Tierra Adentro
Foto de Jesús Flores.

BATALLA DE LA ALAMEDA

El día que se detuvo el tiempo

 

Foto de Jesús Flores.

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La mañana del lunes cinco de febrero del 2018 la ciudad despertó con la triste noticia de que serían derribados los baños públicos de la Alameda. Después de estar más de veinte años en el interior del paseo público, el Municipio tomó la decisión de removerlos para un mejor aprovechamiento en sus áreas verdes.

En cuanto se esparció el rumor se hicieron presentes algunos delegados del sector intelectual para reclamar dicha insurrección arquitectónica. Argumentaban que el inmueble ya no le pertenecía al Municipio sino a sus habitantes, ya que se le había considerado un monumento histórico y símbolo identitario de la ciudad.

 

Foto de Jesús Flores.

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Luis Glases fue quien convocó la manifestación pacifista por medio de sus redes sociales y, al grito de consignas defensoras, llegó a la Alameda con un selecto grupo de ciudadanos conscientes y bienintencionados para impedir la entrada de las máquinas demoledoras.

Glases, junto al señor J del Hoyo, formaba parte de un consejo ciudadano que cuestionaba los movimientos de la administración en turno, y este no era la excepción. El señor J del Hoyo hizo lo propio al invitar a la manifestación a todos sus contactos. Caballeros pudientes, cultos y refinados. Respetables padres de familia que en sus ratos libres merodean los jardines de la Alameda, convirtiendo así los baños públicos en una suerte de peña literaria, en donde sus modales al igual que sus rodillas, se estremecen en bramidos guturales como tanques de agua.

 

Foto de Jesús Flores.

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Los baños son poesía. Los baños son historia. Los baños son la médula insular de este mar llamado vida; decían algunas pancartas de los manifestantes que se apostaron a los alrededores de los servicios sanitarios para impedir su derribamiento. Con mano-cadena acordonaron el área y exigieron hablar con el alcalde para que les diera una respuesta sobre el destino de las tazas, los azulejos, los tanques y los lavabos que conformaban el espacio histórico.

Una larga lista de oradores leyó conmovedoras cartas de despedida. Luis Glases pidió un minuto de silencio por el mastique y la cerámica esmaltada que perecían lentamente frente a ellos. El señor J del Hoyo declamó lloroso un poema al que nombró Me ronca el sapo de dolor.

 

Foto de Jesús Flores.

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Encendieron velas, repartieron flores, entonaron cantos de libertad y de justicia mientras los albañiles, confundidos por su interrupción laboral, veían desde lejos el mitin, aprovechando el tiempo muerto para comer su lonche y descansar su cuerpo trabajado.

Hasta que por fin llegó el alcalde. Arribó trepado en los diablitos de una bici balona, la manejaba el Negrote, su guarura de confianza. Su forma de llegar, evidentemente demagoga y populista, no embaucó a quienes protestaban y de inmediato se acercaron a él para leerle sus demandas. Exigían el inmediato desalojo de las máquinas y de los trabajadores alegando que, en pos del progreso, se destruía un símbolo de nuestra historia tan importante como el Casino o el Cristo del cerro. Hicieron un listado con diez razones por las que no debían hacerlo:

 

1 Porque no queremos.

2 Porque en estos baños han obrado y orinado tres generaciones de nuestra ciudad.

3 Porque la gente ya se acostumbró al olor y les gusta.

4 Porque un parque sin baños es como un bar sin limones.

5 Por las nuevas generaciones.

6 Por las que aún no llegan.

7 Por las que ya se van.                                   

8 Porque no queremos.

9 Porque sí.

10 La última y la más importante. Porque allí se firmó el Tratado Zaragoza.

 

El Tratado Zaragoza: un documento político que acabó con el famoso Jueves de Tangas en los edificios del gobierno. Cada jueves, desde el alcalde hasta los polis de la puerta, llegaban a trabajar ataviados con originales y seductoras tangas, y al final del día se premiaba a la más artística en una pasarela que se prolongaba hasta altas horas de la madrugada.

Pero la decisión ya estaba tomada. Luego de escuchar detenidamente el pliego de razones, el alcalde se mantuvo firme en su decisión de destruir los baños; esta vez no se saldría con la suya el comité ciudadano. Las máquinas New Holland fueron encendidas y la fuerza pública intervino para intentar desalojar a los manifestantes, quienes seguían aferrados mano cadena al pequeño inmueble.

 

Foto de Jesús Flores.

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En un arranque de desesperación, Glases, al ver la avanzada de la maquinaria, se metió a uno de los baños y se abrazó a una taza, y comenzó a vociferar que solo muerto lo sacarían de allí. El señor J del Hoyo hizo lo mismo en otro wáter. Los dos estaban convencidos de que solo así impedirían el derrumbe.

Conforme se desvaneció la franja humana que rodeaba los baños, los gritos de los dos activistas se hicieron más fuertes, metieron sus cabezas a los retretes defecados y empezaron a cantar el Himno del Estado. Los demás manifestantes hicieron lo mismo, se escuchaba el canto hasta los últimos rincones de la ciudad. Parecía que un coro de ángeles se había filtrado en el clamor de las voces demandantes.

El alcalde, sorprendido, levantó su mano derecha para detener el desalojo. Había entendido que, al igual que con las tangas, tenía que premiar la creatividad del pueblo que artísticamente le pedía detenerse.

Conmovido se acercó a Glases y le extendió su mano para que se levantara de ese batidero. Le habían tocado el corazón. Se dieron un abrazo entrañable y llegaron a un acuerdo. El señor J del Hoyo se unió a ellos en el apretón y de inmediato sacó de una carpeta un documento de negociación donde la ciudad sería la única beneficiaria de todo ese conflicto. Hubo cohetes, selfies, reporteros, aguas celis y música electrónica. Un final feliz. A más de un año de estos hechos que marcaron el rumbo de la historia de nuestro pueblo, los baños públicos fueron demolidos y reubicados a solo unos cuantos metros.

 

Foto de Jesús Flores.

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Texto extraído del proyecto multimedia El Museo de la Ubre. Sala Identidad e Historia