Tierra Adentro

1

Da la una de la tarde, exactamente, cuando estoy frente al estacionamiento de la Arena México. Llegar a tiempo, lo confieso, no es exactamente una de mis cualidades; siempre voy tarde, un par de minutos al menos; pero no esta vez. Me asomo desde afuera, hacia el interior del estacionamiento: dos hombres van y vienen, platican, desaparecen. Me pregunto si uno de ellos es Sagrado, con quien concerté, por teléfono, una cita para realizar una entrevista. Algo breve, le dije, sólo un par de preguntas. La una y cinco, la una y diez. Nada. Pienso, por un segundo, que tal vez se arrepintió, o que a quien contacté no era en realidad él, y que los días pasados estuve hablando con un bromista, alguien que se hace pasar por el luchador del CMLL. No sería raro, pienso, fue muy fácil el contacto, se mostró muy accesible; no puede ser tan sencillo contactar a una de las figuras más representativas de la lucha libre mexicana. Miro la hora otra vez: 1:15. Siento vibrar el teléfono en la bolsa y pienso que es Sagrado, pero no, es Alberto, quien va a realizar las fotografías.

— ¿Dónde estás?

—Enfrente del estacionamiento.

—No te veo.

Volteo a ambos lados, me coloco los lentes y no lo distingo entre la gente que va y viene sobre la banqueta.

—Creo que estás en el otro estacionamiento,—me dice. No sabía que hay dos estacionamientos.— Espérame ahí, voy para allá.

Dos estacionamientos, empezamos mal. Pienso que Sagrado me esperó en el otro y, al ver que no llegaba, decidió irse. No sería raro, es un luchador ocupado: el precio de ser un profesional. Marco su número y me indican que el saldo se me ha agotado: continuamos mal. Comienzo a ver lejana, sino desaparecida, la oportunidad de la entrevista.

Llega Alberto y, antes de saludar, le pido su teléfono para marcar. Entra la llamada, viene el tono.

— ¿Bueno?

— ¿Sagrado? Soy Aldo. Quedamos de vernos hoy.

— ¿Dónde estás?

—Frente al estacionamiento, como me dijiste.

— ¿Donde está la tienda de Blue Demon?

—Sí, en ése.

Dos estacionamientos, confirmo.

—Voy para allá.

Un par de carros entran a la arena, otro sale. Intento adivinar quién de ellos es luchador, pero es difícil, imposible. Interesante.

Alberto Trejo mide la luz, arquea los ojos, calcula las posibles tomas. La luz no es buena, me dice, si nos quedamos aquí las fotos no van a salir bien. A lo mejor allá, y señala un mural de grafitti al otro lado de la avenida. Puede ser, le digo, todo dependerá de lo que nos diga Sagrado. Alberto saca su cámara y comienza a calibrarla, a afinarla; la melodía de la luz.

Ahora me preocupa otra cosa: si seré capaz de reconocer a Sagrado. La primera vez que lo vi (su rostro, quiero decir) fue hace más de dos años, en la Arena Afición de Pachuca. Se vendaba las muñecas, con calma, mientras me hablaba de su postura ante ciertas cosas de la vida, la lucha, sobre todo. Metódico, calmado, con el crucifijo enorme al pecho y el rostro al aire. ¿No hay problema que te vea sin máscara?, le pregunté. No, por qué, contestó mientras se encogía de hombros y continuaba preparándose.

Dos años.

Veo a un hombre acercarse a nosotros: es él, no me caben dudas. Su rostro es de esos que, por alguna razón, no son fáciles de olvidar. No hay fiereza en los ojos, sí seguridad, confianza.

— ¿Qué onda, cómo estás?

Su saludo es cordial, desenfadado; el apretón de manos es firme, pero no demasiado. Le presento a mi amigo y, luego de preguntarme si ya estamos listos, nos dice que preparemos todo mientras él va al banco. Enfila hacia la estación del metro y lo vemos desaparecer entre la gente; increíble que ese hombre calmo, casi anónimo bajo la gorra de su sudadera y la tarde de la ciudad, sea capaz de maniobrar su cuerpo de la forma en que lo hace. Como mirar un río en calma y de pronto, por un segundo, pensar que esa masa de agua es capaz de arrasar algo si se lo propone, si se dan las circunstancias.

Alberto continúa con la calibración de la cámara. Me hubiera gustado una toma así, le digo, con el Sagrado alejándose, no sé por qué. No contesta. Vemos entrar la ambulancia, con la sirena apagada, y estacionarse dentro de aquella masa de concreto que alberga la máxima sede del CMLL. Esto va en serio, uno no lleva una ambulancia a donde no va a pasar nada. Viene a mi mente aquella afirmación, tan socorrida a veces entre los que no conocen a fondo el deporte, de que es una farsa, una nimiedad. Pienso que, de plantearle eso al Sagrado, lejos de molestarse, se limitaría a contestar, con su aplomo que me empieza a resultar familiar, que eso es mentira. Sólo eso.

