La campana de Cristal o el Borderline como un poema narrado
Es la cuarta vez que intento escribir sobre esta novela, la primera lo abandoné porque la neta ni había leído el libro, la segunda no supe qué decir y esta vez la psicóloga me dijo “a ti que te late ese pedo de la escritura, quiero que te leas un libro relacionado con tu trastorno y me cuentes de él” y yo le dije “órale va”, palabras más, palabras menos. Primero pensé en releer nación Prozac, pero me laten un montón las novelas que se mezclan con poesía, y es en esto último precisamente en lo que Sylvia Plath convierte los síntomas del Trastorno Límite de personalidad (o borderline, pa la chaviza), con su novela: La Campana de Cristal.
Plath nació en 1932 y se suicidó en 1963 metiendo la cabeza en el horno, aunque mucha banda se confunde y piensa que lo hizo con este prendido, en realidad se intoxicó al dejar la llave del gas abierta; a esta forma de petatearse se le conoce como “la muerte dulce”. Su novela publicada póstumamente, nos lleva a una autobiografía disimulada (roman a cléf), como cuando le cuentas a tu compa las jaladas que le pasaron “al/a la amigx de un(a) amigx”; aquí, Esther Greenwood, una morra recién llegada a Nueva York gracias a una beca de escritura, lucha constantemente contra la desazón interna y el deterioro de su mente, casi sin darse cuenta al principio.
En ese entonces el TLP era una enfermedad bastante poco conocida y la posibilidad de que la escritora la haya padecido se ha discutido en los últimos años; y ¿en qué consiste ese rollo del borderline? pues, verás, esta enfermedad impacta, por un lado, en la autopercepción, una persona con este pedo suele cambiar muy rápidamente su identidad así como sus metas, lo cual provoca problemas para relacionarse normalmente en la vida cotidiana y a la hora de tomar decisiones a futuro; Sylvia Plath escribe en su novela respecto a la indecisión de qué camino tomar en su vida: “Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies”.
Otros dos síntomas de este desmadre son la despersonalización y la constante idealización-decepción al percibir a las personas; en la Campana de Cristal, la protagonista varias veces tiene episodios donde se desconecta de lo que pasa a su alrededor “Entonces Constantino y la intérprete rusa y todo aquel montón de hombres negros y blancos y amarillos discutiendo allá abajo parecieron alejarse en la distancia. Vi sus bocas subir y bajar sin sonido, como si estuvieran sentados en la cubierta de un buque que partía, dejándome en medio de un enorme silencio”; Esther también manda a la berenjena a su novio después de saber que había estado con otras chicas antes y pasa de ser para ella un muchacho casto e inocente a un hipócrita.
Y, como muchos trastornos psicológicos, entre otros síntomas, topamos muy comúnmente la depresión, que sí, parece que ya se ha derrumbado ese estigma pero todavía hay raza que cree que la depre es estar llorando todo el día y se cura con un “échale ganas”; más allá de la tristeza, este padecimiento está cargado de apatía, las personas deprimidas saben que lo están pero aun así no pueden evitarlo, como si hubiera algo dentro roto que no pide que lo demás funcione bien y que nos importen las cosas; Esther nos narra en algunos de los primero capítulos: “(…) Tenía que estar tan emocionada como la mayoría de las demás chicas, pero no lograba reaccionar. Me sentía muy tranquila y muy vacía, como debe de sentirse el ojo de un tornado que se mueve con ruido sordo en medio del estrépito circundante.” y “El silencio me deprimía. No era realmente el silencio. Era mi propio silencio. Sabía perfectamente que los coches hacían ruido y la gente que iba dentro de ellos y la que estaba detrás de las ventanas iluminadas de los edificios hacían ruido, y el ruido hacía ruido, pero yo no oía nada. La ciudad colgaba en mi ventana, chata como un cartel, brillando y titilando, pero muy bien podía no haber estado allí, por lo que a mí concernía.”
Quisiera terminar esta reseña con una reflexión constructiva, por eso de que las enfermedades mentales son un tema muy serio y blablablá, pero la neta es que, este libro, más que dejarme una enseñanza (que sí, me dejó varias, pero siento que esas serán diferentes para cada persona que lo lea), me ayudó a sentirme menos solo cuando me ponía a chillar debajo de las cobijas por no saber qué hacer con mi vida (sigo sin saberlo xd).
Y, bueno, si te sientes identificadx con alguno de estos síntomas o fragmentos de La Campana de Cristal, quizá deberías considerar la posibilidad de visitar el centro de salud más cercano y solicitar una cita para psiquiatría, son gratuitas, como los condones.