Julio Torri y la brevedad
A 50 años de su muerte
Julio Torri nació en 27 de junio de 1889 y murió en la Ciudad de México, el 11 de mayo de 1970; acaba de cumplirse el cincuenta aniversario de su fallecimiento. Profesor discreto y a la vez un gran conversador, ciclista fidelísimo y caballero de finos modales, lector incansable y editor dedicado, cofundador del Ateneo de la Juventud y autor de una obra mínima pero indispensable en la modernidad de nuestras letras. La obra de Torri se origina de la devoción con la que leía a los clásicos, de modo que su afán por lograr páginas perfectas viene de la convicción de que no es posible agregar gran cosa al tesoro de la literatura universal, y de aspirar a concentrar su estilo en frases decantadas y relatos mínimos, que funcionaran como variaciones, homenajes o acercamientos. Publicó, en un periodo de más de treinta años, tres libros de creación y un estudio que reúne sus clases sobre literatura: Poemas y ensayos, De fusilamientos, Tres libros y La literatura española. A estos se añade el póstumo El ladrón de ataúdes y Diálogo de los libros, que consta de su correspondencia con Alfonso Reyes.
Su obra, ceñida y breve, ha dado lugar a innumerables lecturas, ensayos y ediciones. Maestro de escritores, sus libros provocaron el respeto y se ganaron los elogios de José Emilio Pacheco, Margo Glantz, Serge I. Zaïtzeff y Tito Monterroso, entre muchos otros. Aunque solemos considerarlo cuentista, su obra se incluyó, por poner un par de ejemplos, en Poesía en movimiento (elaborada por Octavio Paz, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis) y Antología del poema en prosa en México (realizada por Luis Ignacio Helguera). El constante tránsito entre las líneas de acción de una narración y las intensidades del poema son una marca de su estilo, siempre versátil, erudito y concentrado. Esta cualidad transgenérica me parece uno de los principales argumentos para hablar de la total actualidad de la que goza su obra.
Con el pretexto del reciente aniversario, se han organizado charlas en las que se revisa y comenta la obra del escritor. Y con este mismo argumento, me parece un buen momento para hacer un repaso a vuela pluma del premio al que se convoca a los cuentistas jóvenes de este país, y que, en recuerdo y celebración, lleva el nombre del autor.
Una estatua con su efigie o un edificio con su nombre resultarían menos constantes y, por otro lado, este tipo de consideraciones están destinadas a ocultarse en su inmovilidad, terminan por formar parte del paisaje y, peor, se vuelven un anónimo ruido de fondo. Una forma más dinámica de honrar al autor de De fusilamientos es el premio de cuento joven que convocan la Secretaría de Cultura (a través de la Dirección General de Publicaciones y el Programa Cultural Tierra Adentro) y la Secretaría de Cultura de Coahuila desde hace veinte años.
La historia
Es posible diferenciar dos etapas en la historia del premio. En la primera (hasta 2009), las bases sólo delimitaban la extensión del libro, pero no la de los textos individuales. En la segunda, que se extiende hasta la actualidad, cada cuento debe constar de tres cuartillas como máximo. Esta regla intenta acercar la naturaleza de los libros a la obra de Torri, al ponderar la brevedad y reconocer el ejercicio de esta clase de escritura, donde colindan, a veces con gran acierto, los territorios de la poesía y del cuento, tal y como sucede todo el tiempo en la obra del coahuilense. Se diferencia así, además, de otros certámenes en los que la extensión de los textos es libre, como el Comala de Cuento Joven.
Los generales de los diecisiete ganadores permiten ya un ejercicio estadístico. Nacidos en su mayoría en las décadas de los setenta y ochenta (alguno en los últimos de los sesenta y otro par en el primero de los noventa), encontramos entre ellos autoras destacadas, como Maritza M. Buendía, escritores de trayectoria, como Antonio Ramos, y jóvenes autores cuya carrera hoy goza el impulso del premio. En el listado podemos ver cómo se van representando las generaciones de manera sucesiva, y al adentrarnos en las obras de cada uno, notar las variaciones y constancias en la práctica de la narrativa breve que se suscitan al paso de las décadas.
