Ambulantes exiliados
Ambulante, Gira de Documentales 2014, recorrió lo contrastante de la existencia con títulos aclamados nacional e internacionalmente. Este viaje incluyó temáticas que muestran un profundo malestar humano a través del arte (Cutie y el boxeador), la política (La imagen ausente), y la justicia (Criminólogos: una mirada al abismo). Desde diferentes perspectivas, los directores Zachary Heinzerling, Rithy Panh y Barbara Eder exploran la ambivalencia de la conciencia humana; así, la ausencia, el otro y lo amoroso son tres facetas que encarnan esta separación.
El camboyano Rithy Panh decidió regresar al momento en que vio caer la memoria de una niñez feliz; abrigar los recuerdos amargos, el dolor y la soledad; contar la desazón de una nación para entender que el aislamiento es una forma de recobrar lo perdido. En La imagen ausente, Panh narra los horrores cometidos durante el régimen del dictador Pol Pot, momento en que Camboya se transformó en Kampuchea Democrática.
El director recurre a fotos, piezas musicales, audio, video y figuras de arcilla para mostrar un capítulo negro en la historia de su país. Gracias a un trabajo de investigación sobresaliente, La imagen ausente reúne distintas formas de expresión que buscan encontrar la reivindicación. La cuidadosa selección de los archivos,la labor con la arcilla y el guión son los pilares para que el espectador sea un testigo de las crueldades que recaerán en el dolor de Panh y sus compatriotas. La brutalidad de ser ausencia a pesar de existir como hombre deja huellas imborrables impresas en el estilo cinematográfico del cineasta.
Candidata en los premios Oscar en la categoría a Mejor Cinta Extranjera, La imagen ausente combina un estilo que podría considerarse infantil por el uso de figuras de arcilla, con una estructura reforzada con vivencias y pasajes melancólicos que ironizan el anhelo de cambio de un país que experimentó los rezagos de la dictadura. Sin embargo, fue esta experiencia violenta la que Panh usó para comprender que las raíces propias están en la memoria.
Este largometraje es un catalizador, una deuda saldada con los que ya no están. La dimensión de significado del exilio oscila en arenas movedizas. Lo político y social de una nación representada a través de la experiencia de un individuo surge de la necesidad de mirar al otro. Cuando se comprende que el hombre es absolutamente social, los alcances de estos conceptos invaden la otredad como una experiencia única de conocimiento y hallazgo.
La otredad es compleja, conocer al “otro” es una tarea titánica y abrumadora que no da licencias. Ser parte de la historia de alguien más es un ciclo hermético que se ve comprometido cuando esa historia es la del binomio por excelencia: asesino serial-criminalista. ¿Cómo equilibrarlos? Criminólogos: una mirada al abismo (2013), de la cineasta austríaca Barbara Eder, se atreve a explorar la cotidianidad de los criminalistas y todas sus implicaciones.
La particularidad de esta cinta es su naturaleza que resalta emociones como la ira, la violencia y el desasosiego. El documental se desenvuelve con un ritmo lento y se apropia de temáticas ambiciosas: un collage de vivencias criminales en Virginia, Chicago, Alemania, Finlandia, Sudáfrica y otras partes del mundo.
Los protagonistas son sujetos que asumen la reclusión como individuos dueños de su propia vida: el descuido, la monotonía, el trabajo imparable y absorbente que ahoga poco a poco su voluntad. A pesar de la larga presencia en diferentes medios, estas personas son los estudiosos de la mente criminal, los bichos raros que “adoptan” los vicios del hombre como parte fundamental de su vida.
Los asesinos seriales son un atractivo morboso: la distorsión sexual, moral, política, religiosa, la violencia como promotora de marketing… ¿Por qué sucedería lo mismo con los expertos en estos fenómenos sociales? Eder entrelaza la paradoja que se da entre el deseo utópico de una mejor sociedad y la negación del bienestar de los criminalistas: la cultura pop ha hecho tanto hincapié en la espectacularidad de la violencia que olvida a los que miran y estudian el abismo social.
