quien asignó como jefe de proyecto al señor Mauricio Urdaneta, uno de los grandes desarrolladores de la época, el cual impulsó el Club Tabachines. La del Texcal es una de las albercas de olas más grande de Latinoamérica. Desgraciadamente, cuestiones políticas y administrativas (por ejemplo, el hecho de que no se les pagara la tierra expropiada a los ejidatarios originales) llevaron a que se cerrara el parque acuático una vez que el terreno regresó a manos ejidales y su administración fue disuelta».
El actual comisariado de Tejalpa, don Bonifacio Sañudo Silva, encargado del balneario, también recuerda que el parque cayó en la crisis y en el abandono por conflictos entre los mismos campesinos. La eterna disputa entre comuneros y ejidatarios, así como los desacuerdos al interior del ejido, dieron como resultado el declive del lugar.
Para José Román, de Hidrotec, El Texcal «fue un proyecto muy interesante e innovador en su momento. Uno de mis tíos administró el parque durante unos años, junto con su cuñado. Los contrataron por sus conocimientos en el manejo de grandes cuerpos de agua, como la alberca de olas. Después hicieron cabañas para hospedar turistas. Recuerdo que durante la construcción, cuando los lugareños eran picados por los escorpiones, se comían inmediatamente al escorpión y decían que era la mejor vacuna contra el veneno. Fue un magno proyecto. Ojalá se pudiera reactivar. Desconozco en qué condiciones operativas se encuentra actualmente».
En resumen, una selva parda, chaparra y reseca, perdida tras unidades habitacionales y centros nocturnos, cuya contribución para el mundo es humilde, pero asombrosa —ocho árboles de una especie única y un pececito en peligro de extinción—, siempre hostigada por la humanidad, que busca construir casas o aprovechar su madera, y en cuyo corazón existe un inmenso balneario, un proyecto ambicioso destinado al ocio que fracasó por la impericia política y la falta de acuerdos entre los campesinos, al que hoy acuden a trabajar una veintena de ancianos con la esperanza de que lleguen los turistas a nadar, como en los viejos tiempos.
«Esto no es fácil», arma don Bonifacio. «Los comuneros no tienen recursos para sacar adelante todo esto. Con lo que sacamos de las entradas en Semana Santa no alcanza para reacondicionar. Hemos querido rentar o buscar inversionistas, pero difícilmente alguien se anima a invertir los millones que se necesitan. Desde hace dos años que no se le da mantenimiento, ahora estamos retomando ese trabajo. Pero nadie quiere venir a ayudar. La mayor parte del pueblo es gente joven. No les interesa venir. Mire usted quiénes son los que sí se animan a trabajar: son puros ancianos, gente mayor». Mientras don Bonifacio habla, diseminados por el balneario, una veintena de señoras y señores podan pasto, recogen basura, instalan la bomba en la alberca, se afanan. Sentado en el suelo, bajo el sol del que se protege con su sombrero blanco de palma, don Santiago Sámano, de 70 años, golpea con su machete los intersticios de los adoquines para quitar las hierbas malas. Él, igual que el balneario, es un hombre rústico.