En veinte años, más allá de cánones u oficialismos, el premio ha ayudado poner en la mira de los lectores una serie de propuestas narrativas notables. A estas alturas de nuestra tradición, con la mezcla de generaciones y la diversidad de propuestas que vivimos, estos recuentos, mitad pequeño ejercicio de crítica, mitad memorabilia, me parecen una buena manera de repensar la historia de la literatura que se genera en nuestro tiempo, y de rescatar lecturas que corren el riesgo de perderse en el cambiante paisaje de nuestras letras.
- El juego de los indicios, José Abdón Flores (San Luis Potosí, 1967)
- Que los muertos vivan en paz, Julio G. Pesina (Tamaulipas, 1973)
- Ballenas, Gabriel Wolfson (Puebla, 1976)
- El jardín de los cautivos, Maritza M. Buendía (Zacatecas, 1974)
- Dejaré esta calle, Antonio Ramos (Nuevo León, 1977)
- Murania, Alejandro Pérez Cervantes (Coahuila, 1973)
- Todo esto sucede bajo el agua, Rodolfo J.M. (Ciudad de México, 1973)
- Aquello que nos resta, Liliana Pedroza (Chihuahua, 1976)
- 20Motel Bates,Yussel Dardón (Puebla, 1982)
- La línea de la metamorfosis, Mario Sánchez Carbajal(Ciudad de México, 1983)
- La novela zombi,Ériq Sáñez (Ciudad de México, 1986)
- Gloriamundi, Noel René Cisneros (Chihuahua, 1984)
- 63 señoritas condenadas a la desolación, Érika Zepeda Montañés (Jalisco, 1982)
- Ensayo de orquesta, Laura Baeza (Campeche, 1988)
- Cosmos nocturno, Gerardo Lima (Tlaxcala, 1988)
- Los sonámbulos, Alejandro Espinoza Fuentes (Ciudad de México, 1991)
- La biblia encarnada, Daniel Montaño (Durango, 1991)
Botones de muestra
Es común encontrarnos con que los títulos ganadores salen, con el paso del tiempo, de circulación. Después de algunos años, en el relevo generacional o los azares de las librerías, la historia colectiva se oscurece y llega a perderse. Me parece que un premio literario nos da siempre, tanto a los autores que lo obtuvieron como a sus lectores, la oportunidad de revisar una trayectoria, la del autor homenajeado y la de los libros galardonados. A manera de muestra, termino este recuento comentando cuatro títulos ganadores del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri que me parecen notables, por la peculiaridad de su universo ficcional y por la destreza de su forma. Antes de empezar, agregaría a esta breve lista Cosmos nocturno, de Gerardo Lima, colección que he reseñado con anterioridad.
Dejaré esta calle, Antonio Ramos (2005)
La infancia, el barrio, el microcosmos de la colonia donde se fraguan los años y sueños de la edad temprana son los escenarios en que suceden existencias violentas y fugaces, sencillas y prosaicas, desesperanzadas. Estas historias tratan de mujeres que dejan de ser seres reales para convertirse en objetos deseos onanistas de autodescubrimiento, adultos que presienten su propia decrepitud en los camiones de transporte colectivo que habrán de entregar a la trituradora cuando se termine su turno, cocineros que engañan a sus amigos en un trance de mórbida ternura después de una cacería decepcionante, luchadores apócrifos que se disfrazan de ídolos populares para emborracharse gratis, porteros cuyo último partido lo juegan siendo un cadáver que, en medio del campo de futbol, señalan la contaminación de la muerte y la derrota presente en todos los ámbitos de la vida. Al mismo tiempo que plasma el habla popular, Dejaré esta calle describe el momento en que la última brizna de inocencia se pierde para entrar a las amarguras del mundo adulto, la vida de personajes que viven la calle y la frustración como escuelas que lo preparan siempre para lo peor.
