La banda sonora de los hoteles de paso
El pop mexicano es una historia interminable
de mitos cristalizados en un compact disc.
Juan Pablo Ramos
La música define generaciones y marca momentos. El llamado soundtrack de nuestra vida, es decir la música que oímos y relacionamos afectivamente con ciertos momentos o personas, nos hace creer que vivimos en pequeñas películas en las que nosotros somos los protagonistas. Sin embargo, la realidad siempre nos da en la cara.
Para la literatura de la onda la música fue parte integral de sus narraciones, el rock representaba ese rompimiento con la cultura de sus padres. El rock, de esta manera, representó el ácido que venía limpiar el óxido de las viejas relaciones de poder entre padres y el Estado mismo. El rock siempre ha sido considerado como música de jóvenes, sin embargo, desde hace algunos años, en realidad ya está anclada a gente con canas en la cabeza.
La música y todo lo que representa, es el leitmotiv de esta enloquecida, tierna y entrañable novela llamada La mítika mákina de karaoke, de Juan Pablo Ramos. Pero no es el rock el que se hace presente, sino lo que comúnmente es conocido como pop basura (etiqueta puesta por DJ y programadores de manera desenfada), es decir el pop mexicano de los noventa, que llegó a conquistar Latinoamérica y gran parte de Estados Unidos, entre otros países.
El personaje principal un chico gay tiene como piedra de toque las canciones de Fey, una de las más características y exitosas cantantes de ese tiempo. Ese tipo de pop es alegre, bailable, bien producido y cantado, y sus letras hablan de amores perdidos o entrañables relaciones. Es decir, es un mundo mítico que no cuadra con la realidad. Pablos –su protagonista– dice, por ejemplo: “Eran casi las cuatro. A esa hora nada más hay putas, maleantes y taqueros. Nada parecido a la canción de Kabah: aquí no atraviesan unicornios blancos que brincan sin parar. En esta avenida de las sirenas llamada Tlalpan a esa hora casi ni pasan taxis”.
Así, la novela se desarrolla en un juego constante, entres los deseos vitalistas de su protagonista y la crudeza de una ciudad en la que la homosexualidad no está tan bien vista, por lo que deben recurrir a esconderse y buscar en los cuerpos de extraños algo de amor interior, siempre confundido con el deseo carnal. El narrador lo tiene bien claro: “Ya sé que sueno como un culero y un egoísta, ¿pero acaso no los jotos vamos por ahí consumiéndonos unos a otros con tal de aplazar el peor momento de nuestra soledad?”
Sin duda, el gran referente previo es El Vampiro de la colonia Roma, la primera novela que mostraba los entretelones homosexuales de la Ciudad de México. Sin embargo, a más de sus cuarenta años publicación, con desfiles del orgullo LGTB, con aplicaciones para ligar de uso exclusivo de la comunidad, con asociaciones civiles y telenovelas con personajes homosexuales, la marginalidad sigue siendo la norma.
“Los jotos vivimos con un miedo arraigado y profundo, como una astilla que jamás sale de la piel desde el día que nos damos cuenta de que así somos”. Dice Pablos sabiendo cuál es el signo de su vida. Pese a todo, vive una vida llena de pobreza, de soledad, de violencia, que intenta paliar con la búsqueda constante del amor a través de la carne. Todo sonorizado con canciones cursis, pero muy rítmicas, que hablan de amor. Los deseos de amores perpetuos y nostalgias por amores infinitos, aunque la realidad de Pablos sea miserable, con un padre que literalmente lo abandonó, una madre que apenas puede pagar las cuentas y una vida condenada al ostracismo.
Pablos toma como centro de su vida la búsqueda del amor, pero no el real, sino el idealizado, aunque en el camino tome lo que le va cayendo. “En la parada de camiones afuera del metro Indios Verdes vi la ciudad sucia y detestable. Con razón el pueblo mexicano necesitaba el mundo color de rosa de las telenovelas. Allá afuera todo está hecho de opresión y concreto”. Sus caminatas por la ciudad, por la realidad que huele a caño y cemento, a hoteles de paso y cuartos sórdidos de hombres que creen que no son homosexuales, aunque tengan sexo con otros hombres.
Juan Pablo Ramos crea una novela entrañable, con un ritmo ágil, que con cada capítulo va construyendo los ladrillos de un mundo color rosa y lila para darle algo brillo al gris ostracismo. La novela, al final peca de un poco de optimismo, pero es un relato vivo y real de una comunidad, una novela que tal vez, con el tiempo, se vuelva una referencia.