Regresa, más pronto de lo que esperaba.  Nos dice que es posible hacer la entrevista dentro de la Arena, que guardemos nuestras cosas y pasemos. Echamos a andar detrás de él y muchas cosas me cruzan por la mente, pero no expreso ninguna. Hay una zona del estacionamiento delimitada por una franja de plástico amarilla, como la que se usa en zonas de desastre o riesgo. A lo mejor las cuerdas del ring también son eso, una señalización de que, ahí arriba, es una zona de peligro, un peligro bello, casi amaestrado. Llegamos a un retén donde un grupo de elementos de la policía de la Ciudad de México vigila la entrada. ¿Van a pasar?, pregunta uno de ellos, que estaba de espaldas, y un hombre de traje, al parecer miembro del staff de la arena, señala a Sagrado y dice que él sí. Vienen conmigo, responde Sagrado, en relación a nosotros, y los policías, luego de una ligera revisión, nos dejan entrar.

— ¿Cómo has estado? —me pregunta Sagrado—. ¿Bien?

—Sí, gracias —le contesto—. ¿Y tú?

Me sorprende lo natural de las preguntas, que a veces son casi triviales, pero hoy no.

—Bien, bueno, ya sabes, con mucho trabajo.  ¿Y cómo va tu libro?

—Creo que no me quejo. Va bien.

—Ya tiene dos años de esa vez, ¿verdad?

Me causa gusto, mucho, que se acuerde de mí y de lo que hago. En cierta medida, creo, ante un luchador, y más uno al que se admira, uno no puede sino convertirse en el niño que saluda por primera vez al personaje que ve los fines de semana en la televisión.

— Todavía era técnico —agrega sin nostalgia, con nostalgia.

El Sagrado

 

 

2

Se cuenta que hace más de 60 años, Salvador Lutteroth (considerado el padre de la lucha libre en México) ganó el sorteo de la lotería nacional y, con el dinero obtenido (40,000 pesos), ordenó la construcción de la Arena Coliseo, para albergar los encuentros de su Empresa Mundial de Lucha Libre (EMLL), por lo menos mientras levantaban desde sus cenizas la Arena México (literalmente desde las cenizas: un incendio la dejó inservible por mucho tiempo). Resultan increíbles, por decir lo menos, las circunstancias que dieron origen a esta edificación que, una vez reconstruida, volvió a ser el escenario principal de la lucha libre en la Ciudad de México. Se antoja creer, entonces, que la lucha libre mexicana, desde sus inicios, ha estado rodeada de un halo de fantasía, de magia, de fortuna.

Estamos en una de las entradas traseras de dicho edificio. Avanzamos un paso más y la arena, que vio su origen en tan singular evento, surge, impresionante, tras las cortinas. Cada paso que damos es una pincelada más en los ojos: se observa la arena crecer, expandirse; al principio no lo creo. Nunca lo había notado, pero es muy alta: causa vértigo. Es distinto verla a la luz del día, en silencio. Casi no se reconoce.

Pisamos la madera de los pasillos y ésta cruje. Increíble percibir el sonido de una pisada en un recinto así de espacioso, un recinto que, en un par de horas, albergará cientos, quizás miles de voces fundidas en un solo sonido, un solo grito: la voz de la lucha libre. Huele a cerveza, dice Alberto, y es cierto. Avanzamos un poco más y Sagrado dice que donde queramos hacer la entrevista está bien. Qué te parece esta fila, le pregunto, y parece convencerle. Nos sentamos, con una banca de separación, y Alberto se aleja para comenzar a capturar lo que va a suceder. Sagrado saca su máscara de una de las bolsas de la sudadera y se la coloca. Parece no ser el mismo con quien hablé unos segundos: el poder de una tapa, de una máscara, es inconmensurable. Le pregunto si tiene algún problema con que se grabe el audio de la conversación. Ninguno, dice, es mejor, para que lo tengas respaldado.

Sagrado, en un par de horas lucharás aquí mismo, en la Arena México, que es uno de los escenarios más grandes de la lucha libre, no sólo mexicana, sino a nivel internacional. Sin duda, luchar aquí es el sueño de muchos luchadores jóvenes, que apenas dan sus primeros pasos en esta carrera. ¿A ti te causa nerviosismo todavía? ¿O el luchar aquí es sólo un día más en la oficina?

Luchar aquí es un gran paso, de eso no hay duda. No por nada es la lucha más longeva del país; está a punto de cumplir 83 años. Cualquier luchador, de cualquier nacionalidad, que sepa de lucha libre mexicana, sabe que éste es el máximo escenario a pisar. ¿El nervio? Claro que existe, por supuesto. Creo que el día que dejes de sentir nervios es porque te dejó de gustar la lucha. Ese nerviosismo, no obstante, es indicador de una gran responsabilidad: te hace saber, te recuerda el compromiso que tienes. Antes de subir al encordado estás nervioso, claro, pero una vez arriba esto desaparece y te dedicas a hacer lo que mejor sabes hacer.