Eder trata de matizarlo con un trabajo que se adentra en los asuntos humanos con sus virtudes y defectos para afirmar que el abandono de esta comunidad es lo que la impulsa a seguir en esa carrera obsesiva: entrega, sacrificios y perturbación. El glamour de los asesinos seriales se suprime; sin embargo, la limitante de la duración del documental paraliza un trabajo próximo y profundo con los protagonistas. El conglomerado de imágenes trepidantes (que se mueven, exploran y muestran) es la expresión exacta de un mundo con ambientes e idiosincrasias diversas.
Criminólogos sobrepasa la simple cronología de las actividades diarias: es una combinación entre archivos y un paseo en la sociedad contemporánea con todas sus desviaciones y su incoherencia interminable. El documental se desenvuelve entre la decisión y el destino impuesto de asumirse como individuos ausentes en las relaciones que están dentro de los parámetros normales de la sociedad.
Para un individuo “normal”, estos parámetros van de acuerdo con un ciclo de vida en donde nacer, crecer, reproducirse y morir están vinculados a lo amoroso. Eso tan agridulce que moldea la mirada y se sale de los límites de la lógica y lo racional. En Cutie y el boxeador (2013), Zachary Heinzerling muestra a Ushio y Noriko Shinohara, una pareja que se enamoró sin pensarlo. Se alejaron de la realidad lógica, del predicho e inminente derrumbe de su relación, de las advertencias y los consejos. Fueron necios. Unidos por el arte y la creación, los Shinohara iniciaron una carrera artística. Él: pintor, famoso por sus boxing paintings; ella: ilustradora, famosa por ser su esposa.
Cargado de elementos técnicos formales sobresalientes, Heinzerling presenta un testimonio sobre la vida de ambos artistas: una existencia añeja, sobreviviente a cuarenta años de matrimonio y a la convivencia diaria en un departamento de Nueva York. Los personajes son experimentos con los que el director (con apoyo de material de archivo como fotografías y videos, entrevistas y una sobresaliente animación) teje una historia agridulce sobre las relaciones humanas: amor-odio, respeto-resentimiento, hartazgo-melancolía.
La dicotomía es evidente. El trabajo del cineasta como observador logra escenas memorables e intensas. La sinceridad que impregna las conversaciones entre Noriko y Ushio son el hilo conductor de un amor-odio que marcó su vida entre el exilio familiar y el autoexilio como creadores y artistas que viven cerca la crisis económica contemporánea. ¿Cómo hacer para que una relación sobreviva? Cansada de los problemas de alcoholismo de Ushio, de la falta de dinero, del autoexilio entre la comunidad artística neoyorkina, de la crianza fallida de su único hijo, Noriko se transforma en Cutie: un seudónimo que le permitirá establecer su primer proyecto en solitario como ilustradora, alejada de la sombra de Ushio. Así se vislumbra un doble desarrollo: para Noriko y para el propio documental, pues la artista japonesa es el eje central.
El director norteamericano encaja las piezas en esta historia (protagonistas, trabajo, alter ego, arte y amor) con tomas ejecutadas pulcramente gracias a un estilo íntimo, profundo, lleno del contraste entre colores pasteles y excéntricos, blancos y negros en la animación que dan un diagnóstico anímico del audiovisual.
Cutie y el boxeador capta la melancolía del paso de los años, de la incertidumbre, de la vejez, de la sobrevivencia en el día a día. En las cuatro paredes de su departamento y de sus talleres, ambos se aíslan. ¿Hasta qué punto se es capaz de oscilar del exilio al autoexilio?, ¿pueden saberlo cuarenta años de matrimonio? La relación de pareja se transforma en una de esas tantas facetas: no lo saben a ciencia cierta, lo único que tienen claro es que el exilio amoroso es el más complejo de todos.
Exilio es abandonar, alejarse, desaparecer: estar ausente, perder una parte de la humanidad. Como forma de expresión artística, también puede encarnar historias de vida, narraciones, significaciones que toman forma en los recuerdos, los conflictos, la redención y los claroscuros de la condición humana.
Exilio y autoexilio no son conceptos negativos, ambos sirven como vehículo expresivo en el cine contemporáneo, en la sed que caracteriza a los recientes creadores por abarcar un amplio repertorio de experiencias. Heinzerling, Panh y Eder encontraron una discreta ventana al pasado.