Julio Prieto: horizonte y escenografía
No estoy tan de acuerdo con lo que se afirma al declarar que la generación de Barandal “se extinguió como su efímera revista” y que “sólo habría un superviviente: Octavio Paz”. Es verdad que los alcances literarios del Nobel mexicano son inigualables, pero no puede desestimarse la labor que realizó a lo largo de su vida Julio Prieto, hombre de teatro.
Julio Prieto nació en la Ciudad de México el 29 de diciembre de 1912. Ilustrador y escenográfo, señalan pertinentemente las biografías disponibles.
La parte de ilustrador le vino desde la infancia. Hijo del pintor Valerio Prieto, acompañaba al padre a sus excursiones paisajísticas. Por imitación o quizá herencia fue que se interesó inicialmente en el dibujo. Su padre, junto con Francisco Díaz de León asesoró a Gabriel Fernández Ledesma en la creación de la revista Forma. En ese ambiente de efervescencia creadora creció Julio Prieto. Al inicio de los años treinta Prieto se inscribió para estudiar arquitectura en la Academia de San Carlos. Ahí conoció a los artistas de su generación. Participa en Barandal dando a conocer sus primeros y, quizás, únicos poemas. Y un óleo. Los números iniciales de tal revista no priorizan las artes plásticas. Su padre muere atropellado y Julio tiene que abandonar la carrera, trabajar. Como grabador y litógrafo, realizó viñetas en El Maestro Rural y en Tierra Nueva, esta última con Alí Chumacero; así como las portadas de la Biblioteca del Estudiante Universitario de la UNAM. El mismo Agustín Yáñez promovió la primera exposición de grabados de Julio Prieto.
Sin embargo, es fundamental enfocarse en Julio Prieto, escenógrafo. Siendo apenas un niño coloca un letrero dantesco a la entrada del cuarto de sus hermanas. La inscripción, naturalmente, decía: “Abandonad toda esperanza los que aquí entráis…” Quizá me aventure en afirmar que en esta sencilla y cándida travesura nace en Julio Prieto la inquietud de crear espacios. Espacios teatrales. Inquietud que posteriormente encontró dulce alimento en las tertulias hogareñas del grupo Ulises; formado, entre otros, por Villaurrutia y Salvador Novo. Consiguiéndole trabajos, Agustín Lazo y Julio Castellanos lo influyen a que se meta de lleno al teatro. Su primer montaje escenográfico fue en Vuelta a la Tierra de Miguel N. Lira en el Teatro Abreu. Así da inicio una carrera que involucra cientos de obras de teatro, todas las que uno pueda imaginar en una labor de 42 años dedicados a la escenografía.
Dos citas de Salvador Novo:
Cuando en 1947 se funda el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y con ello la necesidad de formar un teatro nacional, Novo dijo: “Había que hacerlo todo”. Es decir: “formar dramaturgos, actores, directores, escenógrafos y sembrar en el público el gusto por el teatro”.
La segunda cita es: “Ya hay teatro en México”.
Como un time lapse entre una sentencia y otra, está la empeñosa labor de Julio Prieto. Alejandro Luna la describe así: “En su trabajo vemos cómo la cámara negra (vacío simbólico) o el ciclorama (infinito continuo) como representación del universo desplazan a los fondos pintado […] La síntesis expresiva sustituye a la proliferación de detalles sin jerarquía. El actor adquiere volumen y espacio táctil a su alrededor, lo pictórico se vuelve escultura dinámica, la iluminación deja de ser alumbrado para empezar a ser lenguaje […] La escenografía deja de ser decoración […]”.
Julio Prieto recomienda añadir la carrera de Escenógrafo en la Escuela de Arte Dramático, donde sólo existían las carreras de Actor y Director. Trabaja en televisión, innovando con sus escenografías hechas con gis. Diseñó, junto con su hermano Alejandro, las instalaciones del Teatro de los Insurgentes, del Teatro Jiménez Rueda y del Teatro Ferrocarrilero. En los años sesenta, gracias al Patronato del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), crea teatros populares, los popularmente llamados en aquel entonces “Teatros del Seguro”. Aquel ubicado en la calle de Xola en la Ciudad de México hoy en día lleva su nombre. “Sus especificaciones influyeron enormemente en los proyectos de otros arquitectos, al grado de volverse la plantilla de lo que debería ser un teatro”, dice Luna. Participó en la innovación museográfica del Museo de Antropología e Historia y fue director de espectáculos en los Juegos Olímpicos de 1968.
Julio Prieto, el ser humano “era enérgico, hasta duro, pero siempre razonable”, cuenta Guillermo Barclay. Fue uno de los expedicionarios de Bonampak. Vestía como leñador canadiense. Antes de las funciones de estreno, él mismo barría todo el escenario como parte de una superstición. En una ocasión le regaló una torta a un borracho que se quedó dormido en una de sus escenografías y despertó asustadísimo sin saber dónde demonios estaba. Iluminó magistralmente a Coatlicue, resaltando sus terribles relieves. Le ponía motes a sus automóviles: Nave Cuauhtémoc I, Nave Cuauhtémoc II y así hasta llegar a Nave Cuauhtémoc V. Murió a los 64 años.
Reitero: no puede desestimarse la obra de Julio Prieto.
Para los que conocemos poco —o casi nada— acerca de Teatro, una vez aparecen los actores asumimos que el destino de la escenografía es desparecer, o al menos dejar de llamar la atención. Quizá por ello la labor de un creador como Julio Prieto se mantiene así: vedada, oculta, olvidada. Aprovechemos el año de Octavio Paz para celebrar a la par a sus coetáneos.