***

Sagrado habla con soltura, relajado. Sus manos se mueven al ritmo de sus palabras. La luz del día entra por alguna parte de la arena que no logro identificar del todo y rebota en su máscara negra con vivos rojos y naranja; atrás ha quedado la cruz, símbolo bendito del ring, y ahora frente a mí, en su hábitat, un rudo de temer por su tonelaje, rapidez y técnica, muestra quién es, a ras de aliento, de palabra.

***

Sagrado, desde aquella vez que nos conocimos en Pachuca me quedé pensando en tus palabras: «A mí nadie me ha regalado nada en el mundo de la lucha libre», aseveraste. ¿Cómo es esto?

Yo empecé de cero, no tenía ningún familiar en esto antes de debutar; ahora sí, mi hermano menor siguió mis pasos y lucha como Metatrón allá en Guadalajara, y lo hace por gusto solamente, porque tiene un empleo bien pagado. Que él quiera seguir mis pasos es un aliciente. Ahora, el haber construido el personaje desde abajo, desde cero, a pesar de las adversidades, es sin lugar a dudas uno de los grandes logros de mi vida.

Entonces como Sagrado, no estás continuando una leyenda: estás construyendo una. ¿Es esto una ventaja o desventaja?   

Continuar el legado de tu padre, o algún familiar tuyo es una responsabilidad muy grande, al menos eso creo. Hay quienes lo hacen porque, desde pequeños, sentían una gran identificación, un gran cariño por el personaje de sus padres, y eso los hizo querer contribuir a esa historia. Hay otros, por ejemplo, que deciden no retomar el nombre que usaban sus padres, aunque esto no significa que no estén contribuyendo al legado familiar. Unos lo han logrado, otros apenas están en ese proceso, y otros, lamentablemente, se han quedado en el camino.

***

De tal forma que Sagrado llegó de tierras ajenas a las familias luchísticas, a las grandes dinastías. Llegó del anonimato y, como un conquistador, clavó la cruz que adornaba su máscara en una tierra hasta entonces desconocida, y la reclamó suya. Miro nuevamente su máscara: es una de ojos grandes, rectangulares, que tiene descubierta la parte del mentón, lo que me permite apreciar los gestos y reacciones del hombre tras la tapa. Sin embargo, hay otras que no permiten ver casi nada (a veces ni los ojos) y el efecto de anonimato es total. Continuo preguntando.

***

Sagrado, me gusta pensar que la máscara de un luchador es su verdadera cara, y que el otro, el rostro humano, es en realidad la máscara; una inversión de papeles, digamos. En tu caso, al ser un luchador profesional de tiempo completo, que porta esta máscara gran parte del tiempo, ¿sientes que esto sea así?, ¿que la cara que te define es ésta?

La máscara, sin lugar a dudas, brinda una dualidad; eso es parte de la magia de la lucha libre. La gente nos conoce como luchadores; ignora, no obstante, quién está detrás de la máscara. En una arena, aquí, mi verdadero rostro es éste. Mis vecinos, sobre todo, no saben a qué me dedico. Saben que es algo relacionado al deporte, el físico lo deja ver, pero no se imaginan estar frente a quien da vida a Sagrado. Yo como persona soy normal, trivial, digamos; tengo actividades como cualquier otro. Pero aquí cambia, aquí soy el maldito del ring, un personaje que debo cuidar y respetar. El verdadero rostro de un luchador es, como dices, la máscara, misma que tienes que cuidar y respetar.

***

Poco a poco, sin que nos diéramos cuenta (porque la charla, aderezada por un par de golpes de luz de la cámara de Alberto Trejo, nos  absorbió) llega gente a la arena. Un par de policías dan una vuelta, un hombre y una mujer se asoman por un pasillo y vuelven por donde vinieron; una joven toma una fotografía y se va. Un par de niños juegan a los carritos en la rampa que conecta el ring con el acceso de los luchadores; no saben, no se imaginan, la importancia que este lugar tiene para algunos, al grado que se le ha llamado la «México –Catedral». No sé si esperen la lucha (una función especial, no abierta al público, me comenta Sagrado) o siquiera si les gusta el deporte. La infancia es donde  a veces se siembra la semilla del gusto por la lucha libre.

***

Sagrado, no puedo dejar de pensar que es curioso, muy curioso, estar aquí, en la Arena México, una Arena México vacía, por cierto, junto a una de las figuras más importantes de la baraja del CMLL, en las gradas, del otro lado de donde normalmente estás. Háblame de cómo empezó tu gusto por la lucha libre, primero como aficionado, y qué te llevó a dar el salto a practicarla.

