La 45a Marcha del Orgullo de la Ciudad de México
Nos bajamos en la estación Hidalgo de la línea 2 del metro, desde ahí tomamos Reforma y empezamos a caminar hacia Insurgentes, en sentido opuesto al flujo principal de la marcha. Eran las dos de la tarde. Desde que salimos del metro la algarabía era evidente, sobre todo de los vendedores ambulantes que nos ofrecían banderas de arcoíris, paraguas, diademas, coronas, abanicos, collares de flores, maquillaje, agua y cerveza. El sol calaba, aunque no con la contundencia con la que lo había estado haciendo en días anteriores —y eran de agradecer algunas nubes que a ratos daban una ligera sombra—.
Todos los carriles de Reforma los ocupaba la marcha, el flujo principal estaba en los carriles que vienen de Chapultepec, ahí iba el grueso de la marcha, pero en los carriles que van en sentido contrario también iba mucha gente —y eran los que se estaban utilizando para ir en esa dirección, pero también para avanzar más rápido que la marcha misma—.
La gente estaba feliz. Gente sin playera, dragueada, en cosplay, con la bandera del arcoíris como capa, con los colores del arcoíris en el rostro, bailando, gritando.
Una de las críticas que se han levantado en contra de las marchas del orgullo ha sido que se trata de un carnaval. Una crítica que se plantea tanto entre personas de la diversidad sexo-genérica como entre los grupos que quieren negar nuestros derechos. Sin embargo, pienso en una de las consignas que en esta y otras marchas escuché, una consigna que se tomó de otras protestas, pero a la que se le dio la vuelta una vez tuvo cabida en la lucha en la disidencia sexo-genérica: ¡Esta lucha es de fiesta, es de lucha y de protesta! En otras protestas la solemnidad obliga anteponer el negativo a la fiesta para señalar que la rabia o la indignación lleva a tomar las calles. Pero la lucha también puede ser festiva y la rabia puede encaminarse a también a través de ella.
La primera marcha del orgullo en la que participé fue en Chihuahua en 2014. Entonces ni siquiera planeé asistir, vivía en la ciudad y andaba paseando en bicicleta y al ver la algarabía decidí integrarme. En 2007 se organizó la primera marcha en la ciudad, siendo estudiante yo me regresaba en vacaciones a trabajar a mi pueblo, por lo que no pude participar en esa primera marcha ni en las subsecuentes. Meses atrás, ese 2007, me tocó participar en el cabildeo, junto con Enrique Servín, otros activistas y ONG, en favor de la propuesta de ley de un Pacto Civil de Solidaridad, que se asemejaba al conjunto de reformas que con el mismo nombre se aprobó en Coahuila en enero de ese año y a la Ley de Sociedad de Convivencia para el Distrito Federal que se había publicado en diciembre de 2006. Estuve en el congreso del estado con pancartas a favor de la reforma —que ya entonces considerábamos tibio, pero que abría la puerta para el matrimonio, como terminó pasando tanto en la hoy Ciudad de México y en Coahuila; tan tibio era que, cuando en Chihuahua se planteó la posibilidad de que los legisladores tuvieran que cambiar el código civil para reconocer el matrimonio igualitario, por el mandato de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, algunos legisladores conservadores han ofrecido los pactos civiles como una opción en su lugar—. En esa primera marcha observé el poder de la fiesta como método de protesta. En apenas kilómetro y medio entre la Comisión Estatal de Derechos Humanos y la Plaza de Armas fue suficiente para que las banderas y la alegría me llenaran, vi a muchas amistades que enarbolaban arcoíris o sostenían la gran bandera que año con año circula en las marchas y es casi tan ancha como la calle por la que va. Desde entonces no he faltado a una marcha del orgullo, salvo en 2020 y 2021. En 2015 ya estaba viviendo en la Ciudad de México y participé en la marcha aquí, como en 2016 y 2017; en 2018 regresé a mi tierra un mes antes de la marcha y no desaproveché la oportunidad de asistir a la marcha en Chihuahua, mucho más numerosa que a la que había asistido cuatro años antes; al siguiente año convencí a una de mis hermanas y una prima de acompañarme a Chihuahua —soy de un pueblo en el municipio de Cuauhtémoc que está a más de cien kilómetros de la capital— y junto con ellas y otras 10 000 personas, volví a marchar —fue también una de las últimas veces que vi a Enrique Servín, el 9 de octubre de ese año fue asesinado—. En 2022 se organizó la primera marcha del orgullo en Cuauhtémoc y me tocó participar, en una pequeña ciudad tan golpeada con la violencia, el orgullo de ser y sobrevivir nos unió y marchamos en una ciudad donde todavía al día de hoy los locutores de radio —el medio masivo por excelencia en la región— expresan en términos muy peyorativos —por decirlo amablemente— de las poblaciones de la diversidad sexo-genérica. También participé en la marcha del orgullo en Chihuahua en 2022, en la que marchamos 20 000 personas.
Seguimos por Reforma. No desaprovechamos la oportunidad de retratarnos con dragas conocidas o cuyo atuendo fuera digno de foto. Los vendedores no dejan de ofrecernos cervezas, tres por cien. Hay vendedores de esquites, de papas fritas, de aguas, de donas y hasta de tacos de canasta.
