Innecesárea
I
Zeus mide con su relámpago de metal mis huesos
pélvicos:
caderas estrechas, dice
y su diagnóstico frena el impulso de un rayo en la
cabeza de mi hijo
siento el fragor detenerse en el hueco final
y el hueso es un trueno petrificado
las estrías violáceas de mi vientre anuncian que se
aproxima una tormenta
no hay lluvia que descienda entre mis piernas
Zeus ha dicho —imponiéndose con su luz plateada—
que no he de alumbrar a este dios porque soy
incapaz de permitirle la salida.
Es un retoño que ninguna diosa podría parir
Su relámpago me entra por la espalda y pierdo el
conocimiento
anota el nombre de mi futuro recién nacido en una
hoja
y el nombre de mi hijo se convierte en un cordón
umbilical que se adhiere a la bolsa de su bata
blanca
la tela le roza el muslo izquierdo
el médico Zeus comienza a gestar a mi hijo desde las
8:00 de la mañana y lo alumbra a las 10:00
despierto en la sala de recuperación
y me encuentro con el rastro calcinado de su
relámpago en el vientre
una línea de sangre coagulada
la sangre seca que bordea un hilo negro.
Soy Sémele
Es un retoño que ninguna diosa podría parir
¿diosa?
caderas estrechas, justificación innecesárea que se
amolda al brillo de su relámpago que pesa más de
treinta mil estruendos presagiados en la hoja de
un seguro de gastos médicos mayores
¿diosa?
madre, sí
sé parir,
pero Zeus es quien anota el nombre de nuestros hijos
en la página y los gesta en la bolsa de su bata
blanca, cuya tela roza el muslo de su pierna
izquierda