Muchas gracias por lo que dices —relucen la humildad y sinceridad de Sagrado―, pero creo que para merecer el calificativo de «gran figura» falta mucho por recorrer, por hacer, por trabajar ferozmente. Mi gusto por este deporte empezó cuando tenía seis años: vi la película El santo contra las momias; eso catapultó mi gusto por la lucha libre. Tiempo después logré ver las transmisiones diferidas que se transmitían el viernes por la noche, el único día que te era permitido desvelarte: las veía acompañado de mi padre. Tiempo después le pedí a mi padre que me llevara, como regalo de cumpleaños, a una función en vivo; me lo cumplió. Después, solo o acompañado, asistí a más funciones. Luego, cuando tenía catorce años, conocí el gimnasio. Recuerdo que fue así: fui temprano, a las diez de la mañana, a la arena, a comprar boletos. Lo hice así de temprano para alcanzar una mejor localidad. Ahí vi salir a un par de jóvenes, como de mi edad, que venían saliendo de una exhibición: entrenaban lucha olímpica. Les pregunté dónde entrenaban, y cómo se preparaban. Creció, entonces, mi gusto por la lucha. Les comenté a mis padres que me interesaba entrenar lucha.

¿Y cuál fue su reacción?

Me dijeron que estaba loco, que no. Pero cuando algo te gusta, de verdad te interesa, buscas los pretextos necesarios, los medios para hacerlo. Y bueno, cuando tienes de cómplices a tus hermanos todo se da más fácil.

¿Cómo fue eso?

Según nosotros nos íbamos a jugar fútbol, pero era mentira, mentira a medias: ellos sí iban a jugar fútbol; yo me iba a entrenar lucha libre. Bueno, yo pensé que iba a entrenar lucha libre, pero no, empiezas por la lucha olímpica, grecorromana e intercolegial y de ahí se me dio la oportunidad. Notaron mi aptitud, mis cualidades y me dijeron «oye, podrías ingresar a la lucha libre, ¿qué te parece?».

Sagrado, eres un luchador que, a mi parecer, despliega buenas habilidades, tanto a ras de lona como en el aire. ¿A quién debes esos movimientos? Háblame de tus maestros.

El primer maestro que tuve fue el señor Chucho Villa, un luchador de Monterrey, donde yo vivía. Luego mis padres, la familia en realidad, tomó la decisión de emigrar a Zacatecas.

Hubo un cambio de planes.

Sí, claro. Afortunadamente tengo familia en Guadalajara, así que volteé la mirada hacia allá. En ese entonces la lucha libre era muy demandada, vivía una buena época, y el mayor semillero de luchadores fue precisamente Guadalajara, la Perla de Occidente, que demostró tener mayor actitud en cuanto a la enseñanza de lucha libre se refiere, así que para allá me dirigí. Todavía alcancé a entrenar con el Diablo Velasco, a pocos meses de que falleciera.  

¿Y después?

Después vinieron maestros como Gran Cochisse. Luego vine a vivir a la ciudad de México, donde entrené con gente del calibre de Fray Tormenta, Franco Colombo, el profesor (Daniel López) Satánico; muchos maestros en realidad. Pero déjame decirte algo: los maestros te pueden enseñar mucho, pero tus sinodales, tus maestros, arriba de un ring, son los compañeros, los rivales y, sobre todo, el público, porque aprendes a escucharlo, a identificar qué acción es la que recibe mayores aplausos, mayor reconocimiento, y ahí es donde de verdad se pule el estilo.

Aprendes cada día, entonces.

Claro, tengo infinidad de maestros: día con día aprendo algo nuevo. Cuando un luchador dice que ya sabe todo en realidad no sabe nada.

***

Sagrado asiente, satisfecho: estoy ante una verdad inalienable de su vida, de su forma de ser. Cada frase dicha está cargada de significado, de experiencia. Sus palabras, como sus movimientos, tienen la huella del tiempo, de la práctica, del fracaso superado que se traduce en experiencia  y aprendizaje.  

***

Esta pregunta tal vez te resulte tonta, pero no quisiera dejarla de lado. Sé que detrás de un luchador de tu magnitud hay horas incontables de entrenamiento, de preparación; pero, ¿dirías que tienes un talento natural, casi inexplicable para la lucha? ¿O cada movimiento aprendido, cada lance, cada llave, son producto de un esfuerzo incomprensible?

Definitivamente hay mucho esfuerzo detrás de esto que la gente ve, de mi carrera. Pero, y no quisiera sonar presumido, siempre he tenido un talento natural para la lucha: todos los movimientos se me grababan de inmediato. Cuando empecé a entrenar, los maestros me decían «oye, ¿tú dónde entrenabas?» o «¿dónde has luchado ya?» porque todo me salía muy fácil. Esto no siempre era bueno, porque muchos compañeros, por envidia, me golpeaban más duro, hacían las cosas con intención de lastimarme. Mira (me muestra sus codos), están fuera de lugar por tanto maltrato. Pero ellos, los que querían lastimarme, detenerme, sin darse cuenta me ayudaron, porque me hacían esforzarme más, siempre dar más.    

