Yagular: revista literaria
Como todas las cosas que valen la pena, los libros nos llegan a las manos en momentos inoportunos. Lo inesperado es una condición inherente del lenguaje. Leer puede conducirnos a estados de desesperación y angustia, a reflexiones laberínticas que con suerte desembocan en una fascinación ante la nada. Cioran lo sabía muy bien, alcanzó esa sima donde solemos aventar las palabras a medias, esos instantes preciosos que dejamos pasar por miedo o por placer. Recurrimos entonces a otros lenguajes, formas para convencernos y repetir que tal vez no lo hicimos tan mal. Pero a veces algo solicita que vayamos más hondo, que escarbemos hasta destruir las trampas que impone la memoria y encontrar ese impulso que nos ayude a salir de nuestro propio laberinto. Ese salto, no obstante, es también una caída. Caerse hacia adentro, volar hacia uno mismo.
Teseo lo supo cuando conoció a Ariadna. Las palabras de los otros, como la música, pueden llevarnos de regreso. Rutas que uno necesita trazar o está perdido. Yagular es una revista gratuita de creación, crítica y reflexión literaria y visual con base en la ciudad de Oaxaca. Su nombre es la conjunción de Yagul, un sitio arqueológico hermosísimo y donde si uno sube al cerro que lo cobija puede escuchar un mar distinto: viento sobre el paisaje, y yugular, en alusión a esa arteria principal que también podemos llamar poesía. Se trata de un proyecto de Saúl Hernández Vargas y Juan Pablo Ruiz Núñez, quien fuera editor de El jolgorio cultural, revista de difusión cultural recientemente extinta de la Fundación Alfredo Harp Helú. Sus primeros números se imprimieron siendo un apéndice de esta publicación pero a partir del tercero se consolidó como proyecto independiente. El contenido de cada número gira en torno a una palabra, algunas han sido: piedras, juguetes, izquierda, luvina, pozo y humo.
El número más reciente de Yagular indaga en el campo semántico de humo y fue presentado la semana pasada en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Encontramos ahí poesía de Antonio Calera-Grobet y Ricardo Aleixo, ensayos de Juan Pablo Anaya y Guillermo Núñez Jáuregui, reseñas de Mónica Nepote y Roberto Cruz Arzábal, una entrevista a Eugenio Tisselli sobre su proyecto comunitario Ojos de la milpa, entre otros textos igualmente valiosos. Dice Mónica Nepote, tras su lectura de The Uprising, de Bifo: “La resistencia es una condición suscrita a la poesía”. Y luego Nadia Cortés agrega sobre los rastros que deja la escritura en los cuerpos: “Cada escritura y lectura es incendiaria, prenderle fuego a las palabras una vez en la inscripción y emisión del aliento, tomarlas en la boca o en la mano (las cenizas del otro) para habitarlas, estar en ellas, in-cendiar”.
Ya vamos viendo hacia dónde nos lleva esta publicación. Hay una premisa del arte que nos han hecho olvidar a punta de comerciales televisivos. Leer es un acto placentero pero peligroso, violento. Cuando uno lee, como cuando se detiene frente a una pintura desgarradora y cierra los ojos tratando de entender sus propias emociones, tratando de fijar ese instante en la memoria para que no sea nunca en vano, corre el riesgo de encontrar alguna parte de sí mismo poco honorable y verdadera. Leer es siempre apostar, jugarse la piel sobre el asfalto. Yagular apuesta por esa entrega, de ahí la yugular y la poesía, ambos torrentes de significados posibles, experimentos con ese otro cuerpo: el lenguaje.
Escribir descoloca las cosas, decodifica el entorno. En El libro de cabecera, Greenaway lleva esta idea a sus últimas consecuencias. Decidida a encontrar el lienzo perfecto, la protagonista descubre que sólo el amor puede hacer brotar las verdaderas palabras, un amor que no se salva de su propia violencia, esa necesidad que inventamos para sentirnos menos solos: poseer, tomar, ser parte de, intentar asir un cuerpo o una distancia. ¿Seremos algún día, como dice Juan Pablo Anaya en su ensayo sobre Fahrenheit 451, hombres-libro? La utopía de Bradbury, señala, se encuentra en las posibilidades que abre la novela. Más allá de devorar libros como paisajes, de conocer sus historias e intentar explicarlas, de hacernos a la imagen y semejanza de algún personaje excéntrico, leer inaugura un territorio distinto donde la multiplicidad de discursos amplía esas fronteras impuestas por concepciones fijas en torno al sujeto, al otro, a las palabras y las cosas.
Humo, cenizas, rastros que dejamos por el mundo sin darnos cuenta. Cigarro, exhalación del alma. Ideas que suben y andan mezclándose siempre con vientos ajenos. Dice Nadia Cortés al final de Yagular: “Los caminos de nuestra escritura hechos de cenizas, cubiertas de ellas somos cuerpos, el mundo entero levantado sobre las ruinas. La ceniza como el humo no pertenecen al ámbito de la visibilidad, de la presencialidad, las cenizas aguardan en la sombra de las letras y los cuerpos, insertas en los poros cargamos aquello que ni sabemos, hay ahí ceniza, no aquí, sino siempre ahí, en la lejanía, como la historia por contar, la escritura por venir”. Vamos, cada día, tratando de encontrar ese camino correcto, hecho a la medida de nuestros pasos por un destino que juega a dejarnos libres por instantes. Hemos de perdernos, mientras tanto y como las cenizas, una y otra vez.
Si están en Oaxaca, pueden encontrar esta revista gratuita en: Biblioteca Andrés Henestrosa, Casa de la Ciudad, Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, Librería La Jícara, Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, Museo de Filatelia de Oaxaca y Cafetería San Pablo. Están disponibles en línea algunos números de Yagular.
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Fotografías de la presentación por Michel Hernández.