El universo en una sola nuez
Titulo: Cosmos nocturno
Autor: Gerardo Lima Molina
Editorial: Secretaría de Cultura / Fondo Editorial Tierra Adentro
Lugar y Año: México, 2018
1
Existe la idea de que cada libro es un manual en sí mismo, una lista de instrucciones. Cada libro contiene su propio misterio (una otredad y su idea de la existencia) y la clave para resolverlo (el camino para descubrirla).
Si hacemos un acercamiento, si enfocamos el proceso y las circunstancias que permiten y rodean la creación, podemos afirmar que cada libro, también, nos invita a pensar la tradición dentro de la que se inscribe.
Los autores, al dar forma a sus obras, moldean al mismo tiempo una genealogía de la que buscan formar parte, un contexto estético en el que su creación puede existir, un ideal. Esto sucede de espaldas a la voluntad, o acontece en el ámbito de los deseos secretos. Ahora bien, quien escribe no puede adelantarse, programar a la distancia o dirigir las intuiciones e interpretaciones de quien lee; el resultado de la lectura es impredecible.
Estas afinidades actúan de manera semejante, pero aquí intentaré hacer una distinción. Las influencias operan de manera subconsciente, proveen un impulso al acto creativo desde zonas subterráneas de la conciencia; empujan desde abajo, desde los sedimentos, formados por los libros que nos impactan al grado de dar forma a los conceptos básicos que delinean nuestra poética. Cada vez que se le pregunta a un autor, nos dirá sus aspiraciones, es decir, la tradición particular que ha querido moldear para cierto momento de su escritura.
La invención final del libro es un derecho del lector. Así, al terminar de leer Cosmos nocturno, de Gerardo Lima (Tlaxcala, 1988), me puse a elegir en qué estante de mi biblioteca habría de poner el libro (dónde ubicarlo en esa suma libresca que todos llevamos en la cabeza). Decidí ponerlo cerca de esos tomos que se desentienden de los límites de los géneros, que echan mano de distintas escrituras y temperaturas, universos híbridos. Pienso, por ejemplo, en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, y Gente del mundo, de Alberto Chimal. Estos libros recrean, mediante leyendas, fragmentos y cuentos, la existencia de un lugar fantástico que podría surgir de cualquier sitio de este mundo.
También encuentro en estas páginas el vagabundeo y los ritmos morosos de Thomas Ligotti, así como ciertas cualidades del Ciclo Onírico de Howards Philip Lovecraft, que comprende narraciones como “La búsqueda en sueños de la ignota Kadath”, “La ciudad sin nombre” y “La maldición que cayó sobre Sarnath”; sobre todo, sus detenidas descripciones, que oscilan entre los paisajes naturalistas (los inventarios del ecosistema) y los paisajes urbanos (arquitecturas enloquecidas y antiguas).
2
Los libros se mueven entre la confirmación del mundo que habitamos y su refutación. Toda lectura es idealmente un diálogo sin guion, una amistad sin programa fijo. A veces hay ciertos libros que vienen a confirmar cierto presentimiento. Cosmos nocturno ilustra para mí una certeza que he sostenido a lo largo de los años: el poema y el cuento están más cerca que el cuento y la novela.
Esta noción la comparten numerosos escritores y la expresan en sus meditaciones sobre el oficio desde distintas perspectivas. Raymond Carver, por ejemplo, afirmaba que sus poemas —la vertiente más discreta de las que conforman su obra— guardaban una continuidad directa con sus cuentos —la más conocida—. Lo anterior es sencillo de confirmar: sus poemas y cuentos están construidos con los mismos materiales cotidianos y discretos, transidos por huracanes emocionales que suceden soterrados, o en una calma producto de renunciar al mundo. Los cuentos son poemas que operan en una ampliación del campo de batalla. Ambos buscan fijarse en la mente del lector gracias a un momento preciso, quedar resumidos en una imagen —la llave que les permite ser portátiles—, y que vuelve inmediato el ejercicio de recuperarlos y revivirlos en la memoria. Los cuentos son tránsitos condensados en imágenes.