Sagrado, ya que me hablas de tus orígenes, tus inicios, es decir, de dónde vienes, háblame del futuro, ¿a dónde se dirigen tu vida y carrera en este momento? ¿Qué le falta a Sagrado?

Como Sagrado necesito más oportunidades, y las busco día a día, noche a noche, combate tras combate. Pretendo que el público, y la misma gente de programación, se den cuenta de que tengo las aptitudes y herramientas necesarias. Tengo buen peso, buena técnica y, finalmente, aunque no menos importante, considero ser uno de los luchadores que más se preocupa por su apariencia, su vestimenta. En esta nueva etapa, como rudo, he tenido muchos logros, pero creo que me falta una buena rivalidad para poder dar mi máximo y, por qué no, luchar como estelar en una función de aniversario.

¿Algún rival en mente?    

Hay muchísimos luchadores, y cualquiera que esté en la esquina técnica es mi rival. Sin embargo, algo que yo quiero, y por lo que estoy en la esquina ruda, es lo que Ángel de Oro tiene en la cintura.

¿Y su máscara?

No, no es algo que me preocupe en este momento, aún no. Te repito, lo que me interesa lo tiene en la cintura: el Campeonato Semicompleto CMLL. Este año lucharé por una oportunidad de retar por él.

¿Y después?

Luchar en el extranjero, un terreno que no me es desconocido. He estado en Mónaco, Francia, Colombia y Estados Unidos, además de gran parte de la República Mexicana, y creo que es tiempo de viajar nuevamente para demostrar la experiencia y deseos que tengo.

***

La mirada de Sagrado se va lejos, quizás a uno de los sitios que menciona, quizás al pasado, pero se estrella contra el macizo de la Arena México. Vuelve.

***

El Sagrado

Un viaje nos cambia como seres humanos. En tu caso, y retomo la dualidad de la que hablábamos, se transforma el luchador, pero también el ser humano tras la máscara. Me queda claro, además, que posees una filosofía de vida muy marcada, muy firme. ¿Esta filosofía de vida la aplicas tanto arriba como abajo del ring? ¿Y cuánto de esto se lo debes a la lucha libre?

La lucha libre me ha hecho una persona más disciplinada, me ha permitido explotar mi potencial en diversas áreas de mi vida. Me gusta pensarlo así: sin sacrificio no hay beneficio. Cuando alguien se dedica a vivir de glorias pasadas, o desperdicia su vida en la pereza, no llega a ningún lado. Esto, creo, me ha permitido permanecer vigente: son doce años ya de carrera en el CMLL. Esto es lo que pienso, esto es lo que transmito a la gente, a mi afición, a los jóvenes que se quieren dedicar a la lucha libre y me piden un consejo.

Tu cuerpo es tu herramienta de trabajo. ¿Cómo repercute esto en tu salud?

Me ha dejado muy lastimado. Fui sometido a una operación de ligamento anterior cruzado, tengo múltiples lesiones en el hombro, la cintura, el nervio ciático. Los codos hiperextendidos en más de una ocasión, lesiones en las falanges.

¿Esto cómo te permite funcionar?

Desgraciadamente uno se vuelve masoquista. Vives con dolor. El simple hecho de entrenar la lucha libre es peligroso, merece respeto. Aquel luchador que diga que no está lastimado es aquel que no se brinda por completo, y para mí eso es algo imperdonable. Puedes luchar para una arena repleta, o para cien personas, o veinte, no importa: les debes un respeto, están ahí por ti, pagaron un boleto por verte y debes mostrar de qué estás hecho.

***

Pronuncia las palabras enérgicamente, con un tono que no permite dudas, vacilaciones: esto es Sagrado.

***

Ligado al tema de las lesiones, del paso del tiempo, viene siempre el tema del retiro, un asunto doloroso pero que, no obstante, forma parte de una carrera deportiva. ¿Has pensado en ello, qué viene después? Me hablabas de tu preocupación por las generaciones venideras, los que, de una forma u otra, andarán el camino que tú has construido junto a otros luchadores de tu generación. ¿Sagrado como maestro, tal vez?

Lo he pensado, por supuesto que sí. Actualmente no descarto la posibilidad de establecer un negocio. La lucha libre provee, claro, pero llegará el momento en que ya no sea así, y hay que ser precavido. La lucha me ha dado fama, solvencia económica, pero también una gran mentalidad, una gran preparación: herramientas indispensables para el futuro. No descarto la posibilidad de establecer un gimnasio donde, además de los conocimientos de lucha libre, pueda explotar y transmitir lo que sé de otras ramas del deporte.

¿Por ejemplo?

Aquí en el CMLL se nos brindan las herramientas básicas del fisicoconstructivismo, así que eso también es importante, útil. Y no sólo eso: cuando opte por el retiro seguiré preparándome, esta vez con luchadores veteranos, para establecer una buena academia de lucha libre. No descarto, además, la construcción de una arena, pequeña tal vez, donde se pueda acoger y dar proyección a jóvenes talentos que, llegado el momento, puedan engrosar las filas de esta empresa donde ahora laboro; ser un nexo entre ambas partes.