No hemos visto los carros alegóricos, los mismos que el año pasado fueron un problema y este una de las razones de conflicto entre los diferentes comités organizadores. Al último no vimos ningún carro alegórico, aunque sí circularon, pero en mucho menor número que en otros años, sobre todo por la iniciativa de marchar a pie que se dio en redes sociales.
Otro de mis amigos, vino desde Querétaro. Nos esperaba en Reforma 222. El paso era lento, entre el sol que seguía calando y la emoción de compartir la calle con tanta gente, no se podía avanzar mucho.
En México la mayoría de los derechos de las personas de la diversidad sexo-genérica están garantizados de iure; el matrimonio igualitario está avalado en todo el país desde 2015, lo mismo que el reconocimiento de la identidad de género de las personas trans, solo por mencionar un par. Sin embargo, de facto esos derechos se ven vulnerados. Por ejemplo, el matrimonio igualitario en Chihuahua se logró en 2015 por decreto gubernamental, los legisladores estatales se han negado a cambiar las leyes correspondientes para que este avalado en la constitución del estado; y no es el único caso, numerosas instituciones no han avalado en su quehacer diario lo que las leyes dicen, así la discriminación contra las personas de la diversidad sexo-genérica les ha limitado el ejercicio de sus derechos. Sin hablar de la problemática a la que fuera de las instituciones las poblaciones de la diversidad sexo-genérica se enfrentan, en las que la discriminación llega a adquirir formas violentas y concluir con el asesinato.
Llegué a Reforma 222, mi amigo me escribió para avisarme que iba al baño. Aproveché para ir yo también. Subí al área de comedores de la plaza para descubrir filas de más de doscientos metros en espera de un lugar para un baño, al parecer no soy el único. Pensé en hacer fila cuando recibí el mensaje de mi amigo que me decía que desistió de la idea del baño y me esperaba en la entrada de la plaza. Consideré que yo también podía aguantarme un poco más y que podía ir a orinar en otro momento. Seguimos marchando y considerando que oportuno sería la colocación de baños portátiles.
Según datos del gobierno de la Ciudad de México asistimos más de 250 000 personas. La marcha se sentía diferente a otros años, la ausencia de automotores, para empezar, significó otra forma de apropiarse de la calle. La calle era nuestra —y de los vendedores ambulantes, ciertas zonas, como alrededor de las glorietas, más parecía un tianguis que una marcha; un tianguis festivo y pintado de arcoíris—.
El 13 de junio el sindicato de trabajadores de Starbucks denunció que en pleno mes del orgullo la empresa prohibió en muchas de sus tiendas en Estados Unidos la colocación de adornos y banderas con motivo del pride. Movimientos anti-derechos en ese país han aumentado sus campañas contra las personas de la diversidad sexo-genérica, incluso han llegado a atacar publicidad con arcoíris porque consideran que ese tipo de promoción es peligrosa.
Llegamos al atardecer a la Alameda. Nos detenemos, aprovechamos para sacar el agua que cargamos y echarnos algunos tragos mientras admiramos la marcha frente a nosotros. La gente sigue feliz, alguna con pancartas que hablan de aceptación, pero también de furia y de la necesidad que tienen de que se les reconozca como quienes son y sin que por ello tengan que sufrir violencia. Tampoco faltan quienes ofrecen besos y abrazos gratis. Mamás de personas de la diversidad ofrecen también abrazos de mamá porque saben que a muchas de las personas de la diversidad sexo-genérica todavía hoy sufren la exclusión en sus propias familias y la salida del clóset puede significar la expulsión familiar.
En Padua este junio un par de fiscales impugnaron el certificado de nacimiento de una niña que consignaba a dos mujeres como las madres, las familias homoparetales en Italia están viendo afectados sus derechos. Un triunfo que en Italia creían logrado está desapareciendo frente a sus narices, gracias al gobierno y las políticas conservadoras de la primera ministra Giorgia Meloni.
En Estados Unidos ha habido una serie de leyes que intentan limitar a la población trans, en primera instancia, y a todas las personas de la diversidad sexo-genérica, como en Florida.
Terminamos entrando a comer en un rastauran-bar. La enorme mayoría de la clientela veníamos de la marcha, el dj, para estar a tono nos ponía canciones que, si no bailábamos por lo menos, coreábamos. Cuando puso I will survive, la canción de Gloria Gaynor que desde que salió se volvió un himno para las personas de la diversidad. No pude evitar pararme a bailar, tomé, por supuesto, el abanico empecé a dar vueltas al ritmo de disco y de la potente voz de Gloria Gaynor.
El 25 de mayo, en la marcha del orgullo en Puerto Vallarta, Jalisco, fue la última vez que se vio a Michel Castro Guizar. Se le reportó como desaparecido hasta que diez días después se confirmó su aparición sin vida. Comenzamos el mes del orgullo con un asesinato, un joven que era activista fue a la marcha y no volvió. La transfobia, la lesbofobia, la bifobia, la nbfobia, la homofobia, la serofobia —muchas veces en conjunción con el clasismo y el racismo— siguen cobrando vidas. Aunque son muchas las conquistas que hemos obtenido, no podemos dormirnos en nuestros laureles, porque no solo es cuestión de obtener reconocimiento jurídico, sino de cambiar a la sociedad, que deje de vernos como personas de segunda categoría que merecen violencia y su erradicación, y que nos acepte tal cual somos. Los movimientos anti-derechos están en auge. Así que nos queda sobrevivir y mantener la unidad en nuestra diferencia, en la diversidad que nos constituye y de la que nos enorgullecemos.