Esto sucede en el libro de Gerardo Lima. Aquí debo contar lo siguiente: los textos de la cuarta de forros pretenden siempre engancharnos, convencernos de que, dentro, hay algo que nos concierne; nos dan una pista, quizá nos informan de un aspecto extraliterario. Por lo general, reviso las cuartas desde el principio y a veces las consulto en el transcurso de la lectura, pero esta vez no fue así. Hay un dato que ofrece este texto editorial y que, al final, me resultó iluminador en cierto sentido: la mayor parte de los cuentos están inspirados en las imágenes tenebrosas, seductoras y vertiginosas, del pintor, fotógrafo y escultor polaco Zdzislaw Beksinski; obras que los lectores de nuestro país pueden reconocer como las que ilustran las portadas de la emblemática editorial de terror y misterio Valdemar. ¿Me hizo falta esa clave para leer el libro? La respuesta es no. Los cuentos, a pesar de su carga visual y de las imágenes seductoras y terribles que concentra, no se limitan a la écfrasis —la representación verbal de una representación visual—, no son derivados, ni dependen de las imágenes que los inspiraron. Son sin duda una extensión del universo estético de referencia. Pero también constituyen una forma artística por sí mismas, que se comunican, secretamente, con otras.
3
Los cuentos de Cosmos nocturno suceden en el territorio de los sueños y los mitos. Los personajes, las historias, los lugares, parecen existir al margen del tiempo y de la realidad que la humanidad habita. No vienen de un pasado específico, en ningún momento se considera necesario abundar o siquiera mencionar antecedentes de los personajes, las historias, el origen de la ciudad, una ubicación en el mapa o los libros de historia. Todo se abre en la plenitud de su misterio, como un libro del que no leemos las primeras páginas, un libro sin prólogo. Las maravillas de una urbe extraña y oscura carecen de documentación, no necesitan explicaciones sus asombrosas naturalezas, viven en la leyenda oral, cobran la seductora existencia de los sueños o las pesadillas que se materializan a ras de tierra.
Paisajes antiguos de decadente belleza. Viajes al horizonte que parecen un fin en sí mismos. Edificios construidos siguiendo la geometría y la biología de los insectos. Un hombre que vive consagrado a amar y habitar una casa macabra. Una ciudad que vive un eterno crepúsculo. Un aventurero que sin quererlo encuentra una llave que abre la percepción. Cthulhu, que aparece quizá en agonía o despertando de su descanso eterno, en un mundo muerto, posapocalíptico. Transformaciones. Escenas de guerra. Cuentos y estampas de horror, locura y muerte.
Las cosas no empezaron. No tienen origen las maldiciones. Los sueños son eternos. Suceden, sucedieron y sucederán. Al margen de la voluntad y la mortalidad de los humanos. Tienen su lugar en el olvido. Y de vez en cuando, alguien las percibe, se percata de su existencia; es decir, las recuerda.
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La novela La ciudad y la ciudad de China Miéville, se sustenta en una cautivante y provocadora premisa: en un mismo espacio físico, dos ciudades perfectamente diferenciadas, se traslapan. O quizá confluyen. O tal vez coexisten. La historia entraña una investigación criminal entre dos mundos, pues ha ocurrido un asesinato y no queda claro en cuál de los mundos existe el culpable; esta situación agravada por las tensiones políticas y transdimensionales que caracterizan a dos ciudades que se empeñan en ignorarse.
La metáfora es poderosa. ¿Qué son las percepciones de los sentidos y las de la mente, si no dos mundos que conviven, aunque a veces nos empeñemos en mantenerlos separados? ¿Qué divide la realidad de la imaginación si no una brecha que no siempre alcanzamos a distinguir? Gerardo Lima propone en estos cuentos breves y precisos, absorbentes y gratificantes, diversos caminos, nos abre distintas puertas, para cruzar al otro lado de la percepción. El mundo se transforma en cada página de Cosmos nocturno. Es éste y es otro. ¿Por qué ese mundo sombrío es tan distinto a este, si ambos están hechos con los mismos materiales, las mismas historias? Las sombras parecen humanas y de pronto se desvanecen: avanzamos por sótanos y pantanos insospechados —mitad en el mundo, mitad en la mente— que no sabemos que habitamos.