Mencionas una palabra que me ronda la cabeza cuando pienso en tu estilo a la hora de luchar, Sagrado: nexo. Pareces ser, y espero te parezca afortunada la analogía, un puente entre ambas escuelas de lucha libre, la aérea y la clásica, a ras de lona; equilibras ambas con fineza. Tú, como un luchador que domina ambos estilos, ¿tienes algún favorito?

Yo soy fanático de los dos estilos, mi forma de luchar lo demuestra. Sin embargo, debo decir que mi favorita es la lucha a ras de lona: ésa es la verdadera esencia de la lucha libre. Desgraciadamente ahorita, en este momento que vivimos, hay público nuevo, público invadido por la lucha norteamericana, y buscan más la espectacularidad, las luces, la música, el que hables al micrófono. Antiguamente no se hablaba: salías y demostrabas. Si tenías una rivalidad se te daba la oportunidad de usar el micrófono y lanzabas el reto de un mano a mano, una apuesta de máscaras o cabelleras, sólo así. Ahora la gente, como te menciono, busca más el show, y busca, de igual forma, la lucha aérea.

¿Qué piensas a ese respecto?

Mira, un gran luchador, como yo lo veo, y cuando digo grandes luchadores, pienso en Rayo de Jalisco, Matemático, Stuka Sr., un gran luchador, empero, es aquel que es bueno a ras de lona pero que también puede desarrollarse en lucha aérea. Ellos, los que te mencionaba, a la par del mismo Atlantis, el Dandy, fueron los precursores de la lucha aérea. Ellos, con sus topes en reversa, sus mortales, sus salidas entre segunda y tercera, dieron la pauta para la lucha aérea. La Fiera, por ejemplo, es un atleta más de esta categoría que te nombro. Porque a final de cuentas, según lo veo, la lucha aérea es un complemento. Si tú, a ras de lona, le sacas un aplauso al público, significa que estás haciendo muy bien tu trabajo. Desgraciadamente, los luchadores modernos ya todo lo quieren hacer con lances. Si tú te fijas ya nadie tiene una finalización con llave, un final con un movimiento bonito, como se hacía antes.

A raíz de tus palabras, en las que creo identificar un dejo de nostalgia, de tu sentir, me parece necesaria una pregunta que, si bien puede ser delicada, polémica, creo necesario hacerte porque, además, te has consolidado como una figura con autoridad para responderla. ¿Qué opinas de la lucha libre actual? Es decir, de la situación en la que se encuentra este deporte hoy en día.

De 2005, más o menos, a la fecha, la lucha aérea prevalece, es lo que más busca el público; ha evolucionado. Creo, no obstante, que la lucha libre, como toda actividad humana, tiene que apuntar, precisamente, a eso, a una evolución, una modernidad; no puede estancarse. Decir si esta época es mejor a las anteriores sería estancar la lucha libre, encasillarla. Creo firmemente que esta era de la lucha libre, en la que yo me encuentro, es la mejor, porque es lo que yo hago. Respeto lo que hago y lo que sé, tanto como respeto lo que ya se ha hecho. Pero, y esto me parece importante, sí ocurre algo curioso: si luchan, digamos, Negro Navarro y Blue Panther, con su estilo a ras de lona, la gente aplaude, arroja dinero. Si luchamos, por el contrario, dos luchadores jóvenes, nuevos, con ese mismo estilo, a ras de lona, la gente abuchea.

¿A qué se debe esto?

Puede ser algo relacionado con la trayectoria, que es menor, obviamente, en el caso de los luchadores jóvenes, porque tenemos la misma preparación, los mismos arrestos que los luchadores antiguos.

***

Sagrado, el ahora maldito del ring, parece llevar por dentro el diseño que ostenta su máscara: un fuego que se repite, cíclico, inextinguible. En sus palabras, a pesar de la mesura y el tiento, se percibe fuerza, un poco de desesperación quizás, por llegar más lejos, más arriba, más rápido. Su mirada, por un momento, se va al ring, que está a pocos metros de donde estamos, y luego regresa; sólo Sagrado sabe qué pasó por su mente.

***

Una última pregunta, Sagrado, que es, tal vez, igual o más importante que las anteriores. Fuera de la arena, lejos del encordado, ¿quién es Sagrado? ¿Cómo es?