Murania, Alejandro Pérez Cervantes (2007)
Una prosa violenta y lírica, la dimensión hollywoodense de ciertas escenas clave, los escenarios de road movie, la dignidad trágica de sus protagonistas (en la que conviven la inocencia de los seres sencillos y la locura de las almas atormentadas) acercan a Murania a la literatura del Deep South norteamericano. Ambientes hostiles donde la existencia es precaria, bares donde se gestan clandestinos géneros musicales, enamoramientos que nacen con mala estrella, revistas literarias de un solo número, disqueras fantasma, pueblos que desaparecerán: todo en estas páginas tiene la divisa de lo frágil. Lauro Zavala: golpeador y carnicero profesional cuyo descenso empezó cuando de niño enfrentó ese gran abismo de los traileros nocturnos: la caída horizontal de la carretera desierta. Apolonio Ugarte: poeta escaso e inmigrante ilegal que se enamora de una mujer a quien sólo ve una vez, y a quien un delirio visionario lo hace recorrer todos los vía crucis del bracero paria. Valek Walkuski: viajero polaco encargado de construir un homenaje gigantesco y demencial al legendario indio Caballo Loco: tallar una escultura monumental suya que tardará varias generaciones en ser terminada. Murania es un tapiz donde cada vida minúscula guarda el germen de su propia destrucción, y juntas conforman un complejo muestrario de la desgracia.
Motel Bates, Yussel Dardón (2012)
En la tradición de Gente del mundo, de Alberto Chimal, este libro ofrece una variopinta colección de miniaturas que construyen un mundo paralelo. Motel Bates delinea el plano de un lugar alucinado y peligroso: un establecimiento cuyo principal atractivo es la alta probabilidad de morir asesinado. Los personajes y las personas reales de dentro y fuera de la película merodean los textos: revisan el libro de registro, vigilan desde las sombras de los corredores, tocan a la puerta. Aquí encontramos variaciones de sus escenas más icónicas del filme de Hitchcock, así como reescrituras, capítulos spin off, derivaciones; todo elaborado con un sugerente y certero humor negro, que se materializa, por ejemplo, en una serie de avisos que orientan a los potenciales suicidas que se hospedan en el motel, acerca de las macabras maneras en que su deseo de muerte se puede cumplir. Además, el slang del cinéfilo es utilizado para desarrollar un detrás de cámaras en el que el director, el escritor de la novela en la que está basada la película, el camarógrafo, los actores y el mismo espectador entran en esa dimensión desconocida de la ficción que les permite experimentar el horror en carne propia. En este libro conviven la minificción, el apunte, la estampa macabra, el poema en prosa, el cuento. Lo que me lleva a afirmar que se trata quizá del libro más torriano de esta selección.
Ensayo de orquesta, Laura Baeza (2017)
Para un músico no todo es tocar. Su biografía contiene los mismos elementos de angustia, nostalgia, felicidad, culpa, deseo, ambición, necesidad, que la de cualquier persona. Vemos a los protagonistas portando triunfales sus arcos y violines, pulsando un chelo, un arpa, tocando un piano, cantando, que siendo asaltados, abandonados por su pareja, sintiéndose malditos por la historia familiar, desdoblándose en extrañas personalidades, o siendo relegados por nuevos talentos. Se narra a partir de la extrema fragilidad de la carrera musical, del artista que cae en desgracia o en el desempleo muy rápidamente, porque los músicos no son sólo superdotados que descifran el lenguaje de la partitura y lo convierten en la mística vibración del alma, sino que son, a fin de cuentas, trabajadores en busca del sustento y la seguridad que les niega la sociedad. Destaca la versatilidad de tonos de los relatos. Unos son fantásticos, otros cuentan la violencia y la miseria desde el realismo, otros más ofrecen estampas de contenido histórico o malogradas historias de amor. Cuentos en los que la música, sus ejecutantes, los instrumentos que la producen, y algunos personajes históricos, dan vida a veloces historias breves, mientras revelan zonas oscuras de la vida. Historias escritas con gran conocimiento del ámbito de la música, y además con la agudeza y el pulso firme de una eficaz narradora.