La casa japonesa de Tablada
La casa que fuera del poeta José Juan Tablada (3 de abril de 1871-2 de agosto de 1945) hoy la ocupa la Sociedad General de Escritores (Sogem). El lugar alberga los teatros Coyoacán y Rodolfo Usigli y la Escuela de Escritores en la que se imparten, entre otros, talleres de poesía, narrativa, dramaturgia, guión cinematográfico. Está ubicada en la calle Héroes del 47 número 48 (hay dos placas casi sobrepuestas: una dice 122 y la otra 48), en esquina con la cerrada Eleuterio Méndez, entre avenida del Convento y División del Norte, en Coyoacán, muy cerca del ex convento de Churubusco, que le da nombre a ese pueblo “célebre en la historia por su teocali consagrado al fiero Huichilobos”, escribe Tablada en sus memorias, La feria de la vida (Conaculta, 1991, p. 222). En su infancia, el poeta vivió en el “añejo y romanesco” pueblo que evoca en esas memorias. En 1847, los invasores estadounidenses habían atacado Churubusco, así que no deja de ser simbólico que la casa esté en ese barrio y justo en esa calle que quiere honrar a sus defensores.
Al regresar de un supuesto viaje a Japón, Tablada se casó en 1903 con una sobrina de Justo Sierra, Evangelina Sierra y González, gracias a quien se alejó de la vida bohemia, volvió a hacer ejercicio como antes en el Colegio Militar, obtuvo un empleo en el Ministerio de Instrucción Pública con su tío político, se dedicó a la importación de vinos y, dice José Emilio Pacheco, “empleó sus ganancias en construirse una gran casa en Coyoacán”. Al menos en extensión era una gran casa, y de alguna manera lo sigue siendo, construida al estilo nipón: pabellones japoneses decorados con artesanías orientales, un jardín lleno de bonsáis y fuentes de aguas cristalinas que tenían carpas doradas y ranas, además tenía a su servicio a Yamada, un sirviente oriental. Cuando Tablada y su familia llegaron a vivir a Coyoacán “a aquel lindo pueblo había que trasladarse en tranvías de mulitas y el viaje duraba una hora larga”. Tal vez el trolebús que ahora pasa por la avenida División del Norte sea una reminiscencia de aquellos tranvías de mulitas.
En esa casa vivió Tablada sólo de 1903 a 1914, pero es sin duda la más representativa de su vida en México. Hasta ella le llegaron en su momento las noticias de la Decena Trágica. Cuenta con cierto desconcierto en sus diarios (UNAM, 1992, p. 79): “Coyoacán sigue sin comunicación de tranvías con la capital. Bajo al jardín y asomándome por la reja de la entrada, distingo a uno de los dependientes de la tienda El Cazador Mexicano, de los Belmont, que montando en un mal caballo se dirige a la metrópoli… Y a mi pregunta sobre el objeto del inoportuno viaje, me dice que se va a ‘a la bola’, que está fastidiado de estar en la tienda ‘tras el palo’. ‘Aquí llevo mi despacho de coronel’, agrega enseñándome un viejo rifle Remington de un solo tiro, como los que usábamos en el Colegio Militar después de aquellas famosas carabinas Winchester que a cada disparo se ‘embalaban’… Todavía le pregunto al muchacho de qué lado va a pelear y me dice que como se trata de un albur peleará del lado de los que primero encuentre al entrar por San Antonio Abad”.
De esa casa con aires del Japón, país de oriente que siempre le fascinó pero en el que, ahora se sabe, nunca estuvo, ahora sólo quedan vestigios. Primero, porque en 1914 fue arrasada por las hordas zapatistas cuando entraron a la Ciudad de México, pues Tablada nunca negó ser partidario de Victoriano Huerta. “Los zapatistas arrasaron con su casa y prendieron fuego a sus manuscritos, entre ellos su novela La nao de China”, escribe Pacheco. Luego, porque la abandonó para salir del país hacia Nueva York en septiembre de 1914. Y finalmente, la compró el Sindicato de Artistas Independientes (SAI), que al disolverse la donó a la Sogem a principios de los años ochenta y en 1987 ésta creó la Escuela.
Lo que tal vez fuera el majestuoso jardín hoy es el estacionamiento de la Sogem. La entrada con aire de pagoda japonesa y la barda baja así lo sugieren. La casa está muy deteriorada pero aún se conservan los estrechos pasillos de techos bajos que dan la sensación de enclaustramiento y las numerosas escaleras que ahora conducen a los teatros y a los salones donde se imparten talleres. Sobre la cerrada Eleuterio Méndez, que no da paso a vehículos, hay una fuente que desvía la barda, pues parece incrustada en ella; a su alrededor hay una banca en la que el visitante puede sentarse y contemplar la placidez del lugar, tal vez la misma tranquilidad de los años en que la habitó Tablada. Una réplica incrustada en una pared que conduce a uno de los teatros da una vaga idea de lo que fue la enorme casa del poeta de los haikús.
Luego del derrocamiento de Huerta, Tablada se exilió en Nueva York hasta que en 1918 Venustiano Carranza indultó a los escritores huertistas y fue enviado en misión diplomática a Quito, a donde no llegó, pero estuvo en Bogotá y Caracas (donde publicó sus dos libros más importantes: Un día… y Li-Po y otros poemas). Volvió, otra vez, a Nueva York en 1920. No regresó a México hasta 1936 y se instaló, enfermo del corazón, en una casa de Cuernavaca; allí pasó poco tiempo –menos de un año– hasta que decidió regresar a Nueva York para morir, como hace notar Pacheco, un día antes de que las bombas atómicas cayeran sobre las dos ciudades del país que tanto admiraba.
Fotografías de Sergio Téllez-Pon.