Como se dice actualmente, Sagrado es muy buena onda —sonríe—, un joven muy apegado a sus costumbres, a sus raíces. Vivimos en una época de tecnologías, donde se tiene en todo momento el celular en la mano, las redes sociales: no soy la excepción. Me encantan los videojuegos, ir al cine, demostrarle a mi familia que la quiero, que la amo, ya que no siempre puedo estar con ellos. Por eso, cuando hay oportunidad, les brindo tiempo de calidad, no de cantidad. Eso es parte de mi proceso de crecimiento, de probarme a mí mismo, no a nadie más, que soy un ser humano valioso, una persona ejemplar, que procura la mejor apariencia, tanto física como mental. Sé que la lucha no es para siempre, y esto es difícil de decir, pero si un día sufriera un percance que ya no me permitiera desarrollarme plenamente como ser humano, mucho menos como luchador, quiero estar seguro de tener las cualidades necesarias para poder superarlo.

***

Sagrado me hablaba hace unos momentos de la dualidad del luchador, y de las enseñanzas que este deporte le ha dejado. Ahora lo confirma, con frases lapidarias, contundentes, llenas de una sabiduría muy personal, característica del hombre que pasa mucho tiempo consigo mismo. Sus frases, con las que cierra sus diálogos, son como los finales que tanto anhela en la lucha libre: finales fuertes, dolorosos, sencillos, pero no por ello menos estéticos, sapientes.

***

¿Algo más que desees agregar, Sagrado?

Una cosa, sí: antes de criticar, antes de emitir un juicio sobre la lucha libre, de cuestionar su veracidad, hay que pensarlo dos veces. Para mala fortuna, hoy día las redes sociales brindan mucho poder al cibernauta, y creen saber más que un luchador, lo cuestionan de forma ácida, retadora, cuando en verdad no se imaginan lo que esto significa y representa, porque nunca han practicado la lucha, no la han sentido en carne propia. Aquí en las arenas no es distinto: el 80% de los que vienen no tienen respeto por el deporte, por el practicante del mismo; vienen a ver a las edecanes, a ver las luces, a beber, pero no muestran respeto al quehacer del luchador. Pero así es esto, pasa a veces, es parte del espectáculo, y digo espectáculo porque hay espectadores, no por otra cosa. No importa, si volviera  a nacer volvería a ser luchador, lo juro. Cometería menos errores, aprovecharía mejor mis oportunidades, pero volvería a ser luchador, sin duda.

***

Sin dudas, así se mueve Sagrado en este enorme ring de cuerdas de aire que es la vida.

 

El Sagrado

 

3     

Terminamos la entrevista, nos estrechamos la mano y es como finalizar un mano a mano, uno en el que trenzamos en el viento los diálogos; sin perdedores.

— Gracias, Sagrado.

— No, al contrario, y perdón que no haya sido antes.

La humildad es el común denominador entre el Sagrado, el luchador, el personaje, y el hombre joven de quien no conozco el nombre (pero tampoco lo pregunté) que da vida a dicho personaje. Antes de terminar del todo, le digo a Alberto que me tome una foto con Sagrado. Nos quedamos quietos mientras la luz nos encierra. Ahora sí, terminamos. Alberto guarda su cámara y yo guardo las preguntas; Sagrado guarda la máscara en la misma bolsa de la sudadera. Se nota cansado, imbuido de una fatiga que viene de días atrás; las largas jornadas de trabajo pasan factura. Se frota el rostro, como quien recién despierta, y suspira. Nos habla de la función especial del día de hoy, que no estará abierta al público.

Hablamos de cosas relacionadas a la lucha, del destino de la entrevista. Es una buena oportunidad, dice Sagrado, para que más gente conozca quién es Sagrado, llegar a gente que ni siquiera se imagina estas cosas. Porque quiero que la lucha libre crezca, salga adelante, pero todos juntos como compañeros, todos. En este país sólo hablan de fútbol, y a mí ni me gusta el fútbol. Alberto y yo reímos por lo que dice, por el desenfado con que lo pronuncia. No es mentira: siempre está pendiente de los demás. Será un buen maestro si es que decide serlo, pienso, y espero que así sea.

— Por cierto, Sagrado —le digo de pronto, porque lo había olvidado— no te pregunté quién es tu ídolo de la lucha libre.

Se sienta en la orilla de una butaca y se lleva las manos a las bolsas. Suspira.

— Pues, como te decía, El Santo y sus películas me hicieron enamorarme del deporte. No creo que haya actualmente, o que vuelva a presentarse, un ídolo como él.

— Pues entonces la pregunta de si prefieres Santo o Blue Demon mejor la borro.

— No, mira, a todos los admiro: todo el que se suba a un ring merece mis respetos. Claro, hay unos que tienen, o tenemos, más experiencia que otros, pero todos hacemos funcionar todo esto que ves (su índice derecho señala la Arena México), pero yo lo veo así: somos como engranes, unos más grandes, otros más pequeños, pero todos somos útiles, y a veces el engrane pequeñito llega a ser más importante que uno grande.

Debería ser maestro, sin duda, pienso.

¿Uno en especial? —insisto.

