Keep the Bicycle Running
Norman Mailer afirmaba que el problema más grave contra el que se veía obligado a lidiar el escritor no era la página en blanco, sino su mal humor. Algunos colegas agregarían que también la liquidez. Como mamífero dedicado a las letras, sumaría un inconveniente más: la inmovilidad. La sucesión de jornadas frente al teclado lo vuelven a uno susceptible a lo adiposo. Y si le añadimos un factor de riesgo, como por ejemplo el matrimonio, pronto se desarrolla un humor de la chingada. Y el maldito sobrepeso. Entonces, la preocupación se cierne sobre nosotros como una deadline. Y nos damos cuenta de que no somos Murakami. No correríamos ocho kilómetros cada mañana. Emprendemos una recapitulación sobre los deportes que podríamos practicar para desechar las opciones una a una: box, natación, jai-alai, hasta agotarlas todas, excepto una que brilla al final del túnel como si de una olla repleta de oro se tratara. Comprendemos en ese momento que si el perro es el mejor amigo del hombre, la bicicleta es la mejor amiga del escritor.
En mi caso, como siento aversión contra la fascinación hipster que ha despertado la bici en los últimos años, he optado por comprarme una bicicleta estacionaria. ¿Amargado? Aunque los médicos recomiendan hacer ejercicio al aire libre, he decidido ahorrarme el paisaje. Me trepo a mi mula de hierro y observo una sección de la urbe desde un tercer piso. Ignoro cómo es andar en bici por la ciudad. No sé qué se siente. En lo que sí soy un crack es en no salir de casa mientras bofeo.
Montado en el encierro pienso en Henry Miller, en los paseos en rila que se daba por París. Y llego a la conclusión de que por mucho cardio que haga, no voy a llegar a ningún lugar. En una baika normal podría recorrer la ciudad de punta a punta, sin embargo, me consuela constatar que la escritura es similar a la bici estacionaria: pedaleas y pedaleas sin arribar nunca a ningún destino. Salvo cuando logras pergeñar unas buenas líneas o ves que el cronómetro ha marcado 120 minutos, pero ninguno de esos dos minúsculos triunfos desaparecen el mal humor.