— Bueno, pues alguien a quien admiro mucho, que fue desde siempre uno de mis grandes ídolos, es Lyger. Imagínate, yo jamás, jamás, imaginé enfrentarlo alguna vez. Y luego me lo encuentro en el ring: pues no me la creía. Y algo que me llena de mucho orgullo, de mucho gusto, es que a él, allá en Japón, cuando le preguntan sobre un luchador que lo haya marcado aquí en México dice, sin dudarlo: Sagrado. Un gran joven, muy atento, muy honesto, y buen rival en el ring, dice sobre mí.

¿Qué te provoca eso?

— No pues imagínate, es como si a ti Octavio Paz, o quien tú más admires, te dijera que le gusta cómo escribes; así, más o menos.

Nos despedimos de Sagrado con afecto y enfilamos hacia la salida. Me comenta, en el camino, su parecer respecto a la entrevista. Me dice haberse sentido respetado, y que estas cosas ayudan a elevar el nombre del deporte al que él ha entregado su vida. Se trata de respeto, me dice, y concuerdo. No preguntaste mi nombre, no quieres fotos de mí sin máscara, eso es bueno: creo que amas la lucha libre y la respetas; piensas, me dice. Hace énfasis en el poder del pensamiento, del razonar cada acto. Por eso mi súper héroe favorito es Batman, comenta, porque usa mucho el cerebro, piensa; además todo lo que logra lo hace sin tener súper poderes. Luego vuelve a quejarse del morbo de algunos aficionados, del afán de conocer el rostro de un luchador.

—Como esos sitios en internet —dice Sagrado—donde sacan fotos de luchadores sin máscara, o ponen sus nombres reales, y ¿para qué?, ¿qué ganan? A eso me refería hace rato.

La luz del día está allá, a unos pocos pasos. Dejamos atrás el retén, el túnel, la Arena México; a Sagrado también, en cierta forma. Caminamos un par de metros juntos: Alberto y yo nos dirigimos al Centro Histórico.

—Vivo cerca —dice Sagrado— a veces salgo de mi casa ya vestido; la gente se me queda viendo, les ha de sorprender.

Llegamos a la esquina y, ahora sí, nos despedimos. Quedamos en que no será la última, y así espero que sea.

Cuando regreso a mi casa, por la noche, recuerdo de pronto la pregunta que olvidé hacer. ¿Por qué Sagrado? Pero no importa, es un buen pretexto para que no sea la última vez que me permita hacerle un par de preguntas, y así poder conocer más de Sagrado, no todo, claro, porque quien dice ya saber todo en realidad no sabe nada.

Sus palabras: fuertes, a ras de lona, sencillas, como los finales que él espera en el ring.


Autores
(Ciudad de México, 1986). Coordinador del Taller de Creación Literaria del FARO Indios Verdes. Autor de los libros de cuento Luego, tal vez, seguir andando (Río arriba, 2012), Entre cuatro esquinas (FETA, 2014), La luz de las tres de la tarde (BUAP, 2015), El filo del cuerpo (Revarena ediciones, 2016), Ciudad nostalgia (Abismos, 2016), Sombra-Reflejo (BUAP, 2017), Los panes y los pescados (Ediciones Periféricas, 2018), Tiempo arrasado (Revarena ediciones, 2019), Mismatch (Cuadrivio, 2020), Foley (Fondo Editorial del Estado de México, 2020, mención honorífica en el Certamen Literario Laura Méndez de cuenca 2018) y Especies carismáticas (Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola 2023). También es autor de los libros de crónica Tren suburbano (Malpaís, 2019) y Linde faz (FETA, 2018) con el que obtuvo el Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay. Obtuvo mención honorifica en el Premio Nacional de Periodismo Gonzo 2018 por la crónica Big Tony Bang. De igual manera, es autor de Nanda (Nitro Press-Ediciones La Rana, XIX Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia) y del libro de ensayos Basado en hechos reales (Casa Bonsái, 2025). Becario del FONCA (en los periodos 2016 y 2021) y del PECDA Estado de México (2018) en el área de cuento. En su faceta como jurado, cuenta con participaciones en el comité de premiación del Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2020, así como en los comités de selección de estímulos del PECDA de Jalisco (2017), Chiapas (2019) y Tamaulipas (2024), donde actualmente se desarrolla como tutor. Ha publicado cuento, poesía, crónica, ensayo, reseña y dramaturgia en medios como La Jornada, El Universal, Casa del Tiempo, Tierra adentro, entre otras, así como en las antologías De narcos a luchadores (Contrabando, España, 2019), Cecilia y el Vampiro (Editores Mexicanos Unidos, 2021, compilación de Bernardo Barrientos Domínguez). Ni una sola palabra (UANL, 2021), Covid-19 (FCE, Tierra Adentro, 2021) y Liminales II (Casa Futura ediciones, 2023), por mencionar algunas. Fue seleccionado para el número especial Nueve ensayistas (1985-1995) de Punto de partida y el número especial sobre crónica: La crónica, el arte de narrar, de La Jornada. Es egresado de la Licenciatura en enseñanza de inglés, de la UNAM.